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							Biodiésel se mezcla con guerra | 
    
  
	
	
	 
	
	El gobierno 
	colombiano aprieta el acelerador de la generación de biocombustibles, en una 
	mezcla inestable de auge de energías limpias, avance de monocultivos y 
	despojo de tierras de
	minorías protegidas, práctica habitual en el conflicto armado de este 
	país.
	
	 
	
	La producción de 
	combustibles a partir de ciertos cultivos, una alternativa de energía limpia 
	que atrae cada día más interés mundial, en Colombia está teñida por la 
	guerra de más de cuatro décadas y por denuncias de violaciones a los 
	derechos humanos y al ambiente.
	
	En 2008, este país 
	producirá 645.000 toneladas anuales de biodiésel extraído de la palma 
	aceitera, como resultado de ocho megaproyectos, cuatro de ellos ya en 
	ejecución y el resto en carpeta, según la Federación Nacional de 
	Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma).
	
	 
	
	La producción de biodiésel 
	se sumará a la de etanol, alcohol carburante extraído de la caña de azúcar, 
	que en Colombia se utiliza desde 2005, con cinco plantas en funcionamiento y 
	una producción mensual de 25 millones de litros que surten al suroccidente 
	del país y a Bogotá, confirmó a IPS el ingeniero Johan Martínez, de la 
	Asociación de Cultivadores de Caña de Azúcar.
	
	El etanol, cuya combustión 
	emite menos gases nocivos que los derivados del petróleo, ya se utiliza 
	mezclado con la gasolina en una proporción de 10 por ciento, con una 
	perspectiva de llegar a 25 por ciento en un plazo de 20 años.
	
	 
	
	De manera simultánea, se 
	adelantan proyectos para extraer etanol de otros vegetales, yuca, papa y 
	remolacha, cuyo cultivo masivo se realizará en zonas alejadas de selvas y 
	bosques, y por tanto no los pondrán en riesgo, afirma el Ministerio de 
	Agricultura.
	
	Mientras, la extensión de 
	plantaciones de palma aceitera es acompañada de críticas crecientes dentro y 
	fuera del país. En Colombia hay 285.000 hectáreas de cultivos de palma 
	africana, principal cultivo destinado a producción de biocombustibles, 
	afirma Fedepalma. Al iniciar su segundo mandato consecutivo, en agosto de 
	este año, el presidente Álvaro Uribe anunció su propósito de alcanzar en los 
	próximos cuatro años un millón de hectáreas de palma, cuya expansión se ha 
	sostenido desde mediados de los años 60.
	
	 
	
	En 2003 había 118.000 
	hectáreas del monocultivo. Tres años después, la superficie es más del 
	doble.
	
	La palma se concentra 
	especialmente en inmediaciones de la costa norte y Caribe del país, en los 
	departamentos del Magdalena y Sucre, en la costa del océano Pacífico, 
	departamento del Chocó --el de mayor biodiversidad del país, según el 
	Ministerio de Medio Ambiente-- y en los Llanos del centro-oriente.
	
	"La región de los Llanos es 
	la que más nos preocupa en este momento, pues no tenemos información clara y 
	precisa ", dijo a IPS el investigador Darío Mejía, de la Organización 
	Nacional de Indígenas de Colombia (ONIC).
	
	 
	
	"En silencio se ha iniciado 
	la compra de grandes extensiones de tierra, han llegado hasta comunidades 
	indígenas, distantes entre ellas, sin posibilidades de comunicación e 
	información, a las que las compañías extranjeras visitan, cuentan maravillas 
	y les hacen firmar documentos sin que ellos conozcan la realidad de los 
	hechos", aseveró.
	
	
	"Las historias de las 
	plantaciones son dolorosas. Están manchadas de sangre y lágrimas de las 
	comunidades negras y campesinas", afirma en el sitio Web de la organización 
	no gubernamental Censat - Agua Viva, su directora, Tatiana Roa.
	
	 
	
	"Es la historia de los 
	bosques desaparecidos para transformarse en plantación. Es la historia de 
	las culturas ancestrales transformadas en proletariados palmícolas. Son esas 
	voces las que reclaman detener la destrucción que proponen los defensores 
	del biodiésel", agrega.
	
