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Uruguay

Nueva Helvecia

Por el trabajo y la esperanza

Una tarde espléndida. Viajamos rumbo al suroeste, hacia Colonia Suiza, Nueva Helvecia. Muy pocos coches. Entre mate y mate y algún comentario deshilvanado, surge la duda de si la gente cumplirá el desafío de unir con una cadena humana los tres kilómetros y medio que separan la planta de Parmalat de la Plaza de los Fundadores, en pleno centro de la ciudad. Se necesitan tres mil quinientas personas para formarla. Tiene que venir más de uno de cada tres habitantes de la localidad, tranquila si las hay.

Sobre el kilómetro 44 de la Ruta 1, un cartel hecho a mano concita nuestra atención: “Aire puro vida sana”. Luego otro: “Vuelvan a Italia”. La seguidilla de carteles denuncian a una empresa italiana. ¿Parmalat? No, la DIROX. Sobre el kilómetro 45, más carteles: “Contaminar con Cromo 6 es un acto criminal”; “¿La salud de nuestros hijos no cuenta? ¡Vuelvan a Italia”; “Basta de mentiras, llévense lo residuos a Italia” y otro más “Atención: en el km. 48 industria no grata”.

 

DIROX S.A., se instaló en Uruguay en 1997, en las afueras de la ciudad de Libertad, departamento de San José, para producir sulfato de cromo, taninos sintéticos (insumos para el curtido de cueros) y vitamina K3 (utilizada para alimentar animales no rumiantes). Por debajo de la planta química se extiende el acuífero Raigón, uno de los yacimientos de agua dulce más importante de América del Sur.

 

El 27 de abril de 2003, en la ciudad de San José, la capital departamental, una caravana de más de tres kilómetros reunió a productores rurales y vecinos en una jornada histórica en defensa del ambiente, bajo la consigna: “Fuera DIROX de Libertad”. En esa oportunidad se denunció la existencia de más de medio millón de kilos de desechos contaminados acumulados dentro de la planta; acopio y generación de productos con cromo 6 -altamente cancerígeno-; pérdida de valor de las propiedades circundantes y olores nauseabundos. Siendo que la degradación ecológica y social es inherente al neoliberalismo, las empresas acuden sistemáticamente a la praxis de externalizar los costos sociales y ambientales. Por eso DIROX, en su momento, culpó cínicamente al Estado por no tener un vertedero para sus residuos.

 

Como se anunciaba en uno de los carteles, en el Km. 48 se yergue la planta química. Allí hay un cartel enorme: “DIROX”, y más abajo, en otro más pequeño se lee: “Adherido al Programa de cuidado responsable del medio ambiente”. Faltaba un cartel de “Uruguay Natural” para completar el paisaje.

 

Continuamos hacia Nueva Helvecia que está a 124 kilómetros de Montevideo. La fundaron hace 142 años inmigrantes –en su mayoría campesinos de Suiza, Francia, Alemania y otros provenientes de Europa central. Su dinamismo agrícola provocó una gran presión a muchas estancias inglesas, dando paso a emprendimientos familiares establecidos en chacras pequeñas y medianas. Al cabo de los años se transformó en el “primer emporio agrícola del interior, abasteciendo de trigo por varios años a los molinos de Montevideo y exportando los excedentes.”

 

Hoy en esas tierras se encuentra un área agropecuaria en la que predomina la producción, distribución e industrialización lechera: 270 tambos, y unas 36 mil vacas en producción. Allí desembarcó Parmalat en 1993, luego de adquirir la empresa local Lactería. En la actualidad laboran allí 270 personas, sin embargo el 20 por ciento de la población de Nueva Helvecia depende de esa planta.

La idea de sensibilizar a la población comenzó en una invernal noche del pasado 17 de junio, cuando se constituyó la Comisión Permanente en Defensa del Trabajo. Integrada por el Sindicato de Obreros y Funcionarios de Parmalat (SOFUPAR), el Centro Comercial, productores y las congregaciones religiosas de Nueva Helvecia. Ahora el gobierno italiano, que intervino la transnacional luego del escándalo suscitado al conocerse un defalco de 14 mil millones de euros a manos de Calisto Tanzi -el capo de Parmalat-, está decidiendo en Roma a quién le venderá la planta de Nueva Helvecia.

 

Llegamos, y aquello es un río de gente. Sobre las 6 de la tarde suenan las campanas de las iglesias, y la gente se toma de las manos. Se estima que hay 5 mil personas. Están allí, “defendiendo el trabajo que genera trabajo”, como dice la proclama. Porque esas familias que están ahí, de alguna forma también de la mano de aquellos inmigrantes que fundaron la ciudad, no quieren irse.

La crisis y los miedos a veces paralizan las movilizaciones, pero a veces las convocan. Por estos pagos, al sur del paisito, se optó por la resistencia: carteles, caravanas y los vecinos diciendo NO al chantaje de generar empleo a costa del ambiente y la salud. Tampoco el frío fue excusa para impedir que aquel 17 de junio se reunieran 200 personas en una gélida noche invernal, defendiendo su principal fuente de trabajo. Ni el “no se puede” sirvió de coartada para quedarse en la casa el pasado 22 de setiembre. Quien adquiera la planta de Parmalat encontrará a un sindicato que actúa mucho más allá de los muros de la fábrica, y a una sociedad local con una parte de su identidad inserta en ella.

 

  

Gerardo Iglesias

© Rel-UITA

28 de setiembre de 2004

 

 

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