Hasta ahora el debate sobre los organismos 
genéticamente modificados -también llamados 
transgénicos- se ha centrado principalmente en 
los cultivos agrícolas y sólo en menor medida en 
los árboles genéticamente modificados. Esto es 
comprensible, dado que ya se están sembrando 
comercialmente cultivos transgénicos -por 
ejemplo maíz y soja- que están destinados a 
alimentar directa o indirectamente a los seres 
humanos, lo que constituye una amenaza potencial 
para su salud. 
 
Sin embargo, el hecho de que no se coman, no 
significa que los árboles transgénicos sean 
menos peligrosos. Por el contrario, los peligros 
que plantean los árboles transgénicos son en 
cierto modo más graves que los presentados por 
los cultivos de ese tipo, ya que los árboles 
viven más tiempo que los cultivos agrícolas, y 
esto significa que puede haber cambios no 
previstos en su metabolismo muchos años después 
de haber sido plantados. Por ejemplo, ya se está 
trabajando en árboles manipulados genéticamente 
para que no florezcan, con el supuesto objetivo 
de evitar la posible contaminación de árboles 
naturales con el polen de transgénicos. El 
problema es que nadie puede asegurar que, 20 o 
30 años después de plantados, uno de entre los 
miles o millones de árboles transgénicos no 
pueda florecer y contaminar a los árboles 
normales de la misma especie, volviendo a su 
descendencia estéril. El impacto que ello 
significaría sobre esa especie y sobre el bosque 
en su conjunto podría ser devastador.
 
Por otro lado, el polen de los árboles puede ser 
llevado por el viento a enormes distancias. Ello 
significa que los árboles transgénicos pueden 
fácilmente contaminar con su polen a árboles 
localizados a gran distancia y generar así 
graves impactos sobre los bosques. Por ejemplo, 
un pino radiata transgénico resistente al ataque 
de insectos plantado en Chile puede a la 
larga contaminar a los pinos de esa misma 
especie en su lugar de origen en los EE.UU., 
pudiendo exterminar a una amplia gama de 
insectos y generar graves impactos sobre las 
cadenas alimenticias vinculadas a los mismos.
 
En el caso de sauces y álamos, es conocida la 
capacidad de cruzamiento de distintas especies 
entre sí, por lo que una especie manipulada 
genéticamente podría contaminar a muchas otras 
especies y transmitirles características 
indeseables del punto de vista del 
funcionamiento de los ecosistemas. 
 
A pesar de las incertidumbres y de los riesgos 
potenciales, los científicos continúan jugando 
con los genes para “mejorar” los árboles. Por 
supuesto que lo que en realidad hacen es cambiar 
algunas de las características de los árboles 
para servir mejor los intereses de quienes 
financian su investigación -en particular 
grandes empresas vinculadas al sector forestal- 
de modo de mejorar la rentabilidad de los 
negocios involucrados. 
 
Pero desde una perspectiva biológica no hay 
mejora alguna. ¿Es un árbol con menos lignina 
mejor o peor que uno normal? Es claramente peor, 
dada la pérdida de fuerza estructural 
resultante, que lo hace susceptible de sufrir 
serios daños durante las tormentas de viento. 
¿Es una “mejora” un árbol resistente a 
herbicidas? No lo es, porque permite la 
fumigación extensiva de herbicidas, que afecta 
el suelo donde está el árbol, al mismo tiempo 
que destruye la flora local y repercute sobre la 
vida silvestre y la salud de la gente. ¿Qué 
utilidad puede tener un árbol sin flores, sin 
frutos y sin semillas para los seres vivos, 
incluyendo al ser humano? No proporcionará 
alimento a numerosas especies de insectos -entre 
los que se cuentan las abejas productoras de 
miel- pájaros y otras especies que dependen de 
las mismas para alimentarse. ¿Es una mejora un 
árbol con propiedades insecticidas? Es un 
peligro para muchas especies de insectos que a 
su vez son parte de cadenas alimenticias 
mayores. 
 
