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En estos días se abre para Uruguay la oportunidad de 
discutir con calma cuál debería ser su estrategia 
minera. Un ingrediente ineludible en esa reflexión 
es aprender de los errores y éxitos de otros países 
que se dedican a la minería. 
  
A nuestra disposición 
están los vecinos tradicionalmente mineros, como 
Chile, Perú y Bolivia, a los que 
se han sumado, por ejemplo, Argentina y 
Colombia. Sin olvidar que Brasil es ahora 
un gigante minero, con una producción acumulada que 
supera a esos otros. 
  
Las comparaciones deben 
ser rigurosas, 
ya que lo que más interesa no es la clásica 
explotación subterránea, sino la llamada gran 
minería a cielo abierto, basada en enormes canteras. 
  
Dimensión Ambiental 
  
Comencemos por indicar que
en casi todos los casos, la fase inicial de las 
inversiones mineras es recibida con voracidad por 
los gobiernos centrales y locales. Pero a los pocos 
años se hacen evidentes los impactos sociales y 
ambientales. 
  
Por un lado se encuentran 
efectos directos. La megaminería a cielo abierto 
desemboca en una transformación radical de los 
ecosistemas originales, de gran extensión y larga 
permanencia.  
  
Es una remoción total del 
suelo, con todo su perfil orgánico, y la flora y 
fauna que allí se sostiene, junto con su subsuelo y 
el basamento rocoso. Por esto, la mejor analogía es 
entenderla como una "amputación ecológica". 
Un claro ejemplo son las enormes canteras de hierro 
de Carajás, en el nordeste de Brasil, donde todos 
los ambientes originales desaparecieron. 
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Toda esta problemática desemboca en que 
varios países estén comenzando a subir 
el umbral del deterioro que están 
dispuestos a aceptar a cambio de los 
beneficios económicos de exportar 
minerales. |  
  
Hay otros impactos 
directos, que van desde la acumulación de descartes 
de rocas, que ocupan superficies aún más grandes que 
las propias canteras, a los llamados embalses de 
"relave" para acumular las aguas contaminadas (un 
problema crónico en Perú, Bolivia y 
Chile).  
  
Es fundamental no olvidar los impactos generados 
después del cese de la producción en las canteras, y 
entre ellos el más temible es el drenaje ácido que 
compromete al agua. 
  
Paralelamente, están las 
consecuencias que podrían llamarse indirectas, 
originadas en las obras asociadas como los 
mineraloductos (por ejemplo, en Argentina el 
que posee la minera Alumbrera, ha sufrido 
roturas y derrames que devienen en contaminación), o 
la construcción de puertos (afectando ambientes 
costeros). 
  
No faltará quien sostenga 
que estos impactos son propios de países mucho más 
pobres que Uruguay, con inadecuada 
institucionalidad y malos controles ambientales, y 
que eso no sucederá aquí. 
Pero en Estados Unidos o Canadá también hay serios 
problemas ambientales, que no siempre se resuelven 
satisfactoriamente y, por lo tanto, terminan en 
duros conflictos ciudadanos. 
  
Toda esta problemática 
desemboca en que varios países estén comenzando a 
subir el umbral del deterioro que están dispuestos a 
aceptar a cambio de los beneficios económicos de 
exportar minerales. La novedad es que algunos 
entienden que esos impactos pasan a ser intolerables 
y deciden prohibir la minería a gran escala a cielo 
abierto (por ejemplo, Costa Rica acaba de 
hacerlo).  
  
Es más común que sean las 
autoridades subnacionales las que están imponiendo 
moratorias a la minería, como sucede con varios 
departamentos en Perú y provincias en 
Argentina. En esos casos el factor clave es que, 
después de la bonanza de la inversión inicial, son 
los gobernadores, alcaldes o intendentes los que 
terminan sufriendo los impactos y el descontento 
social y, por ello, optan por rechazar nuevos 
emprendimientos. 
  
