Desertificación:

Un reto planetario

 

 

La desertificación es uno de

los mayores desafíos medioambientales al que nos enfrentamos. Afecta ya a una tercera parte del planeta y amenaza la vida de 1.200 millones de personas de

todo el mundo.

 

 

Madrid ha sido la capital de la lucha contra la desertificación del planeta durante los trece días que ha durado la VIII Convención de la ONU. Dos mil asistentes de los 191 países de Naciones Unidas discutieron sobre un problema que, según este organismo internacional, afecta a 1.200 millones de personas en el mundo y es una amenaza real para la Tierra. Sin embargo, fueron trece días estériles de los que no salieron compromisos reales.

 

En la apertura, el Príncipe Felipe hizo un llamamiento para extender los derechos fundamentales al agua, al aire limpio o a los alimentos no contaminados a los más desfavorecidos, y alertó sobre las consecuencias que los patrones de consumo de unas regiones pueden tener en otras muy remotas y muy pobres.

 

La desertificación es uno de los mayores desafíos medioambientales a los que nos enfrentamos. Afecta ya al 41% de la superficie terrestre, según Naciones Unidas, entre 100 y 200 millones de personas en todo el mundo. Si no se ponen en marcha políticas globales para combatirla, 2.000 millones de personas, un tercio de la población humana, pueden perder la posibilidad de obtener alimentos, agua y otros servicios imprescindibles para la vida en los próximos años. El cambio climático y el fracaso de pasadas políticas han provocado que la situación se haya agravado hasta este punto. Serán inevitables las oleadas de refugiados. La ONU estima que la desertización puede provocar 50 millones de refugiados en busca de mejores condiciones de vida.

 

No hay territorios que se libren de este fenómeno. Se produce desertificación en Europa y en muchos países desarrollados, pero afecta en especial a los países más pobres. Las poblaciones africanas, huyendo de la desertificación, se mueven hacia el norte del continente. Se aplican ayudas en algunas áreas agrícolas para que la gente no se muera de hambre, pero en realidad no se aborda el fondo de la cuestión, que es recuperar las tierras y el medio natural. Las cuantiosas ayudas, en torno a 50.000 millones de dólares al año, pueden quedarse en meros parches si no se aportan soluciones reales. Es como echar el agua en un cesto.

 

La desertización es un fenómeno natural, pero la desertificación es un concepto que añade los procesos erosivos originados por la actividad humana. Depredamos nuestro entorno. Los desiertos crecen a pasos agigantados. Algunas regiones del trópico húmedo presentan tierras agrietadas por falta de lluvia. Zonas donde no eran frecuentes las lluvias, hoy sufren inundaciones incontrolables. Se pierde suelo fértil donde cultivar y se producen, cada vez más, fenómenos como incendios forestales, excesiva explotación y urbanización, etc. que agravan el proceso.

 

La Tierra es un organismo vivo. Cuando la contemplamos desde un avión podemos ver su relieve, sus vestidos de colores, azules de océanos y mares, verdes de bosques y praderas, arenas de regiones secas y desiertos. Los ríos parecen enormes venas por las que circula el agua y la vida. Nos las estamos cortando. Deberíamos cuidar mejor la salud de esta gran madre, de ello depende nuestra vida.

 

La ministra española de Medio Ambiente, Cristina Narbona, hizo hincapié en que luchar contra este problema supone un extraordinario desafío desde el punto de vista de los Derechos Humanos y no sólo desde la óptica medioambiental. "Los países deben mostrar más compromiso, recursos, con objetivos y plazos concretos para acabar con la desilusión y frustración que genera la actual pasividad en la lucha contra la desertificación", según el manifiesto que han elaborado organizaciones ecologistas de todo el mundo que han participado como observadores en la Conferencia.

 

Las ONG, que han solicitado ser incluidas en los procesos de negociación de la Convención, han sido muy claras en su diagnóstico: "la degradación de los suelos afecta a la seguridad alimentaria, incrementa la pobreza, dispara las migraciones internacionales a gran escala, los conflictos interregionales, la inestabilidad social, agudiza la inequidad de género y pone en riesgo la salud y bienestar de 1.200 millones de personas en más de 100 países".

 

Un modelo de desarrollo basado en patrones de producción y consumo insostenibles conlleva a la degradación de la tierra y el empobrecimiento en todo el mundo. El reloj no se detiene, tenemos la ocasión de frenar el deterioro de la Tierra. Para luego, es tarde.

 

María José Atiénzar

Centro de Colaboraciones Solidarias

25 de septiembre de 2007

 

 

 Foto: catie.ac.cr

 

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