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Por sus derechos, otra vez en el camino

La marcha sin retorno

El asfalto quema los pies en esta ruta por la que marcharán por cuarta vez los bananeros enfermos a causa del fungicida Nemagón, producido y aplicado durante los años 60 y 70 sin ninguna medida de seguridad por las transnacionales estadounidenses del banano. Cerca de mil personas partieron a las 4 de la mañana del domingo 20 de febrero en la “Marcha sin retorno”, y el número aumentará con el pasar de los días.

 

En los últimos 70 kilómetros la carretera que conduce a Chinandega es una larga tira de asfalto que atraviesa la seca explanada del occidente nicaragüense. Tierra en un tiempo revestida de bosques y hoy transformada en una extensión desierta y amarilleada por la estación veraniega. Desde hace años los bosques han ido retrocediendo ante el avance de los cultivos de algodón, de ajonjolí, luego de las bananeras y, sobre todo, de la ganadería.

Las multinacionales todavía se niegan a pagar la indemnización que reclaman millares de ex trabajadores y trabajadoras del banano para costear tratamientos médicos o, en los peores casos, para dejar en herencia a sus esposas, esposos e hijos después de su muerte.

 

Según Victorino Espinales, presidente de la asociación de ex trabajadores y trabajadoras del banano afectados por los efectos del Nemagón (Asotraexban), “se trata de una lucha social, no sólo de resistencia, pero también y sobre todo de propuestas concretas. Una lucha contra el poder de las multinacionales, contra un gobierno insensible que se ha tragado constantemente las promesas y una Asamblea Nacional que no ha querido insertar en el Presupuesto de la República las ayudas económicas por los gastos sanitarios y por una pensión vitalicia que, los bananeros, necesitan desesperadamente. Será la ‘Marcha sin retorno’. O acogen nuestras solicitudes o moriremos allí."

 

Cuarto día

 

León, hora 5:15 am. Viajamos velozmente para alcanzar la cola de la larga fila de bananeros. Sabemos que han salido a las 3 de la mañana de este cuarto día de marcha y después de poco empezamos a divisar las primeras personas que se han quedado atrás con respecto al grueso del grupo.

 

No hay protección de la Policía y algunos bananeros caminan fuera de la raya de emergencia, en la oscuridad más total y a pesar de las máquinas y los camiones que pasan demasiado cerca.

 

Bajamos del carro. Saludos. Alguna risotada y gente que se acuerda perfectamente de nosotros, “de los italianos" que desde hace años acompañan su lucha.

 

La marcha continúa a un paso sorprendentemente veloz y resulta difícil aguantar el paso. Parecen no pesarles los 60 kilómetros ya recorridos y la larga etapa de ayer, de casi veinte kilómetros, para respetar los planes de entrar a Managua el 2 de marzo próximo.

 

El silencio es poblado por un ligero hormigueo, quebrado por algún golpe, alguna risotada; el ánimo es alto, se ve, se siente. No hay necesidad de palabras porque, a veces, el silencio es más fuerte que muchas palabras.

 

Marchamos con ellos durante varios kilómetros, mientras rápidamente el amanecer va derrotando a la oscuridad y el cielo del occidente nicaragüense se colorea de un rosado típico del verano tropical.

 

Me acerco a José Calderón Castro, Mirlo Antonio Urrutia Silva y Guillermo Antonio López, con los cuales intercambio un cigarrillo que rápidamente desaparece en el bolsillo, en reserva, para fumarlo una vez llegados al lugar donde acamparán.

 

“Ayer, durante el día, fuimos a visitar a dos compañeros que están muriendo. Les falta poco. Son personas que trabajaron en el riego de las bananeras y estuvieron en constante contacto con el Nemagón. A uno ya le han cortado una pierna y ahora es al final,” relataron.

 

Llegamos al punto donde acamparán. La gente se detiene y se dispersa enseguida para colgar sus hamacas en los árboles, cercanos, hamacas que también serán sus camas por esta noche.

 

Nos confundimos entre la gente. La moral es alta y se percibe que la gente es consciente de lo que está haciendo, aunque el cuerpo no responda como quisieran. Muchos están cansados y un anciano, a quien le aconsejaron no venir pero que no quiso escuchar razones, está vomitando por el esfuerzo.

