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Seguramente Gilles Eric Seralini, el biólogo que condujo una investigación de largo plazo que tendía a probar la toxicidad del maíz transgénico NK 603 de Monsanto, hubiera querido que las evaluaciones que realizaron de su trabajo dos agencias estatales francesas confirmaran en un todo sus conclusiones. No fue así, pero el científico francés se dijo de todas maneras satisfecho: las dos instituciones reconocieron que su reclamo de investigaciones independientes, transparentes y públicas sobre los OGM tienen fundamento y que hasta ahora nunca fueron realizadas.

 

 

El lunes 22 se conocieron finalmente los esperados informes de la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria (ANSES) y del Alto Consejo de Biotecnologías (ACB), encargados por el Estado francés de evaluar la investigación de un equipo de la Universidad de Caen dirigido por Seralini.

 

Las dos agencias coincidieron en afirmar que el trabajo de Seralini, que pretendía demostrar el alto nivel de toxicidad del maíz NK 603 tenía deficiencias metodológicas y sus conclusiones eran forzadas.

Los industriales, los lobistas de los OGM tienen todo que perder de que se realicen estudios de largo plazo, serios, transparentes, independientes. Hasta ahora habían logrado, con complicidad de algunas instituciones estatales y regionales, ocultar los riesgos de estos productos

 

Pero las dos instancias estatales franceses le reconocieron a ese trabajo el mérito de haber sido el primero en realizar un estudio a largo plazo sobre un OGM y sobre todo admitieron que lo avanzado por Seralini y los suyos era suficientemente sólido, aun sin ser concluyente, como para plantearse interrogantes serios no sólo sobre la variedad de maíz estudiada sino sobre los organismos genéticamente modificados (OGM) en general.

 

Más aún: ambos coincidieron en admitir la pertinencia de uno de los reclamos más antiguos de Seralini: la realización de estudios “independientes, de largo plazo [durante toda la vida de los cobayos utilizados y no sobre unos pocos meses] y transparentes” sobre los OGM, y que esos estudios sean realizados con fondos públicos y sus resultados difundidos.

 

Tanto la ANSES como el ACB, sobre todo la primera, opinaron que si bien la investigación dirigida por Seralini es “insuficiente” para rebatir trabajos anteriores que habían asegurado la inocuidad de los transgénicos, las condiciones de realización de estos últimos dejaban mucho que desear: habían sido llevados a cabo a pedido de las propias empresas productoras de los OGM y financiados por ellas, no se conocían detalles básicos sobre la metodología utilizada y la duración de los estudios era demasiado corta.

 

Progresos, pese a todo

 

Seralini tomó las resoluciones como un progreso, aun si lamentó el comportamiento “desparejo” de ambas instituciones en esta temática. “Uno de los criterios tomados en cuenta para invalidar nuestro trabajo, el de su débil potencia estadística, no fue considerado al evaluar el estudio de Monsanto sobre el NK603, que se realizó sobre una base estadística mucho menor que la nuestra”.

 

“De todas maneras hubo un gran paso adelante: el reconocimiento oficial de la necesidad de investigaciones independientes y transparentes, llevadas a cabo con fondos públicos, que extrañamente hasta ahora han brillado por su ausencia.

 

También, que sobre los OGM y su pretendida inocuidad nada se sabe y que las dudas planteadas son razonables. A mí esto me bastaría para prohibir, mientras esos estudios de fondo son realizados, la comercialización de alimentos y productos cuyo efecto sobre la salud humana y el ambiente se ignoran, por un elemental principio de precaución”, dijo el biólogo.

 

Las evaluaciones de la ANSES y la ACB francesas han dado de hecho argumentos tanto al campo de los pro como de los anti OGM y no han modificado los alineamientos entre los científicos, profundamente divididos sobre el tema. Con una ventaja relativa para los segundos, si se tienen en cuenta las fundamentaciones de los dos organismos sobre la urgencia de determinar “a ciencia cierta” si los OGM son o no inocuos y sobre la ausencia de estudios serios que permitan concluir al respecto.

 

Según la revista parisina Le Nouvel Observateur, las dos agencias francesas citan un trabajo del investigador catalán José Domingo, del Laboratorio de Toxicología y de Salud Ambiental, que en 2006 y en 2010 analizó las investigaciones disponibles a nivel internacional sobre el nivel de toxicidad de los OGM.