Desde una perspectiva socioambiental, los 
árboles transgénicos son un paso muy peligroso y 
es preciso analizar quienes los están impulsando 
y para qué. En ese sentido, la industria 
forestal ha sido históricamente la más 
interesada en adecuar los bosques -percibidos 
desde su visión empresarial como “desordenados” 
y “poco productivos”- a sus intereses 
comerciales. Se asignó entonces a científicos y 
técnicos forestales la tarea de “mejorarlos”. La 
respuesta fue establecer plantaciones de una 
sola especie en filas rectas equidistantes para 
así obtener la mayor cantidad posible de madera 
por hectárea. De ese modo los bosques y praderas 
comenzaron a ser progresivamente destruidos y 
reemplazados por monocultivos productores 
exclusivamente de madera. 
 
Pero eso no fue suficiente y los forestales 
tomaron diferentes medidas para “mejorar” esos 
monocultivos. El primer paso fue investigar 
cuáles eran los árboles más apropiados para cada 
país y para cada ambiente y seleccionar los que 
presentaran mejores cualidades para el propósito 
buscado: la producción de madera para la 
industria. La Organización de las Naciones 
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) 
tuvo un papel central a este respecto, en primer 
lugar definiendo a estos monocultivos como 
“bosques” y fundamentando la necesidad de 
promover la plantación de tales “bosques” en los 
países del Sur. Pero el papel de la FAO 
no se limitó a eso, sino que promovió la 
investigación sobre especies que consideró aptas 
para la plantación -en particular de eucaliptos- 
y fue uno de los principales vehículos para 
convencer a los gobiernos sobre la conveniencia 
de promover este tipo de plantaciones en sus 
países.
 
A partir de los resultados de las primeras 
plantaciones se fueron luego seleccionando las 
especies más aptas, teniendo sobre todo en 
cuenta rápido crecimiento, troncos rectos, pocas 
y delgadas ramas y madera adecuada para la 
industria. 
 
El segundo paso supuso la adopción gradual de 
todo el paquete de la Revolución Verde, también 
respaldado por la FAO: creciente 
mecanización de las tareas forestales, 
aplicación de fertilizantes químicos, 
agrotóxicos para combatir las plagas y 
herbicidas para evitar la competencia de otras 
plantas con los árboles plantados. 
 
La etapa siguiente fue la selección genética 
tradicional para “mejorar” el desempeño de las 
plantaciones en términos de rendimiento de 
madera, a la que pronto siguió la hibridación y 
clonación de los “mejores” árboles. Desde esa 
perspectiva reduccionista, obviamente la 
siguiente etapa era modificar los árboles 
genéticamente. 
 
Es importante señalar que la implantación de ese 
modelo crecientemente artificializado de 
plantaciones de árboles de rápido crecimiento a 
gran escala ha sido acompañado por la oposición 
cada vez más fuerte y extendida de las 
comunidades locales que resultaban afectadas por 
el mismo a causa de sus graves impactos sociales 
y ambientales.
 
Sin embargo, a pesar de dicha oposición y pese a 
los peligros potenciales resultante de la 
manipulación genética de árboles, los 
científicos siguen adelante en sus 
investigaciones, no sólo en el laboratorio y a 
nivel de ensayos controlados sino también en el 
campo, como ilustra el caso de China, 
donde ya se ha plantado bastante más de un 
millón de álamos transgénicos resistentes a 
insectos mediante la inserción de genes de una 
bacteria (Bacillus thuringiensis).
 
Pero la investigación no se limita a álamos, 
sino a una gran cantidad de especies (sauces, 
olmos, abetos, nogales, etc.), entre las que, 
como no podía ser de otra manera, se encuentran 
los favoritos de las empresas papeleras: 
eucaliptos y pinos.
 