	En opinión de Mejía, las 
	consecuencias de los monocultivos en general, y de la palma aceitera en 
	particular, son de orden político y cultural.
	
	 
	
	"Este tipo de megaproyectos 
	aumenta la concentración de la tierra en pocas manos y favorece la 
	continuidad de despojo territorial que han sufrido las comunidades indígenas 
	durante todas las épocas a partir de la llamada conquista española", estimó.
	
	Además, "modifican las 
	costumbres de variedad de cultivos que aportan y aseguran producción de 
	alimentos y que favorecen la riqueza natural de la tierra, contrario a las 
	consecuencias de los monocultivos", sostuvo.
	
	 
	
	"Si bien la situación de 
	Chocó es triste e indignante, por lo menos (sus habitantes) ya conocen lo 
	que está pasando, e incluso se han formulado denuncias públicas por parte 
	del Ministerio de Agricultura y el Ministerio Público", sostuvo Mejía.
	
	 
	
	La gravedad de esas 
	denuncias llevó al Ministerio de Agricultura a crear en abril una unidad de 
	investigación, según la cual "por lo menos 25.000 hectáreas aptas para el 
	cultivo de palma de aceite, (que habían sido) adjudicadas por el Estado a 
	comunidades negras, fueron adquiridas por particulares a través de títulos 
	ilegítimos".
	
	 
	
	Esa unidad detectó 
	adquisiciones ilegales en localidades con inmensas riquezas naturales, 
	marcadas en las últimas dos décadas por desplazamiento y muerte, como 
	Jiguamiandó y Curvaradó, en los municipios de Carmen del Darién y Belén de 
	Bajirá, en el noroccidental Chocó.
	
	 
	
	Según la Ley Segunda de 
	1959, la Cuenca del Pacífico es una reserva forestal. Además, la 
	Constitución de 1991 ordenó expedir una norma de reconocimiento de derechos 
	de las comunidades negras sobre tierras ancestrales, y la legislación 70 de 
	1993 estableció las "tierras comunales de los grupos étnicos" de esa zona.
	
	 
	
	En 2000, las resoluciones 
	gubernamentales 2801 y 2809 adjudicaron a las comunidades negras terrenos 
	baldíos en Curvaradó y Jiguamiandó, en los que hoy operan empresas dedicadas 
	a cultivos agroindustriales.
	
	La situación originó una 
	solicitud a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para la 
	protección de esos derechos de las comunidades.
	
	 
	
	En marzo de 2003, la CIDH 
	accedió a la petición, y en febrero de este año instó al Estado colombiano a 
	proteger a las comunidades desplazadas del Urabá chocoano.
	
	La zona está conformada por 
	105.000 hectáreas, y sobre 33.000 de ellas se dirime el conflicto entre las 
	comunidades negras, empresas privadas, el Estado y milicias paramilitares 
	ilegales, según el informe del Ministerio de Agricultura.
	
	 
	
	Pese a las constataciones 
	de esa cartera, la ampliación de cultivos de palma aceitera es fomentada por 
	el proyecto de Ley de Desarrollo Rural o Ley de Tierras, presentado por el 
	Poder Ejecutivo y aprobado en octubre por la Comisión Quinta del Senado. La 
	Cámara de Representantes podría tratarlo en el primer trimestre de 2007.
	
	 
	
	Acerca de las adquisiciones 
	ilegítimas de tierras, el procurador general Edgardo Maya dijo al semanario 
	El Espectador que son prácticas "ajenas a los derechos de los pueblos 
	indígenas y afrocolombianos y, por el contrario, pueden contribuir a 
	legalizar y legitimar conductas contrarias a sus derechos territoriales, en 
	varios casos con participación activa de grupos armados al margen de la 
	ley".
	
	 
	
	IPS procuró con insistencia 
	conocer la opinión de los cultivadores e industriales agrupados en Fedepalma 
	acerca de las denuncias, pero la única respuesta que obtuvo fue el envío de 
	información sobre los beneficios sociales y económicos de la producción de 
	biodiésel que, por otra parte, pueden ser consultados en el sitio web de la 
	entidad
	
	Por Helda Martínez
	
	IPS
	
	5 de diciembre de 2006
	
	 
	
	
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