El 
                    Gobierno de Brasil “pide tiempo” para proteger la selva 
                    amazónica, pero este tiempo ya no existe. No se le puede 
                    pedir a los pulmones de un organismo vivo que esperen un 
                    tiempo para funcionar limpiamente. La ministra de Medio 
                    Ambiente, Marina Silva, ha reunido a los corresponsales 
                    extranjeros para defender su plan de preservación ante las 
                    generalizadas críticas porque la región del Amazonas ha 
                    perdido 26.000 kilómetros cuadrados de bosque, la mayor 
                    cifra desde 1995.
                     
                    
                    Silva 
                    sostuvo que, en los últimos dos años, el Gobierno ha creado 
                    nueve grandes zonas de protección, pero afirmó que todavía 
                    es pronto para juzgar la acción del gobierno. La ministra 
                    dijo que las cifras de destrucción “no son aceptables” y que 
                    por ahora “no hay nada que celebrar”. Por supuesto, faltaría 
                    más ante el desastre imparable y que ya nunca podrá 
                    recuperarse pues las tierras destinadas a pastos de forrajes 
                    no podrán convertirse en bosques vitales para el planeta 
                    Tierra.
                     
                    
                    Los 
                    datos de deforestación, que indican que en 2004 se perdieron 
                    26.130 kilómetros cuadrados, fueron criticados por muchas 
                    ONG responsables y bien informadas. Pero no sólo se trata de 
                    los técnicos y especialistas de las ONG sino que el mismo 
                    comisario europeo de Comercio, Peter Mandelson ha declarado: 
                    “Brasil tiene que responder, en calidad de país que aspira a 
                    desempeñar un papel en la escena internacional”. Es duro 
                    tener que recordarle a este gran país amigo que la Amazonía 
                    no pertenece como propiedad privada al Estado del Brasil. Él 
                    es el depositario y el responsable de semejante patrimonio 
                    de la humanidad. No tiene derecho a dejarlo perder, a 
                    enajenarlo ni a contaminarlo. La humanidad entera se lo 
                    demanda ahora, antes de que sea irremediablemente tarde. 
                    Como ha sucedido con el Mar de Aral y con tantos mares que 
                    se están deteriorando de manera irreversible por el abuso de 
                    gentes y de compañías sin escrúpulos. Ya han logrado arrasar 
                    millones de hectáreas de caladeros en donde antes se 
                    producía y renovaba el plancton vital para multitud de 
                    especies marinas y, por ende, para la humanidad.
                     
                    
                    Hace 
                    unos días, en un valiente editorial del prestigioso diario 
                    español El País denunciaba la agonía amazónica en 
                    donde el mayor productor del mundo de oxígeno y agua, 
                    elementos imprescindibles para la vida en la Tierra está 
                    siendo destruido como un pulmón humano lo es por un cáncer 
                    agresivo.
                     
                    
                    Se 
                    refería al Informe que ha publicado el Gobierno brasileño y 
                    en donde aparecen cifras aterradoras sobre el ritmo de 
                    destrucción de esta inmensa selva. “Cada año, denuncia el 
                    periódico, desaparece una superficie selvática equivalente a 
                    la extensión de Bélgica. Este desastre ecológico de 
                    incalculables consecuencias mundiales se ha acelerado con la 
                    recuperación económica de Brasil y su gran ofensiva 
                    exportadora de productos agrícolas, especialmente soja, 
                    cuyos precios han incentivado su plantación siempre robando 
                    terreno al bosque”.
                     
                    
                    Es 
                    preciso poner en marcha un plan de urgencia nacional de 
                    lucha contra la deforestación en el que la ayuda 
                    internacional es imprescindible. La Amazonía es patrimonio 
                    de la humanidad, además de una fuente de vida imprescindible 
                    para que el deterioro del medio ambiente, y en especial el 
                    efecto invernadero y el calentamiento del globo, no acelere 
                    cambios climáticos catastróficos que el ser humano por 
                    necesidad, por ignorancia y por avaricia está generando.
                    
                     
                    
                    Resulta 
                    escandaloso que EE UU, con su oposición a Kioto y con las 
                    concesiones para la explotación de grandes zonas de bosque 
                    en Alaska, se haya enfrentado a la más noble e informada 
                    opinión pública mundial. También en esto se equivoca al 
                    alzarse como árbitro de una lucha para la que nadie lo ha 
                    elegido. Es como un efecto invernadero el arrogarse la 
                    hegemonía del mundo en decisiones que repercutirán en todos 
                    los seres vivos.
                     
                    
                    O Brasil 
                    frena la deforestación galopante y reordena la industria 
                    agrícola con arreglo a criterios ecológicos contrastados o 
                    el desastre mundial será irreparable en menos de una década. 
                    No se puede apostar por el pan de hoy a costa del hambre 
                    endémica de mañana.
                     
                    
                    “El 
                    mundo ha entrado en un siglo donde el calentamiento del 
                    globo ya se manifiesta en los glaciares de los polos y sigue 
                    ciego ante la evidencia de que el ritmo de consumo y 
                    desarrollo actual es insostenible y amenaza a las futuras 
                    generaciones”. El plan contra la deforestación de la 
                    Amazonía tiene que ser una prioridad mundial de la que todos 
                    somos responsables solidarios, no sólo el Estado amigo y 
                    admirado por tantas razones del Brasil.
                    
                     
                    
                    
                    
                    José Carlos García Fajardo
                    
                    
                    Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
                    
                    
                    Director del CCS