La constatación, 
por organismos del mismo gobierno, de que el 
área deforestada de la Amazonía es mayor de lo 
imaginado, hace salir a flote las 
contradicciones del gabinete ministerial 
nombrado por el presidente Lula. Como el 
gobierno no tiene un proyecto de nación
-postergado en 
función del proyecto electoral-, el gobierno es 
un saco cuyos gatos no son todos pardos.
 
 
Hay quien defiende al Brasil, como la ministra del 
Medio Ambiente, Marina Silva, y hay quien 
prefiere proteger los intereses de la añeja 
elite de los latifundistas, madereros y 
empresarios del agronegocio, como el ministro de 
Agricultura, Reinhold Stephanes.
 
En 2004 el gobierno de Planalto aprobó un Plan de 
Acción para la Prevención y Control de la 
Deforestación de la Amazonia Legal. Al año 
siguiente la Casa Civil admitió que dicho plan 
tenía más agujeros que las carreteras que 
atraviesan la región amazónica. Proseguía la 
deforestación a ritmo acelerado, sin que ninguna 
iniciativa se tradujera en una efectiva 
prohibición de la actividad depredadora de 
ganaderos, mineros, siderurgias y cultivadores 
de soja.
 
Entre 1990 y 
2006 el área de cultivo de soja en la Amazonia 
se expandió al ritmo promedio del 18 por ciento 
anual. Y los rebaños se multiplicaron el 11 por 
ciento anual.
 
Por desgracia, el gobierno está más preocupado por la 
repercusión de la deforestación amazónica en el 
exterior, que podría perjudicar las 
exportaciones de granos, alcohol y carne, que de 
la preservación de la selva, patrimonio de la 
humanidad.
 
Los satélites del Instituto Nacional de Investigaciones 
Espaciales (INPE) detectaron, entre 
agosto y diciembre de 2007, la tala de 3.235 km2 
de selva. Es importante recordar que los 
satélites no contabilizan los incendios sino 
sólo el corte de los árboles. Por tanto no se le 
puede echar la culpa a la sequía del segundo 
semestre de 2007.
 
Como los 
satélites sólo captan cerca de un 40 por ciento 
del área devastada, el mismo gobierno estima que 
7.000 km2 han sido talados. Mato 
Grosso es responsable del 53,7 por ciento de ese 
estrago; Pará del 17,8 por ciento y Rondonia del 
16 por ciento. Del total de emisiones de carbono 
del Brasil el 70 por ciento procede de los 
incendios en la Amazonia.
 
¿Quién resultará castigado? Todo indica que nadie. La bancada 
ruralista en el Congreso cuenta con casi 200 
parlamentarios, un tercio de los miembros de la 
Cámara de los Diputados y del Senado. Y, estando 
en año de elecciones, no hay ninguna señal de 
que los gobiernos federal y estaduales pretendan 
infligir cualquier castigo a los dueños de las 
motosierras con poder de abatir árboles y elegir 
($) candidatos. Con el ojo puesto en las 
elecciones de 2010, el gobierno federal teme 
castigar a la agroindustria, que recibe gruesos 
subsidios de los bancos públicos y no cumple la 
contrapartida de preservar el 80 por ciento del 
área forestal.
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Los 
satélites detectaron, entre agosto y 
diciembre de 2007, la tala de 3.235 
km2 de selva. El gobierno 
admite más de 7.000 | 
 
 
Hasta 2030 el Brasil corre el riesgo de perder un 21 
por ciento de su cubierta forestal, según datos 
de la Universidad Federal de Minas Gerais y del 
Instituto de Investigaciones Ambientales de la 
Amazonía.
Si el ritmo actual de deforestación 
prosiguiera, desaparecerán del mapa 670 mil km2 
de selva, área equivalente a 22 Bélgicas.
Sería una pérdida inestimable de biodiversidad, aumentaría el 
calentamiento global y se reducirían 
considerablemente las lluvias entre el 
Uruguay, al Sur, y la Florida, en 
Estados Unidos.
 
La niña de los ojos del gobierno federal, el Programa de 
Aceleración del Crecimiento (PAC), puede 
transformarse en villano si de hecho se abren y 
se pavimentan, en los años próximos, 14 mil kms 
de carreteras en la Amazonia sin que haya un 
control efectivo de la selva ni regularización 
de la posesión de la tierra.
 
Según el Ministerio del Medio Ambiente, el gobierno está 
dispuesto a negociar la reducción a menos del 80 
por ciento de la reserva legal en las 
propiedades rurales en el área de la selva. La 
agroindustria presiona para que sea 
“flexibilizada” la ley que manda que sólo un 20 
por ciento del área de una hacienda pueda ser 
deforestada. Según los productores, esta 
limitación vuelve a los hacendados 
económicamente inviables.
 
Si el gobierno de Lula quiere proteger la Amazonia 
debe equipar inmediatamente al Ibama y al
Instituto Chico Mendes, hacer efectivo el 
cobro de las multas ambientales, cortar los 
créditos y subsidios, prohibir la exportación de 
productos generados por empresas que devastan la 
Amazonia y adoptan el trabajo esclavo, y 
expropiar las tierras de los reincidentes en 
beneficio de la reforma agraria.
 
En el otro extremo, les toca a los consumidores volver la 
espalda a los productos ofrecidos por quien 
promueve el ecocidio amazónico.