Con Ricardo Carrere

Algo huele mal en Finlandia

  

Ricardo Carrere, integrante de la ONG Guayubira, viajó recientemente a Finlandia para conocer de primera mano el funcionamiento de las plantas de producción de celulosa. La información que obtuvo de diversas fuentes indica que la actividad de estas plantas radicadas en el país reconocido como el número uno en materia de protección ambiental, no sólo contamina sino que también afecta la salud de los pobladores de la zona. Lo que sigue es una síntesis de la entrevista con el técnico forestal recién llegado del país nórdico.

  

 

-A diferencia de los periodistas, legisladores y autoridades ambientales uruguayas que fueron a España y a Finlandia invitados por la española ENCE y la finlandesa Botnia a visitar sus plantas de producción de celulosa, usted viajó recientemente en forma independiente con este propósito a Finlandia.

-La mayoría de quienes viajaron invitados por las empresas volvieron con una visión positiva porque se les mostró una determinada realidad. En mi caso fui invitado por la Asociación Finlandesa para la Conservación de la Naturaleza. No me interesaba visitar las plantas porque ya estuve en muchas, sé cómo funcionan, y además en todas ellas los gerentes dicen cuán perfectos son los sistemas de efluentes y demás. Estaba buscando saber lo que dicen en este tema otros actores.

 

-¿Cuáles serían esos otros actores?

-Me interesaba tener la oportunidad de hablar con la gente local, de la zona del lago Saimaa, donde se ubican dos plantas del grupo económico de Botnia y otra del Estado. También hablé con quienes están haciendo el monitoreo de las emisiones de las empresas, y con los sindicatos, dado que en el momento en que fui había un conflicto, un lock-out patronal por lo cual las plantas no estaban funcionando.

 

-Usted volvió con una impresión muy diferente a la de quienes viajaron invitados por las empresas. ¿Por qué?

-En Uruguay Botnia dice “no se preocupen, nosotros somos los líderes del mundo en esto, no va a haber ningún impacto ambiental”. Además en la sociedad también está la idea de que los finlandeses son los número uno en la materia. Pero hasta mediados de los noventa la industria celulosa finlandesa destruyó el ambiente. Por eso toda la gente que vivió esa situación durante décadas dice que la actual es mucho mejor. Cuando les preguntaba por el olor -que Botnia dice va a haber una o dos veces al año- respondían que éste es permanente y una vez al mes es particularmente fuerte.

Muchas veces los habitantes locales no notan ese olor constante, pero es el comentario general de los visitantes. No hay que olvidar que esas plantas producen medio millón de toneladas, mientras que Botnia pretende instalar una en Uruguay que va a producir un millón, y la de ENCE medio millón más. A su vez las tres plantas de celulosa en Finlandia están en un radio de 40 quilómetros, mientras que acá las dos plantas estarían una al lado de la otra: los impactos que se dan en Finlandia en el entorno de cada una de las plantas acá se verían triplicados por la proximidad entre ellas. Con respecto al agua, las plantas finlandesas vierten sus efluentes al lago Saimaa, un gran lago que tiene corrientes de agua en distintas direcciones, y hay zonas que están protegidas por un montón de accidentes geográficos, lo cual no pasa en el río Uruguay, que va derechito para abajo. Y además, gran parte del año ese lago está congelado, entonces la contaminación va por abajo del hielo.

 

-¿Usted accedió a información que indica que el olor tiene consecuencias que van más allá de la simple molestia?

-En el Instituto estatal de Karelia del Sur sobre Alergia y Ambiente me dieron una cantidad de estudios que demuestran que las sustancias que provocan el olor eran precisamente las responsables de frecuentes casos de asma y problemas respiratorios. Si bien ahora la tecnología es más moderna, los componentes químicos del olor siguen siendo los mismos, con la diferencia de que antes se olían mucho más.