 

Un poco más allá otra persona se afloja cerca de un árbol, con las piernas temblorosas, casi desmayándose. Le llevan agua y se restablece lentamente.

 

La historia de Paula Olivia

 

Está tendida sobre una hamaca, cerca de su marido. Agotada por el largo camino. Sobre su cuerpo, pero más que nada en sus pies, se ven los efectos del Nemagón después de 8 años pasados en las bananeras.

 

Paula Olivia Zúñiga López habla con calma y se descubre el estómago para exhibir las manchas típicas de muchas personas que padecen los daños causados por el químico.

 

“He trabajado de 1972 a 1980 haciendo todo tipo de tareas, entre ellas el lavado del banano cubierto de Nemagón. El agua contaminada caía allí encima del cuerpo y sobre todo en los pies. Después de ocho años me fui porque ya no soporté la pesadez de aquel trabajo. Cobraba 1,15 córdobas la hora, y al final del interminable día de trabajo me quedaban dos dólares; una miseria. Hasta que no pude más, pero bien pronto han llegado los problemas físicos. Tengo dificultades muy serias en la vista, veo muy poco. Tengo dolores en los riñones y el estómago, y un seno cubierto de manchas. Fui operada de cáncer al útero y los pies se han deformado, se me parte la piel... mira como estoy...

 

El año pasado no pude venir a la marcha porque tenía los pies llenos de llagas, pero este año soportaré el dolor. Tenemos que ir hasta delante del gobierno y de los diputados para que nos den lo que nos han prometido y luego no han respetado. En los hospitales no hay nada, te dan la receta y luego no hay medicinas..."

 

Noveno día

 

Están casi al final de su viaje, pero al principio de una aventura de resultados inciertos. El grupo de bananeros ya lleva una marcha de nueve días y se perciben claramente las consecuencias: fuertes dolores, casi deshidratados, con los pies llenos de ampollas, y al llegar siempre en la desesperada búsqueda de sombra bajo la cual tender las mismas hamacas.

 

Son cerca de 2 mil, muchos más que al principio. La mayor parte llegará entre hoy y mañana, antes de la entrada a Managua, y al final el número debería estabilizarse en unos 5 mil. No falta el buen humor. A pesar del cansancio siempre están listos para hablar, para comunicar, para ofrecer algo de lo poco o nada que tienen. Hablan y también bromean sobre las condiciones de sus pies. Una mezcla de desesperación, tenacidad y sentido de la autoironía que siempre deja pasmado a quien se acerca para hablar con ellos.

 

Uno de los líderes del Asotraexdan dice: “Hemos recibido la dolorosa noticia de que durante estos nueve días de marcha otras han muerto tres personas de las que no vinieron porque estaban muy mal. Con estos tres el número de esta matanza de la cual las multinacionales son responsables sube a 841, y sabemos que otro compañero de La Paz Centro está moribundo. Ya estamos teniendo una promedio de 100 muertos al año, y el porcentaje no puede sino aumentar porque estas enfermedades no se paran y nadie tiene los medios económicos para curarse”.

 

María de los Ángeles y sus fotos

 

La he visto muchas veces durante las marchas de los bananeros. También participó en la marcha del año pasado, junto al marido Pedro Lezama, de 65 años, pero tuvieron que regresar a Chinandega porque estuvieron muy enfermos, sobre todo él.

 

María de los Ángeles Hernández está sobre su hamaca, junto a un grupo de mujeres reunido alrededor del fuego sobre el cual hierve una olla con agua.

 

“Estamos haciendo un sopa. Una amiga acaba de pasar y me trajo un hueso, y con eso nos hacemos un sopa de res”.

 

Todas tienen caras cansadas, pero determinadas. Ahora María de los Ángeles está sola, su marido murió hace siete meses.

 

Decidió participar en la marcha por él. Saca una foto de un bolso y la enseña. Está ella, junto al ataúd de su marido. La lleva siempre consigo, y dice que la enseñará como testimonio de lo que han hecho el Nemagón y las transnacionales. Las mujeres se arriman y escuchan.