 

En un artículo publicado en la revista Environnemental Internacional, Domingo apuntaba: “quince años han transcurrido desde la introducción de plantas genéticamente modificadas en la alimentación, y nuevos OGM se han ido agregando a los primeros. (…) La ausencia de estudios toxicológicos publicados sobre los efectos indeseables de los OGM sobre la salud humana era en el año 2000 particularmente evidente.

 

En 2006 (…) reexaminamos la literatura científica, y el número de referencias encontradas en las bases de datos seguía siendo sorprendentemente limitado”. Y lo sigue siendo ahora.

 

Interrogándose sobre las razones de esta ausencia, Seralini piensa volver a la carga. Por lo pronto, obtuvo la autorización de la ANSES para acceder a los análisis encargados por las transnacionales sobre los productos que ellas mismas fabrican, hasta ahora protegidos por el “secreto industrial”. En paralelo, divulgará “datos brutos” de su propio estudio, “para poder comparar unos y otros”.

 

Lento pero seguro

 

“Paso a paso, tal vez más lentamente que lo deseable, se logrará a pesar de todo ir avanzando en el conocimiento de un tema de primer orden sobre el cual hasta ahora gigantescos intereses económicos han pretendido mantenernos en la más absoluta oscuridad”, dijo otro de los integrantes del equipo de Caen.

 

Poco antes de la divulgación de los estudios de las dos agencias francesas, se había difundido otro, de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, EFSA.

Sus conclusiones eran similares, en cuanto a la “insuficiencia” del estudio de Seralini, a las que llegaron la ANSES y el ACB, pero mucho más taxativas y no había en ellas ni una pizca de duda sobre la inocuidad de los OGM.

Valió la pena todo el trabajo que nos hemos tomado. Se dio un paso fundamental: colocar el tema, al fin, en la discusión pública, después de casi 20 años de convivir cotidianamente con productos de los que muchos no quieren que se hable. El silencio, esperemos, se ha roto

 

Pero pronto ese estudio cayó en el olvido, cuando quedó al descubierto que la supuesta composición independiente del panel que analizó la investigación de Seralini no era tal, y que en él revistaban científicos ligados a las empresas semilleros.

 

No tan curioso

 

Una curiosidad del caso fue la reacción de la Asociación Francesa de Biotecnologías Vegetales, un puntal del lobby pro OGM en su país, que se dijo preocupada por las conclusiones de la ANSES y el ACB.

 

“La propuesta de [los dos organismos públicos] de realizar un nuevo estudio de largo plazo sobre el maíz NK 603 puede en el fondo causar inquietud en los consumidores” sobre los efectos de los OGM, se quejó la asociación.

 

“Ahí está el meollo del asunto: los industriales, los lobistas de los OGM tienen todo que perder de que se realicen estudios de largo plazo, serios, transparentes, independientes. Hasta ahora habían logrado, con complicidad de algunas instituciones estatales y regionales, ocultar los riesgos de estos productos. Si los estudios que se reclaman se hacen, les será más difícil seguir por la misma senda”, dijo Philippe Colin, de la Confederación Campesina de Francia.

 

El estudio de Seralini, con todos los defectos que haya podido presentar, “tuvo además el inmenso mérito de poner en cuestión algo que jamás había sido examinado con atención: la combinación de OGM con plaguicidas como el Roundup, también fabricado por Monsanto”, agregó Colin.

 

“El debate ha progresado: ha salido del círculo de los especialistas y ha puesto de manifiesto la insuficiencia flagrante de los estudios realizados por los industriales en cuanto a los efectos a largo plazo de los OGM”, comentó por su lado Anaís Fourest, de Greenpeace.

 

Y Seralini apuntó: “Valió la pena todo el trabajo que nos hemos tomado. Se dio un paso fundamental: colocar el tema, al fin, en la discusión pública, después de casi 20 años de convivir cotidianamente con productos de los que muchos no quieren que se hable. El silencio, esperemos, se ha roto”.

 

 

 

En Montevideo, Daniel Gatti
Rel-UITA
31 de octubre de 2012

  

  

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