El Protocolo de Kioto 
                          será una realidad a partir del próximo 16 de febrero. 
                          Con su entrada en vigor, el compromiso de los países 
                          industrializados de reducir sus emisiones de gases que 
                          contribuyen al calentamiento del planeta un 5 por 
                          ciento por debajo de los niveles de 1990 para el 
                          período 2008-2012, pasará a ser una obligación legal.
                          
                           
                          
                           
                          
                          Ha llevado más de siete años, el tiempo transcurrido desde 
                          que se adoptara el documento en la ciudad japonesa que 
                          le ha dado nombre, cumplir con los requisitos 
                          indispensables para hacerlo posible. Hacía falta que 
                          lo ratificara un mínimo de 55 países, cuyas emisiones 
                          conjuntas representaran el 55 por ciento de la 
                          polución mundial en 1990 y, al final, la llave la ha 
                          tenido Rusia. Con Estados Unidos, el mayor 
                          contaminador global, fuera del tratado, la adhesión de 
                          Moscú, que emitía el 17,4 por ciento de los gases 
                          contaminantes, ha permitido el despegue de Kioto, 
                          después de que 136 países, que sumaban un 44,2 por 
                          ciento de las emisiones globales, lo hubieran 
                          ratificado previamente.
                          
                           
                          
                          El camino que ha conducido a la entrada en vigor del primer 
                          tratado mundial para limitar la contaminación causante 
                          del cambio climático ha sido largo y lleno de 
                          obstáculos. La primera muestra de preocupación a 
                          escala mundial por este fenómeno de consecuencias 
                          imprevisibles se produjo en 1992 con la adopción del 
                          Convenio Marco de la ONU sobre cambio climático. En él 
                          se inscribe el Protocolo de Kioto, cuyo texto fue 
                          adoptado en diciembre de 1997 y abierto meses más 
                          tarde para su firma. Desde entonces Kioto ha sufrido 
                          constantes varapalos. El más serio de ellos en 2001, 
                          cuando Washington se desmarcó de la iniciativa, y 
                          aunque ese mismo año se consiguió que el tratado 
                          saliera a flote de las conferencias de Bonn y 
                          Marrakech, fue, para muchos, a un precio muy alto.
                          
                           
                          
                          Ambos encuentros sirvieron para crear la arquitectura 
                          fundamental del Protocolo: se ultimaron sus detalles 
                          legales y de funcionamiento y se abrió la puerta hacia 
                          su ratificación. Pero también sirvieron para 
                          consolidar e introducir algunos de los puntos más 
                          controvertidos del tratado: toda una serie de 
                          mecanismos que permitirán a los participantes deducir 
                          parte de las emisiones en sus países de origen.
                          
                           
                          
                          Es el caso, entre otros, del "comercio de emisiones" y de los 
                          "sumideros". El primero ofrece a los países 
                          industrializados la posibilidad de comprar su derecho 
                          a contaminar. En el supuesto de que superen su cupo de 
                          emisiones podrán evadir las sanciones comprando el 
                          equivalente a su exceso de contaminación a aquellos 
                          países que emitan gases por debajo de sus 
                          obligaciones. El segundo permite descontar de las 
                          emisiones el carbono absorbido por los sumideros como 
                          los bosques, tierras de cultivo u océanos.
                          
                           
                          
                          Los dos mecanismos han recibido duras críticas. El "comercio 
                          de emisiones" porque va en contra del espíritu de 
                          Kioto, al consentir que los países que puedan 
                          permitírselo sigan contaminando sin tener que hacer 
                          mayor esfuerzo por la conservación del planeta. En 
                          cuanto a los "sumideros", es la propia comunidad 
                          científica la que se ve incapaz de precisar cuanto CO2 
                          absorbe una hectárea de bosque, lo mismo que de 
                          estimar cuánto se libera con la tala, los incendios o 
                          la recogida de la cosecha. Las organizaciones 
                          ecologistas sostienen además que los "sumideros" hacen 
                          un flaco favor a la biodiversidad, puesto que 
                          estimulan la plantación de grandes extensiones de 
                          especies forestales de rápido crecimiento en 
                          detrimento de las autóctonas. Por otro lado, estudios 
                          recientes han demostrado que la capacidad de los 
                          océanos para absorber el carbono está disminuyendo 
                          debido a los cambios en las precipitaciones y a la 
                          evaporación.
                          
                           
                          
                          Estas limitaciones han hecho que aumenten las dudas ya 
                          existentes sobre el verdadero alcance de Kioto como 
                          medida para frenar el calentamiento del planeta. 
                          Expertos en clima vienen diciendo desde hace tiempo 
                          que su impacto será prácticamente nulo. La mayoría 
                          coincide en que para evitar las peores consecuencias 
                          del cambio climático haría falta una reducción del 60 
                          por ciento de las emisiones de gases globales, una 
                          cifra muy por encima del recorte del 5 por ciento que 
                          exige el Protocolo. Con todo, lejos de considerarlo 
                          inútil, lo valoran como un importante marco de trabajo 
                          para futuras negociaciones que, si fracasara, llevaría 
                          otra década reconstruirlo.
                          
                           
                          
                          A la hora de prever la futura repercusión que pueda tener el 
                          Protocolo, otro factor a tener en cuenta es el 
                          potencial contaminador de países superpoblados y de 
                          rápido crecimiento económico como China e India. Los 
                          dos lo han ratificado, pero, tratándose de países en 
                          vías de desarrollo, no están obligados a cumplir sus 
                          obligaciones, a pesar de que son países llamados a 
                          rivalizar con Estados Unidos en poderío contaminante.
                          
                           
                          
                          Descafeinado o inservible, revolucionario o esperanzador. Lo 
                          llamemos como lo llamemos, Kioto puede ser considerado 
                          el primer tratado ecológico mundial y ha llegado su 
                          hora. 
                          
                           
                          
                           
                          
                          
                          Iñigo Herraiz
                          
                          
                          Agencia de Información Solidaria
                          
                          31 
                          de enero de 2005