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En Uruguay se 
siembran ampliamente dos cultivos transgénicos: 
la soja y el maíz. Mientras toda la soja 
sembrada es transgénica, en el caso del maíz se 
siembran tanto maíces convencionales (híbridos y 
criollos) como dos tipos de maíz transgénico (Mon 
810 y Bt11). Paulatinamente los cultivos 
transgénicos han ido desplazando a otros 
cultivos agrícolas, siendo en este momento la 
soja transgénica el que ocupa la mayor extensión 
de hectáreas cultivadas. 
  
En la zafra 1999/2000 la superficie sembrada de 
soja transgénica llegó a menos de 9.000 
hectáreas. Sin embargo, el área sembrada creció 
vertiginosamente en los años siguientes, 
llegando a las 863.158 hectáreas durante la 
zafra 2009/10. 
  
En relación al maíz, la Dirección de 
Estadísticas Agropecuarias (DIEA), registró 
durante la zafra 1999/00 42.300 hectáreas y en 
el zafra 2009/10 la superficie fue de 96.026 
hectáreas sembradas de este cultivo, siendo 
probable que gran parte de ese crecimiento sea 
atribuible a la siembra de maíz transgénico. 
  
El misterio del 
maíz 
  
Sin embargo, es importante señalar que en el 
caso del maíz no es posible saber cuantas son 
las hectáreas sembradas con maíz transgénico. 
Ello se debe, por un lado, a que al momento de 
llevar a cabo las encuestas, la DIEA no pregunta 
al productor si el maíz sembrado es o no 
transgénico. O sea, que la DIEA no dispone de 
dicha información. Por otro lado, porque el 
organismo encargado de llevar el registro de 
todos los sitios donde los maíces transgénicos 
son sembrados es la Dirección Nacional de Medio 
Ambiente, (DINAMA), no está en 
condiciones de hacer pública esa información.
 
  
Lo anterior requiere una explicación. La 
DINAMA posee la información, sitio por 
sitio, del área sembrada con maíz transgénico. 
De acuerdo con la ley 18.381, dicha información 
es pública. La DINAMA está de acuerdo con 
revelar dicha información. Pero hay un escollo, 
que se llama Cámara Uruguaya de Semillas (CUS), 
que se opone a que la misma sea difundida y 
hasta ahora lo ha logrado. Dada la situación, 
cabe preguntarse quién tiene mayor poder de 
decisión en las políticas públicas: ¿un 
organismo del estado como la DINAMA o un 
organismo privado como la CUS? 
  
Los impactos
 
que no muestran 
las estadísticas 
  
Las cifras difundidas por la DIEA 
muestran claramente el aumento de las áreas 
sembradas con estos cultivos, pero las mismas no 
muestran los impactos que se están generando. 
  
Las consecuencias de este nuevo modelo son 
ampliamente reconocidas hasta por los 
gobernantes, como es el caso de la 
concentración y extranjerización de la tierra. 
Sin embargo, no existe voluntad política para 
revertir el fenómeno y solo se ha mencionado que 
no se permitirá la venta de tierra a estados 
extranjeros, aunque sí a empresas privadas 
extranjeras, por lo que el proceso continuará 
como hasta ahora. 
  
Por otro lado este modelo agroexportador resulta 
en la expulsión de pequeños productores de sus 
campos y en la desaparición de sus chacras. Son 
dos modelos de producción totalmente 
antagónicos, que no pueden coexistir y donde el 
más poderoso termina eliminando al más débil. 
  
Esta agricultura industrializada tampoco genera 
empleos. Muy por el contrario, se trata de un 
tipo de producción realizado por maquinarias, 
ocupando entre 2 a 3 personas cada mil 
hectáreas, agudizando, de esta forma, aun más la 
pobreza del país.  
  
El uso masivo de agrotóxicos está íntimamente 
enlazado con los cultivos transgénicos, y por 
ende resulta en graves impactos de contaminación 
del agua y el suelo, destrucción de la flora y 
fauna y afectación de la salud de las personas. 
  
Y más 
transgénicos 
  
Entre agosto y diciembre del 2009 se autorizaron 
nuevos maíces y soja transgénicos con el 
objetivo de ser “evaluados” y seguramente pronto 
serán autorizados para ser comercializados y 
sembrados en el país.  
  
A su vez, en esas mismas fechas se autorizó una 
nueva variedad de soja transgénica para ser 
sembrada en Uruguay y para exportar las 
semillas resultantes hacia Estados Unidos, 
modalidad que probablemente se vuelva a realizar 
este año. Aunque parezca (y sea) contradictorio, 
esas semillas de soja, producidas 
en Uruguay, no están 
autorizadas para comercializarse en nuestro 
país, sino que deben ser exportadas. Sin 
embargo: ¿cómo será posible controlar que 
todas las semillas sean exportadas y no 
quede ninguna en los rastrojos? ¿Qué pasa con 
estos residuos no aprobados? 
¿Habrán quedado esparcidos en los campos como 
recuerdo de lo no aprobado? 
  
Tema de toda la 
sociedad 
  
En distintas instancias, la población ha 
manifestado su oposición a los cultivos 
transgénicos. En el 2003 se opuso masivamente a 
la autorización del maíz transgénico. Sin 
embargo, las autoridades hicieron caso omiso a 
tal oposición, argumentando que la información 
para aceptar su evaluación era suficientemente 
adecuada. Vale enfatizar que dicha información 
fue aportada por las propias empresas que 
solicitaron su autorización. 
  
Las empresas han sido históricamente quienes han 
definido qué producir y dónde hacerlo. Sin 
embargo, los impactos resultantes perjudican a 
toda la población y ésta no es escuchada por los 
gobernantes; muy por el contrario, en pos de un 
país “productivo” se lo está destruyendo a ojos 
vistas.  
  
Al momento de definir el modelo al que se 
apuesta, es obvio que se trata de un tema de 
toda la sociedad. Sin embargo, algo que 
parecería ser tan obvio no lo es en la práctica. 
Es así que los reclamos de las comunidades 
directamente afectadas (productores familiares, 
apicultores, pescadores, poblaciones que han 
tenido que convivir con fumigaciones áreas y 
terrestres y sufrir las consecuencias de estas 
aplicaciones), aun siguen sin ser atendidos.
 
  
Como modo de evitar los impactos a nivel local, 
se ha reclamado el establecimiento de zonas 
libres de cultivos transgénicos, por 
considerárselo un derecho de las comunidades. La 
respuesta sigue siendo que la “coexistencia” 
entre cultivos transgénicos y convencionales es 
posible. No se ha tomado en cuenta que la 
“coexistencia” no es posible si uno de los 
actores involucrados no está de acuerdo, tal 
como lo han manifestado distintos sectores de la 
población.  
  
En el cierre de la Expo Prado 2010, el ministro
Aguerre dijo que “Uruguay es el 
país más agropecuario del planeta y que alcanzó 
siete años de crecimiento excepcional, con una 
producción capaz de alimentar a 60 millones de 
personas”. Frente a esta declaración, cabe la 
preocupación de si no se estará yendo demasiado 
rápido y en el afán de alimentar a tantos 
millones de personas, el país vaya a dejar sin 
alimento a su propia población. 
     
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