 

“Pedro trabajó en las bananeras desde los 15 años y allí permaneció durante treinta años. Hizo de todo. En 1985 abandonó el trabajo porque estuvo muy enfermo. Tenía el cuerpo cubierto de manchas, también en la parte genital, no veía casi nada y perdió el pelo. Sufría continuos vértigos y al final casi no podía caminar. Durante la última marcha tuvimos que volver a casa porque empezó a no retener la orina y se avergonzaba de mojarse constantemente, porque no teníamos cambios suficientes. Ha muerto lentamente, día tras día.

 

Yo trabajé ocho años y me enfermé. No quiero decirte qué enfermedad tengo porque me avergüenzo y porque hay otra gente que escucha, pero –indicándome la parte genital– son cosas graves. No hemos tenido nunca ninguna ayuda de parte del gobierno y muchos menos de parte de las empresas. Al contrario, ahora he tenido que endeudarme para poder hacerle un funeral a mi marido, y no sé cómo pagarlo. La única cosa que logro hacer es vender tomates y con eso me mantengo. La situación es difícil, pero después de muchos años de lucha, de marchas, de protestas, ha llegado el momento de exigir lo que nos corresponde. No sé por qué esta gente tiene el corazón tan duro. ¿Por qué no quieren ver los sacrificios que estamos haciendo y lo que estamos sufriendo? ¿Por qué, si tenemos razón? No ha muerto sólo mi marido sino otros centenares de personas, y estamos dispuestos a soportar en cualquier condición, bajo el sol, sufriendo el hambre, hasta que nos den una respuesta concreta”.

 

Al final me invitan a almorzar con ellos, a compartir lo poco que tienen como es normal en la cultura campesina, entre la gente pobre, donde si comen cinco pueden comer también seis.

 

Me alejo con la promesa de volver a vernos en la entrada a Managua, y les explico para qué servirán estas entrevistas, estas fotos: dar, en lo que se pueda, voz a quien no la tiene. Ponerles rostro a las palabras, a las historias.

 

Romper la costumbre de oír hablar de millares de muertos como si se hablara de cacahuetes y no de personas, cada uno con su propia vida, sus propios problemas, su propia familia. Enfrentar a las transnacionales, los gobiernos, los parlamentarios a sus responsabilidades. Hacer sentir que no están solos y solas, y parece que lo han entendido.

 

Último día de marcha

 

A las 7.30 de la mañana del 2 de marzo todo está listo para la entrada en Managua.

 

Poco antes del inicio llega la noticia de que otro compañero ha muerto en un hospital de Managua. Es la víctima número 842, y la gente se mira resignada.

 

Muchas de estas personas ya van por la cuarta marcha, los años que pasan y las enfermedades que empeoran, día tras día, han influido evidentemente en su resistencia.

 

Lo que no cambia es la determinación que trasluce cada palabra. La mente concentrada en el objetivo final es lo que respalda al cuerpo.

 

¿Que pasó, Julio?

 

Julio Rivera tiene 73 años, muchos de ellos pasados en las bananeras. Tiene la cara desfigurada por la enfermedad y sus manos ya han perdido la mayor parte de su color original. Es su cuarta marcha y mientras caminamos hacia Managua habla a duras penas.

 

“He trabajado durante los años 70. El Nemagón me ha afectado el hígado, los riñones, el páncreas y el sistema nervioso. Puedo comer muy poco porque me inflamo enseguida.

 

Durante el trabajo tiraban el químico con las bombas de riego y cuando íbamos a trabajar, nos mojábamos todos con este líquido que escurría de las plantas de bananos.

 

Tuve que irme porque estaba muy mal. Comenzaron a aparecerme unas manchas que se han extendido en todo el cuerpo y ahora mira en qué condiciones estoy...

 

Ya no trabajo, y de vez en cuando alguien me ayuda, pero ¿quién tiene el dinero para comprar las medicinas que necesito? Es la cuarta vez que vengo a marchar. Ha sido horrible, pesado, hemos comido poco, pero todavía estamos aquí. El gobierno firmó un acuerdo que no ha respetado y ahora volvemos para obligarlo a darnos lo que nos corresponde. Nos quedaremos hasta el final”.

 

“Nos quedaremos hasta el final”, esas son las palabras que se oyen más. Todos son conscientes de ello. Todos saben que se están metiendo en un callejón sin salida y que, esta vez, será la última, hasta las últimas consecuencias.