Las plantas de celulosa son cuestionadas porque emiten dioxinas, sustancias muy potentes que provocan, entre otras cosas, malformaciones y cáncer. En este aspecto fue que se centraron las campañas contra las plantas de celulosa en Estados Unidos, Canadá y Europa en la década del 80. Gracias a la presión social las empresas dejaron de usar cloro elemental, para empezar a blanquear con dióxido de cloro, el que afirman no produce dioxinas. Las dos empresas que se van a instalar acá van a usar esta tecnología, pero resulta muy curioso que mientras ENCE dice que se va a generar un cierto número de dioxinas, Botnia diga que no va haber nada de esto. Alguien miente y se me ocurre que no es ENCE. En el centro estatal de investigación finlandés, que estudia el tema del aire, pregunté por las dioxinas y me contestaron que nunca se monitorearon. La respuesta fue la misma en el centro similar que estudia el tema del agua. Una prueba de la contaminación es que debido al lock-out patronal todas las plantas de celulosa del país estaban paradas, y dos organizaciones hicieron una investigación que concluyó que el cierre había provocado la mejora de la calidad del agua del lago Saimaa.

 

-¿Cómo se explica que ninguna de las personas que visitaron las plantas en Finlandia haya entrado en contacto con esta problemática?

-Si a mí me hubiera llevado Botnia no habría podido contactarme con todas las personas con las que me reuní. Creo que el problema arranca ahí. Hablar con la gente de la zona te permite saber detalles clave. La empresa, por ejemplo, hizo una visita a una playa cercana a la planta de celulosa donde había mucha gente bañándose, y presentó eso como prueba de que el agua no está contaminada. Pero cuando fui a hablar con la gente de la zona me enteré de que esa es la zona de baños y que los efluentes de la planta van en la dirección contraria. Frente a la fábrica, a unos 4 quilómetros de distancia, hay una isla que unieron colocando tierra con una carretera, lo que formó una represa que impide que las aguas se mezclen.

 

-¿Botnia ha protagonizado episodios de contaminación en Finlandia?

-La gente del lugar todavía está furiosa con Botnia por algo que pasó en el verano de 2003. Para ellos el verano es sagrado porque dura menos de un mes, y justo cuando comenzaba hubo un accidente terrible en una de las plantas que contaminó todo y mató la pesca. Y la gente sigue furiosa principalmente porque el Estado no hizo absolutamente nada al respecto. Entonces, si en la propia Finlandia, que se supone es la número uno en materia ambiental, pasó algo así, no hay que fantasear mucho para saber lo que va a suceder en Uruguay.

 

-El pedido del gobierno argentino para que la Corporación Financiera Internacional del Banco Mundial no concediera el préstamo solicitado por Botnia generó que el gobierno uruguayo suspendiera la reunión de la comisión argentino-uruguaya encargada de analizar el tema de la instalación de las plantas sobre el río Uruguay. ¿Qué opinión le merece esta medida del gobierno uruguayo?

-El gobierno argentino tiene derecho a presionar para que no se le dé el crédito a Botnia porque tiene representación en la institución financiera. Frente a eso, el gobierno uruguayo no debe hacer absolutamente nada. ¿Cómo puede ser que el subsecretario de Medio Ambiente, Jaime Igorra, pida que le den el crédito a la empresa? Me parece triste que el gobierno uruguayo esté tomando partido así por una empresa, cuando es ésta la que tiene que salir a defenderse. En este tema lo que está en juego es qué tipo de país queremos. Los uruguayos votamos por el cambio. No nos sirve un país que esté dominado por monocultivos de árboles, de soja transgénica, de arroz. Eso no es un tipo de desarrollo que genere empleos. Hago mías las palabras de Eduardo Galeano cuando habló en la plaza Libertad en una manifestación organizada por Guayubira: no estamos contra el gobierno, sino que queremos ayudar al gobierno a gobernar.

 

Virginia Matos

Convenio Brecha/Rel-UITA

22 de Julio de 2005

 

Foto: www.finlandia.org

 

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