Uruguay

Con Aníbal Sampayo

 

De guitarra

 y compromiso

 

 

 

Luchador social y músico de referencia del folclore latinoamericano, Sampayo padeció cárcel y el exilio. Actualmente padece una cruel enfermedad que lo priva de su memoria. Lo que sigue es parte de una extensa conversación que mantuvimos con el “poeta del río de los pájaros” en el verano de 2001 en la ciudad uruguaya de Paysandú.

 

 

-Cuente de su familia, de su infancia en el litoral uruguayo. De su inicio como músico, de esos viajes que recuerda brevemente durante sus conciertos. ¿Nació en Paysandú?

-Sí señor, yo nací en Paysandú, en el año de 1926. Mi infancia transcurrió en los campos de la estancia Los Álamos, cerca de acá. Después me mandaron a la Escuela Industrial donde aprendí el oficio de tornero. Cuando cumplí 16 años entré a trabajar en los talleres del Ferrocarril Midland de los ingleses, pero duré poco. Me peleé con los gringos. No quiero a esos patrones, le dije a mi padre y él me metió a trabajar en otro taller con otro patrón que también resultó un déspota, así que me despeoné y me volví al campo. Me fui a la estancia El Cardo, cerca de Young. Allí hacía de todo un poco, pero, eso sí, sin patrón.

 

Mi tío estaba de capataz y puestero y me dejaba hacer, pero allí también duré poco. Cosa de un año y medio. A los 18 años ya tenía la música adentro así que agarré mis cositas y me largué al Paraguay.

 

Andaba por esos caminos de un Paraguay muy pobrecito. Me subía a los trenes o a los camiones que llevaban los peones a los obrajes. En esas vueltas me enganché en el circo de los hermanos Valdovino.

 

Viajé con ellos casi dos años hasta que conocí a unos toreros muy buenos (en Paraguay y en Venezuela: flor de toreros había) y junto con un amigo paraguayo nos fuimos con ellos.

 

-Y ¿qué hacían ustedes con los toreros?

-Hacíamos comicidad. El toro nos correteaba y nosotros nos tirábamos de panza al suelo. Entonces el torero –que era un paraguayo grandote– agarraba al toro de la cola y cuando nos pegaba un grito nosotros nos parábamos y otra vez la misma historia. Andaba bien y querían que me quedara, pero conseguí trabajo en la Radio Nacional de Paraguay para hacer música. En el año 1950 formamos un conjunto con los hermanos Arroyo y con Cristino Báez Monje, que fue un gran arpista y me inició en el arpa paraguaya.

 

En nuestras andanzas conocimos al argentino Arsenio Enrico que era un centrofóbal famoso de Independiente, un fenómeno. Cuando se retiró del fóbal, Enrico instaló una confitería en Paraguay y contrataba números musicales y allí tocábamos nosotros. Andábamos lindo hasta que apareció Stroessner queriendo tumbar al presidente Federico Chaves. Fue tremendo. Nosotros salíamos de la confitería a las dos de la mañana con las guitarras apretadas bajo el brazo esquivando los balazos. Nos marchamos a Santa Cruz de la Sierra en Bolivia y allí conocí el sufrimiento de los trabajadores de las minas. Al poco tiempo me encontré con unos uruguayos: los hermanos Pesce que se dedicaban a atrapar fieras en la selva para venderlas a los circos. Y nos fuimos con ellos. Recorrimos el río Araguaria, el Xingú. En esas vueltas cantábamos por ahí. Recuerdo que nos presentamos en un hotel en Manaos para gente muy rica que hacía safaris a la selva. Volvimos a Paraguay por un tiempito y después nos fuimos a Montevideo. Teníamos un conjunto (Miscelánea Criolla) de ocho integrantes con dos arpas y en los carnavales sacamos el primer premio. Trabajé en la radio El Espectador hasta que en 1956 me fui a grabar a Buenos Aires en los sellos Odeón y Pampa y tres años después pasé a Microfón donde estaban casi todos los artistas folclóricos de la época. En 1958 me casé y me radiqué en Paysandú, en esta misma casa.

 

Entre 1960 y 1963 grabaron mis canciones Jorge Cafrune y Mercedes Sosa. Ya había como treinta grabaciones de “Río de los Pájaros” entonces agarré unos pesos por derecho de autor que me permitieron seguir componiendo.

 

-¿Desde cuando se define de izquierda?

-Me fui haciendo, pero yo no entré a la política por los libros. Entré por la vida misma. En mis canciones están los que viven al lado del río, los hacheros, el paisaje del hombre del litoral abandonado, solo con su frío y su hambre sobreviviendo en benditos o cayampas. Me dolía América Latina y llevé ese dolor a la música. Sobre todo después de estar con los mensú en los yerbatales y ver como los reventaban en la selva. En esos viajes recogí material para hacer lo que debería hacer cualquier cantor o compositor: cantar a su tierra y a su gente.

 

Cuando en Uruguay surge el Frente Amplio –en 1971– canté en casi todo el país en sus actos. Había mucho lío con las bandas fascistas y a nosotros nos tenían marcados, pero nuestra custodia era la gente

 

-¿Qué lo decidió a integrarse el movimiento tupamaro y que significó la cárcel en su vida?

