Empezó la cuenta regresiva hasta el 18. Desde el 
primer momento, el escenario en Bella Center 
(sede oficial de la Cumbre del Clima) envía 
señales cada vez más esperanzadoras.
 
No sólo podría haber un tratado sino que incluso 
podría ser relevante. Es imposible seguir las 
apuestas: Estados Unidos promete 3 a 4 
por ciento, la UE,  20 por ciento, e 
incluso países clave como China o 
India no se quedan atrás, aunque hagan 
trampas en las cuentas, ya que seguirían 
emitiendo más aunque más eficientemente. 
 
Llueven las ofertas de cheques millonarios para 
el Sur aunque sin dar demasiados detalles a la 
espera del cierre apoteósico de la feria. La 
UE, por ejemplo, deja caer que pondría entre 
uno y tres mil millones de euros en ayudas, de 
aquí a 2012. Connie Hedegaard, la 
ministra danesa anfitriona y futura comisaria 
europea para el clima, se siente feliz porque 
vendrán al menos 110 jefes de estados o 
presidentes de gobierno y habrá muchos ministros 
de finanzas, ya que son los que al final 
“entienden” cómo deben ser los tratados.
 
El optimismo está ganando adeptos y el gobierno 
danés no ha dudado en convertir la bella 
Copenhague en nada menos que “Hopenhagen”, algo 
así como la “ciudad de la esperanza”. Y, sin 
embargo, algo va mal en la sala de máquinas. 
Yvo de Boer, el negociador en jefe de las 
Naciones Unidas, afirmaba también ayer que, para 
muchas sociedades, limitar el calentamiento 
global a máximo 2°C más en 2050 no les va a 
servir para nada. Bangladesh acaba de pedir al 
menos el 15 por ciento de los fondos para hacer 
frente al cambio climático. 
 
Su razón: si el nivel del mar creciera apenas  
un metro, más de 20 millones de habitantes (un 
15 por ciento de su población) se convertirán en 
refugiados ambientales. Para muchos estados del 
Sur (especialmente en el Pacífico, el Índico y 
el Caribe) el cambio climático no es una amenaza 
de futuro sino la cruda realidad ahora mismo. 
Traducido en cobertura de prensa, la victoria 
del Norte es llamativa: mientras la angustia de 
Bangladesh apenas atrajo a una veintena de 
periodistas, la de los Estados Unidos 
conseguía triplicarlos…
 
Las voces del planeta real empezaron a oírse 
también en el KlimaForum, la cumbre alternativa, 
una de las voces fundamentales del movimiento 
por una globalización justa, en un discurso 
inspirador, nos conminó irónicamente a ser 
realistas ante la nueva campaña publicitaria de 
los grandes líderes del mundo para generar 
optimismo prenavideño. Habrá acuerdo pero no 
justicia histórica: las transnacionales y el 
consumismo del Norte que han generado el 75 por 
ciento de las emisiones letales para el clima 
seguirán controlando los tiempos y las 
“soluciones”. 
 
Para Klein, la Cumbre del Bella Center es 
el resultado del mayor desastre que el 
capitalismo haya generado en la historia y no 
hay tiempo que perder, ya que estamos 
protestando contra el intento de privatizar la 
Vida en su conjunto. Los niveles de reducción 
propuestos son insultantes por su distancia 
respecto a lo que necesitamos (-50 por ciento 
para 2020, -80 por  ciento en 2050 para el 
Norte). Acusó a Obama de servilismo a las 
transnacionales y de estar creando auténticos 
“sumideros de esperanza” en lugar de apostar por 
la justicia climática. Porque la idea clave es 
la de “deuda ecológica” del Norte industrial con 
el Sur empobrecido del Planeta, el más poblado y 
donde, sin haber contribuido a ello apenas, se 
están produciendo las mayores catástrofes 
climáticas. Si no hay justicia climática, 
centenares de millones de personas se 
convertirán en emigrantes ambientales hacia el 
Norte. 
 
La activista canadiense nos recordó como en las 
paredes Washington D.C. puede leerse una pintada 
iluminadora: “Si piensas que la globalización es 
mala, imagínate el capitalismo”. Porque resolver 
la crisis climática, garantizar una atmósfera 
respirable para hoy y mañana, requiere que la 
red de iniciativas ciudadanas por otra 
globalización, que nació en Seattle en 1999, 
madure. Que profundice en las raíces de la mayor 
crisis ambiental y social vivida en la historia 
para poder avanzar juntos el Sur y el Norte 
hacia la justicia climática. Porque en 
Copenhague, en realidad, estamos juzgando al 
capitalismo. 
 
No hay que esperar milagros: aquellos que han 
“rescatado” a los especuladores financieros de 
la quiebra enterrando montañas de dinero público 
no van a rescatar el clima común de la humanidad 
del colapso. El legado de Copenhague tiene que 
ser éste: imaginar y promover una transformación 
radical, democrática y justa del sistema 
mundial. Sólo así tendrá sentido la esperanza.