Economía 
Ecológica 
  
Paralelamente, se debaten 
los aspectos económicos, los que también tienen una 
cara ambiental. En Uruguay parece estar 
dándose la curiosa confusión donde se trata el pago 
por la apropiación del mineral (canon o regalía), 
como si fuera un impuesto más. Esa es una posición 
equivocada.  
  
El canon minero responde a 
otra perspectiva conceptual, ya que es un pago que 
recibe una nación por un desprendimiento neto de un 
tipo de patrimonio que no es recuperable. Además, el 
enfoque de la economía convencional que acepta la 
sustitución entre distintos tipos de capitales no se 
puede aplicar aquí, ya que el dinero recibido no 
puede ser transformado en capital natural. 
Recordemos que es una "amputación ecológica" donde 
los recursos naturales perdidos no se regeneran o 
resucitan. 
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Los bajos costos de operación también se 
deben a que muchas veces no absorben los 
costos económicos de los impactos 
sociales y ambientales, al 
externalizarlos hacia la sociedad. Los 
problemas de la contaminación los deben 
pagar, por ejemplo, los gobiernos 
centrales o los municipios; algunos de 
esos costos, como los de combatir la 
acidificación del agua, son elevados.
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Actualmente, se apunta a 
aplicar tres tipos de instrumentos económicos sobre 
la megaminería.    
Además del canon, se 
encuentran los impuestos convencionales de la 
actividad empresarial, a los que se les suman los 
llamados impuestos a las ganancias extraordinarias. 
Estos últimos se imponen cuando se disparan los 
precios internacionales, y tienen finalidades como 
estabilizar la producción o aumentar la 
coparticipación en las ganancias en momentos de 
bonanza.  
  
Tengamos presente que el 
margen de rentabilidad promedio global para las 
industrias fue de 11,2 por ciento (2008/09), pero 
los sectores extractivos treparon a un 37,1 por 
ciento. 
Esto se debe a que las mineras tienen bajos costos 
de operación, recuperan la inversión rápidamente 
(por ejemplo, de 2 a 3 años en Perú), y navegan 
sobre los altos precios de las materias primas. 
  
Esos bajos costos de 
operación también se deben a que muchas veces no 
absorben los costos económicos de los impactos 
sociales y ambientales, al externalizarlos hacia la 
sociedad. Los problemas de la contaminación los 
deben pagar, por ejemplo, los gobiernos centrales o 
los municipios; algunos de esos costos, como los de 
combatir la acidificación del agua, son elevados.
 
  
Lo mismo sucede con las minas abandonadas por años. 
Por ejemplo, en Perú ya se contabilizan más de 5 mil 
minas fuera de operación, donde casi el 85 por 
ciento ya no cuentan con propietarios conocidos, y 
su costo de remediación ambiental puede ser estimado 
en casi 200 millones de dólares. 
  
Extractivismos 
  
El debate actual sobre el 
extractivismo no apunta a prohibir cualquier tipo de 
minería. Su objetivo es llevar adelante aquellos 
proyectos realmente necesarios, y aceptar únicamente 
los que cumplan con adecuadas exigencias sociales y 
ambientales. Por este tipo de razones, es útil 
distinguir tres tipos de emprendimientos: 
  
El llamado extractivismo depredador, posee impactos 
ambientales inaceptables, se externalizan los costos 
sociales y ambientales, las condiciones laborales 
son malas, y se expresa en una típica economía de 
enclave proveedora de materias primas, que no genera 
encadenamientos en las economías nacionales. 
  
El llamado 
extractivismo sensato tiene una escala menor, 
está bajo un control ambiental y social más 
efectivo, internaliza los costos sociales y 
ambientales dentro de la empresa que los genera, el 
canon es alto y se aplican impuestos sobre 
ganancias.  
  
Finalmente, un paso más 
adelante está el extractivismo indispensable, 
que cumple todas las condiciones del anterior pero, 
además, está directamente articulado con las 
economías nacionales, y orientado a un genuino 
desarrollo. 
  
Uruguay, por lo tanto, deberá escoger si se seguirá 
la senda de un extractivismo depredador o uno 
sensato. 
     
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