 

Las más de 4 mil personas que bajan hacia Managua bloquean todo el tráfico. Por suerte el cielo está nublado y no hace el calor intenso de los días pasados.

 

El presidente de la Asotraexdan, Victorino Espinales, habla ya de iniciativas fuertes que obliguen a diputados y gobierno a aceptar sus solicitudes: marchar desnudos, crucificarse, enterrarse hasta el cuello, resistencia civil. El poder de la desesperación frente a una clase política insensible e inepta. Exhibir la intimidad del deterioro humano para ser escuchados. Pero los bananeros saben que es una lucha titánica, contra el poder político y contra los monstruos de las transnacionales.

 

Pero, ¿qué tienen que perder? Ya están condenados a una muerte prematura. ¿Cuántos de estos rostros volveré a ver la próxima vez? ¿Cuántos irán a formar parte de las estadísticas de los asesinados por el Nemagón?

 

La marcha continúa y como siempre se acerca Virginia Cruz, presente en cada marcha y delante de los medios de comunicación para denunciar las atrocidades cometidas por las empresas.

 

“Estas heridas que ves en la barriga son debidas a una operación urgente que me han hecho hace 25 años para dar a luz a mi hijo. Mi barriga estuvo llena de líquido amarillo que apestaba, según los médicos estaba mezclado con el veneno que absorbí en la bananera donde trabajé por 30 años y desde que tenía 15 años. El líquido ha destruido a mi hijo que ahora no puede caminar, no puede levantar los brazos, no puede hacer nada. Está completamente aguado.

 

Hace cuatro días me hospitalizaron durante un día, pero hoy estoy aquí con los otros compañeros y compañeras. Mi marido murió tres años después del nacimiento de mi hijo, después de años de duro trabajo en las bananeras. Si sólo hubiéramos sabido lo que estaban haciéndonos con este químico hubiéramos dejado el trabajo, pero nadie nos dijo nada. Nosotros somos campesinos, no nos morimos nunca de hambre porque sabemos trabajar, y el Presidente de la República sabe perfectamente que sin los campesinos él no es nada. Necesita de nosotros porque somos los que cultivamos y damos de comer a este país. Nos piden el voto y luego, cuando están en el poder, nada les importa de cómo estamos. ¿No se avergüenzan por lo que están haciendo? Nos dicen que tenemos que remangarnos, pero hoy estamos aquí para remangar a los políticos, porque nosotros ya hemos trabajado por años y estos son los resultados que nos ha dejado el trabajo”.

 

La llegada

 

Por fin, como a mediodía, llegamos al destino. La gente acelera el paso para llegar primero y encontrar sitios decentes donde poder colocar las hamacas, los cartones como techo y los humildes equipajes. Es hora del almuerzo y con las primeras ayudas, los bananeros han organizado arroz y frijoles para todos. Todo el mundo se amontona y se pone en fila para recibir el plato que devoran en pocos segundos.

 

Otros empiezan a cocinar arroz o a tumbarse en la hamaca para descansar después de tanto caminar. Lentamente, lo que el año pasado fue denominado la “Ciudadela del Nemagón” retoma forma y consistencia.

 

Ahora empieza el verdadero desafío: la lucha con el gobierno y el Parlamento, lucha en la cual se tratará de sumar a las organizaciones de la sociedad civil, de los derechos humanos, a la sociedad en general y cruzar los confines de Nicaragua para que la lucha de los bananeros también sea un ejemplo a nivel internacional. Necesitan apoyo porque su lucha también es la de centenares de millares de personas que en América Latina mueren de hambre, de privaciones y de miseria cada día. Trabajadores de las bananeras, de la caña de azúcar, de las minas, del tabaco, del café, de las zonas francas, comunidades indígenas, organizaciones populares, explotadas por un sistema que enriquece a pocos en detrimento de millones de desheredados.

 

La atención del mundo ha abandonado estos lugares. Hace falta volver a dar voz a estas luchas; es necesario que el mundo vuelva a mirar hacia acá.

 

La “Marcha sin retorno” ha terminado. Ahora continúa la lucha por la vida, por la supervivencia y por la justicia.

 

 

En Managua, Giorgio Trucchi

Asociación Italia-Nicaragua

4 de abril de 2005

 

               

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