España

 

Nube tóxica sobre la Unión Europea

 

Lo inquietante es la negativa de los dirigentes de la UE a tomar nota de lo que pasa. Hay que escuchar a las voces de quienes se inclinaron por repudiar el tratado por entender que apenas permitía encarar el 'déficit democrático', ratificaba la quiebra de los Estados del bienestar, alentaba la competitividad y perfilaba una política exterior profundamente insolidaria.

 

El destino del tratado constitucional de la Unión Europea preocupa poco al ciudadano común. El resultado de los referendos galo y neerlandés ha abocado en la silenciosa y poco edificante cancelación de las consultas que, se intuía, podían conducir a nuevos rechazos.

Tres grandes respuestas han cobrado cuerpo ante este escenario. La primera afirma que aquí no ha pasado nada y que debemos actuar como si no se hubiesen celebrado las  consultas en Francia y Holanda. En el trasunto de esta percepción, traducida en una defensa casi militar del tratado, está la presunción de que, aunque no se expliquen de forma convincente, los dirigentes de la Unión nunca se equivocan. Debo confesar que cuando, un par de años atrás, me preguntaban si existía un plan B para preservar el texto, solía responder que naturalmente que sí. El terreno para que el plan B germine se ha ido labrando de la mano de un puñado de declaraciones que  reflejan la falta de inteligencia de sus emisores. Ahí están, por ejemplo, esos cálculos que computan los 'noes' registrados en los pocos países que han organizado referendos, y acopian, en cambio, la cifra bruta de los habitantes de los Estados cuyos parlamentos han ratificado sin consulta popular el tratado. Pero está también la sugerencia de que hay que aguardar a los resultados de las próximas elecciones francesas y holandesas. ¿Por qué no esperar también a conocer lo que votan los ciudadanos en los países que han ratificado el tratado? Si se impone el “aquí no ha pasado nada” se provocará una crisis aún más honda.

La segunda respuesta sostiene que hay que salvar, y sacar adelante, determinadas partes del tratado constitucional y tirar por la borda otras. Pero, ¿cómo debe actuarse? ¿Qué segmentos habrían de preservarse? ¿Existe un amplio consenso al respecto? ¿Es material y jurídicamente posible desgajar sin más, como algunos piden, la tercera parte del texto? Y, sobre todo, ¿quién ha de tomar las decisiones que hagan al caso? Una vez los ciudadanos han podido expresarse, ¿cómo casaría con ello una fórmula que devolviese la capacidad de decisión, en exclusiva, a las elites dirigentes? La imaginable celebración de nuevos referendos en Francia y Holanda, ¿no generaría la impresión de que se trata de colar, como sea, el tratado, y no levantaría, en paralelo, problemas en los Estados que ya han ratificado éste?

La tercera respuesta demanda que todo empiece desde cero, procurando no repetir los errores de la Convención y los desatinos de los dos últimos años. Aunque en términos democráticos, y conforme a la legalidad, éste es el único horizonte hacedero, no hay garantía de que el proceso llegue a buen puerto.

Lo realmente grave no es que las tres opciones descritas planteen problemas en algunos casos insorteables. Lo inquietante es la negativa de la elite dirigente de la UE a tomar nota de lo que pasa. ¿Por qué tantos se han preguntado por las razones del 'no' francés, y tan pocos, en cambio, por la normalidad del 'sí' español? Las razones del 'no' fueron variadas , pero hay que escuchar a las voces de quienes se inclinaron por repudiar el tratado por entender que apenas permitía encarar el 'déficit democrático', ratificaba la quiebra de los Estados del bienestar, alentaba la competitividad y perfilaba una política exterior profundamente insolidaria. Éstos, y no las minucias que rodean a las desventuras de un aciago tratado constitucional, son los problemas que acucian hoy a la Unión Europea.

 

Carlos Taibo*

CCS España

3 de enero de 2006


* Profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid

Ilustración: Rel-UITA

 

 

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