Ello no es casual, porque precisamente la 
industria de la pulpa y el papel es una de las 
principales interesadas -y financiadoras- de la 
investigación en árboles transgénicos y aspira a 
sustituir sus actuales plantaciones de árboles 
“normales” -si es que las actuales plantaciones 
se pueden catalogar como “normales- con árboles 
transgénicos clonados que:
 
- crezcan más rápido
- contentan más celulosa y menos lignina
- sean resistentes a herbicidas
- sean resistentes al ataque de insectos y 
hongos
- sean resistentes a la sequía y las bajas 
temperaturas
- no florezcan
 
Al mismo tiempo, la industria de la celulosa -al 
igual que el sector de los combustibles- está 
también investigando las posibilidades de la 
manipulación genética de árboles y enzimas para 
la conversión de la celulosa en un combustible 
líquido -el etanol- que podría ser utilizado 
para sustituir el petróleo en el transporte. 
Ello podría resultar en la instalación de 
enormes plantaciones de árboles transgénicos 
-álamos, sauce, eucaliptos y otros- cuya madera 
sería transformada en celulosa y ésta a su vez 
convertida -con la ayuda de enzimas también 
transgénicas- en etanol.
 
La manipulación genética de árboles con esos y 
otros objetivos se está llevando a cabo en 
numerosos países industrializados, tales como 
Alemania,
Australia, Canadá, China,
España, Estados Unidos, 
Finlandia, Inglaterra, Japón,
Nueva Zelandia, Portugal y
Suecia. En América Latina,
Brasil y Chile son los países que 
están más involucrados en este tema. 
 
En el caso de Brasil, la investigación se 
ha centrado en el eucalipto y ya se han 
autorizado -con ciertas limitaciones- ensayos de 
campo con árboles genéticamente modificados de 
esa especie. En este caso, el objetivo central 
es el de proporcionar más, más barata y mejor 
materia prima para la industria de la celulosa 
para exportación. Es así que las características 
más buscados son: rápido crecimiento, mayor 
porcentaje de celulosa y tolerancia al herbicida 
glifosato.
 
En Chile, la investigación apunta a 
resolver dos problemas que afectan a las grandes 
empresas del sector forestal de ese país. Por un 
lado, manipular pinos para volverlos resistentes 
a un insecto que está atacando a las 
plantaciones (la polilla del brote). Por otro 
lado, modificar genéticamente a eucaliptos para 
hacerlos más resistentes al frío y poder así 
entonces extender las plantaciones -que están 
siendo activamente resistidas por los Mapuche- 
más hacia el sur del país y más arriba en la 
cordillera.
 
Sin embargo, es importante señalar que todas 
esas investigaciones, tanto dentro como fuera de 
la región nos conciernen a todos, ya que los 
árboles que hoy están siendo manipulados en 
Nueva Zelanda o en Chile o en 
cualquier otro país pueden ser pronto los 
árboles que se planten en Uruguay, o 
Colombia, o Sudáfrica o Indonesia.
 
Es importante que todos sepan que plantaciones 
de árboles transgénicos no harán más que 
exacerbar todos los impactos de los monocultivos 
actuales. En efecto, árboles de crecimiento más 
rápido agotarán el agua más rápidamente; habrá 
una mayor destrucción de la biodiversidad en los 
desiertos biológicos de árboles modificados para 
ser resistentes a insectos y no tener flores, 
frutos ni semillas; se destruirá el suelo a un 
ritmo mayor mediante el aumento de la extracción 
de biomasa, la mecanización intensiva eliminará 
aún más empleos y el aumento del uso de 
agrotóxicos afectará la salud de la gente y de 
los ecosistemas y se quitará el sustento a más 
comunidades que serán desplazadas para hacer 
lugar a todavía más “desiertos verdes”.
 
Es por ello fundamental que todas las 
organizaciones y comunidades que hoy se oponen a 
la expansión de los monocultivos de árboles se 
incorporen a la lucha contra los árboles 
transgénicos para evitar que esa amenaza se 
convierta en realidad. En ese sentido, una serie 
de organizaciones han iniciado una campaña 
internacional para la prohibición de la 
liberación de árboles transgénicos, a la que se 
pueden incorporar 
todos quienes se interesen en esta 
actividad. 
 
WRM
24 de enero de 2008