Estados Unidos

Wal-Mart quiere caer más simpático

 

Algunas decisiones judiciales, como la del pasado octubre, que le obligó a indemnizar a 183.000 trabajadores con 75 millones de dólares por no permitirles disfrutar de sus descansos obligatorios, ha contribuido a cimentar su pésima aureola

 

Wal-Mart está harto de no caerle simpático a nadie: ni a los consumidores, ni a los políticos, ni a sus propios empleados. Así que, para limpiar su cara estomagante y hacerla más seductora, acaba de lanzar una masiva campaña publicitaria de las que hacen historia.

 

En un anuncio televisivo de unos 60 segundos, el gigante de la distribución y primer empleador de Estados Unidos, con 1,3 millones de trabajadores, bombardea machaconamente la mente de los espectadores con varios mensajes: trata a la plantilla “como si fuese de la familia”, genera “miles de trabajos” y es una bendición celestial para el bolsillo su presencia en una ciudad. “Es como recibir una agradable subida de sueldo”, dice el corte publicitario.

 

Sólo el tiempo dirá si este contraataque de márketing será capaz de enmendar la tan sólida como pésima reputación que soporta. Lo único seguro es que Wal-Mart está entre la espada y la pared: acaba de dejar atrás uno de esos años empresariales para olvidar y el que viene por delante, con un Congreso demócrata y los sindicatos resurgiendo de sus cenizas, no promete alegrías.

 

Las ventas ya no son lo que eran. En noviembre, la facturación cayó por primera vez en una década, un 0,1%. Y, aunque en diciembre ha repuntado ligeramente, los años de vacas gordas de dos dígitos son cosa del pasado.

 

Las acciones tampoco quieren despegar. Desde que los títulos marcaron su pico en 1999, la cotización se mantiene prácticamente empantanada. Ni siquiera se ha podido beneficiar del empuje del Dow Jones en 2006, que ha pulverizado todos los récord.

 

A la hora de buscar las razones de esta agonía incipiente, la ralentización de la economía de Estados Unidos –el consejero delegado, Lee Scott, atribuye el escaso afán comprador de los ciudadanos a los altos precios del petróleo– no es una explicación suficiente. Los expertos agregan tres motivos: la errada estrategia de productos, el propio tamaño de la compañía y, por supuesto, la mala reputación.

 

Wal-Mart ha intentado engatusar sin éxito a los consumidores de mayor poder adquisitivo mediante la introducción, por ejemplo, una gama de ropa cara (Línea de Metro 7). Y ello le ha llevado a despistarse en su obsesión por el bajo coste –la política de toda la vida es compra barato, vende barato’–.

 

Paralelamente, su tamaño ya es gigantesco: más de seis mil tiendas en el mundo y más de cuatro mil en territorio estadounidense. Ha chocado contra “la muralla de la cuota de mercado”, dice Virginia Genereux, de Merrill Lynch. Ir más allá del 30% es cada vez más laborioso tras ejercicios de avance de, al menos, un 15%.

 

Mala imagen

 

Y luego está su conocida antipatía. Según un estudio de Mckinsey, entre un 2% y un 8% de los consumidores dejan de comprar por su mala imagen. Los sindicatos, a través de campañas y webs como Wal-Mart Watch y WakeUpWal-Mart.com, se han encargado de darle forma. Wal-Mart, dicen, es la encarnación de la explotación moderna: paga salarios muy magros, exige interminables jornadas de trabajo sin gratificación alguna, discrimina a las mujeres y destruye la industria nacional al alimentarse de productos baratos de países irrespetuosos con los mínimos estándares laborales.

 

Algunas decisiones judiciales, como la del pasado octubre, que le obligó a indemnizar a 183.000 trabajadores con 75 millones de dólares por no permitirles disfrutar de sus descansos obligatorios, también ha contribuido a cimentar su pésima aureola.

Juan Llobell

Expansion / Comfia

18 de enero de 2007

 

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