-Conocí a Raúl Sendic (líder histórico de los tupamaros), lo admiré, lo seguí y luego vino la cárcel donde pasé casi nueve años. Para mí fue como una escuela. Después de andar tanto, en la cárcel ordené mis ideas y leí mucho. Al principio no nos daban ni lápiz ni papel, pero cuando nos lo dieron escribí la cantata a Leandro Gómez* que fue un artiguista. Y yo soy un artiguista. Cuando fui al Paraguay lo primero que hice fue ir a conocer el sitio donde murió Artigas.

 

-Después vino el exilio.

-Cuando me soltaron estuve un mes o dos en Paysandú hasta que crucé para el Brasil por el Chuy con mi compañera y mi hijo que tenía doce años. Debía presentarme al cuartel a cada rato entonces decidí irme. Una vez un teniente me dijo que venía mucha gente a mi casa. Yo le dije que sí, que venían mis amigos, artistas, de Entre Ríos, de muchos lados. Y él me dijo que no podían venir más. Así –le dije–, entonces voy a poner un cartel en la puerta de mi casa que diga que los militares no me dejan recibir a mis amigos, que no nos dejan trabajar en la música. El teniente se enojó y me dijo: “Usted no puede cantar ni “Las Margaritas”. Hasta esa rancherita era subversiva. Entonces a fines de los 80 me les pelé.

 

Me contacté con funcionarios de la embajada sueca. Les mostré los diarios para que vieran que nos corrían. Ahora ya llevo 20 años yendo y viniendo de Suecia. Me voy en el invierno uruguayo a ver a mi familia. Allá están mis hijos y mis nietos.

 

Suecia fue la puerta de la libertad porque en Brasil no estábamos seguros y teníamos que vivir medio escondidos. El exilio no es ni blando ni duro es exilio nomás. Suecia nos recibió con mucha calidez y nos lo hicieron todo muy llevadero. Pero a mí me salvó que esté donde esté llevo a mi país adentro. Sí señor, donde vaya me llevo el monte, el río, entonces puedo escribir en cualquier lado.

 

En Suecia nos encontramos con compatriotas. Había que aprender el idioma pero los compañeros me dijeron que me precisaban para cantar así que aprendí muy poco. Es muy difícil el sueco.

 

-Así que la cárcel no le cortó su carrera artística

-No porque después que salí seguí haciendo giras para defender a los presos. Recuerdo que fui a España y allí decían en esa época que en Uruguay podía haber una apertura democrática. Apertura de cráneos, les decía yo. En mi país se seguía torturando a los presos y los podían matar en cualquier momento. Había que hacer algo por ellos. No era cuestión de salir y a otra cosa.

 

-¿Hay algún arrepentimiento de su participación en el movimiento tupamaro?

-No me arrepiento de nada. Yo caí preso con más de cuarenta años. Era un hombre, no un chiquilín y sabía lo que hacía. Soy un luchador social con guitarra.

 

Hay miseria en mi país y eso me duele. Cuando regreso de Europa voy a ver mi compañero río y allí está el pobrecito, contaminado, triste. He escrito sobre mi río y su gente que sufre porque ya no puede sacar su sustento de él.

 

-Sus canciones son populares, se cantan en las escuelas y en los actos oficiales.

-Hay que diferenciar. Mis canciones son, primero y antes que nada, música de pueblo. Una cosa es la canción popular y otra es la canción de pueblo y esto conviene tenerlo claro ahora que hacen popular a cualquiera. Música popular es la que se escucha mucho. Hay cantores que son populares porque el pueblo los conoce como a Palito Ortega, pero no dejan nada profundo, entonces no son de pueblo. La canción folclórica debe tener sus raíces bien hundidas en el pueblo aunque no sea popular.

 

-En sus temas ¿puede haber un modelo tomado de otros artistas?

-No. Como modelo tengo el mío. He sido un creador de mi forma con las canciones del litoral. Lo mío siempre ha tenido que ver con el hombre litoraleño en su entorno. Este canto abrió cancha y Cafrune fue un gran impulsor de mis canciones. Al principio –aunque estaba en dos radios de Uruguay (El Espectador y Carve)– se me conocía poco, pero después otros cantores vistieron mis temas con sus ropajes. Estoy muy agradecido a canciones como “Ki chororó”, “Río de los pájaros”, “Cautiva del río” y El río no sólo eso” que cuenta de un turista que se arrima al río y lo ve muy lindo y conversa con un pescador, don Argueyo, quien le dice “por qué no preguntan que me trajo aquí/ por qué ando en el agua como un surubí/ por qué me quitaron la tierra y después crecieron los campos de un mister inglés”. Mucha gente viene de turismo a ver el paisaje y no se da cuenta que adentro de aquel lindo ranchito blanco que se ve está la miseria, la vinchuca asesina, el mal de Chagas por la mugre, por la falta de sanidad.

 

-¿Qué hace con sus días?

-Me voy de pesca con mis amigos. No soy un gran pescador pero me gusta. Hago giras. Camino hasta dos horas por día. Y caminando creo esas coplitas que después hay que pulir mucho, redondearlas bien redonditas. Una cuarteta, de entrada, puede parecer linda, pero siento que le falta una palabra, entonces camino y camino hasta que la encuentro. Ahora toco la guitarra muy poco; tengo los dedos medio chuecos de cosas que han pasado y del reuma que avanza con el tiempo.

 

Carlos Caillabet

 © Rel-UITA

1 de agosto de 2005

 

* Jefe de la resistencia de Paysandú durante el sitio de brasileños y uruguayos a esa plaza. Fue fusilado el 2 de enero de 1865.

 

 

 

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