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Varios medios publicaron la semana pasada un aviso de página 
entera y a todo color en que Monsanto -la compañía que se 
hizo tan conocida como odiada por fabricar el agente naranja 
con que Estados Unidos fumigó a Vietnam- anunciaba 
triunfante que había recibido autorización del gobierno de 
Uribe para sembrar el país con maíz transgénico. 
  
Se entiende el despliegue después de que un tribunal de Lyon 
(Francia) la condenó por el delito de “publicidad 
engañosa”: el glifosato, también llamado el “Perfume de la 
Muerte”, no es biodegradable como dice la etiqueta del 
veneno. Al mismo tiempo, El Espectador informaba que 
el gobierno había ordenado sacar del mercado todos los 
productos derivados de la hoja de coca, invocando la 
Convención Única de Estupefacientes, impuesta al mundo por
Estados Unidos en 1961 que, por lo demás, ya 
no está vigente.  
  
Hay una curiosa y perversa coincidencia en estos hechos. 
Monsanto vende al gobierno colombiano miles de toneladas 
del glifosato con que se fumigan cultivos lícitos e ilícitos 
de los campesinos. Digo coca y amapola, pero también yuca, 
plátano, maíz, arroz, caucho. El efecto real de la 
fumigación no es la disminución de la coca. Está demostrado, 
por agencias oficiales gringas, que los cultivos se 
desplazan, pero la oferta de cocaína no merma. Es como matar 
dos pájaros de un tiro Por un lado, mantienen viva la 
guerra contra las drogas; y por otro, obligan a los campesinos a desocupar sus 
tierras, que de hecho caen en manos de hacendados. Una 
especie de ley de gravedad social. Monsanto sigue 
vendiendo sus venenos, mientras el gobierno les prepara el 
campo para venderles a los terratenientes la línea de 
transgénicos: maíz, arroz, soya, algodón, y, sin duda en 
pocos días, a los campesinos también la yuca y el plátano.
 
  
En el futuro próximo, los agricultores, grandes y pequeños, 
tendrán que comprarle todas las semillas a Monsanto 
porque los transgénicos tienen patente, lo que equivale a 
decir que por la derecha, la transnacional del agente 
naranja ganará con cada cosecha porque los cultivadores han 
perdido el derecho a reproducir su propia semilla. Mientras 
todo esto sucede, el gobierno seguirá fumigando con 
glifosato, o Roundup, marca registrada por Monsanto.
 
  
El gobierno no se ha limitado a fumigar con veneno las zonas 
de colonización, los parques nacionales, los resguardos 
indígenas y hasta las fronteras del país. Parecería estar 
cumpliendo un contrato con un afán verdaderamente maniático. 
Ahora persigue a los indígenas del Cauca no sólo con las 
avionetas y con los matones de los escuadrones antimotines, 
sino con funcionarios de corbata y gel que confiscan los 
productos de una empresita creada por indígenas del Cauca 
para fabricar té, galletas, dulces y una gaseosa llamada 
Coca-Sek. Detrás de tan arbitraria medida -es fácil 
sospecharlo- está, sin duda, la Coca-Cola. No está 
lejos este gobierno de meterle la mano al “mambeo” (mascar 
hojas de coca) que es, con la tierra, el lazo más fuerte de 
la tradición y la identidad de los indígenas. O sea, los 
indígenas no pueden cultivar la tradicional mata de coca, 
tienen que cultivar maíz transgénico. Monsanto les 
vende las semillas “las 24 horas del día y los siete días a 
la semana”. 
  
  
Alfredo 
Molano Bravo 
El 
Espectador 
30 de 
marzo de 2007 
  
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