Gandhi

El desafío de la no violencia

 

Guillermo Chifflet

 

 

El respeto a la vida y a la humanidad por encima de razas y clases, y la no violencia como método fueron las ametralladoras específicas de Gandhi, personalidad cuya trayectoria vital ha sido una enseñanza para el mundo.

 

Él sostuvo, sin embargo, que no tenía nada nuevo para enseñar, porque la verdad y la no violencia se remontan a la noche de los tiempos.

 

Aldous Huxley, en “El fin y los medios”, afirma que la primera virtud de un revolucionario es el desprendimiento. Toda la vida de Gandhi, que hunde sus raíces en la tradición religiosa de la India, tiene ese rasgo esencial.

 

“Todas mis acciones –sostuvo– tienen su fuente en mi amor inalterable a la humanidad”. Y agregó: “No he conocido ninguna distinción entre parientes y desconocidos, entre compatriotas y extranjeros, entre blancos y hombres de color, entre hindúes e indios pertenecientes a otras confesiones sean musulmanes, cristianos o judíos. Puedo asegurar que mi corazón ha sido incapaz de estas distinciones. Gracias a una larga disciplina y a la oración, hace más de 40 años que he dejado de experimentar la enemistad contra nadie. Todos los hombres son hermanos y ningún ser humano puede sernos extraño. Nuestra finalidad debería ser el bien de todos. Dios es el vínculo común que une a todos los seres humanos. Romper ese vínculo, incluso en el caso de nuestro mayor enemigo, sería lo mismo que prescindir de dios. Hasta en los más perversos hay un poco de humanidad. Esas razones conducen naturalmente a la adopción de la no violencia como el mejor medio para resolver todos los problemas en el orden nacional e internacional”.

 

Gandhi sostuvo que no tenía nada de visionario, sino que era un idealista práctico. La no violencia no es patrimonio exclusivo de los santos y los sabios, sino de todos los hombres. “La no violencia es la ley de nuestra especie, así como la violencia es la ley de los brutos. El espíritu dormita en el santo que no conoce más ley que la de la fuerza física. La dignidad del hombre exige obedecer a una ley superior: la fuerza del espíritu”.

 

Cuando Gandhi se enteró que Hiroshima había sido destruida por la bomba atómica, advirtió: “La humanidad corre hacia el suicidio si no adopta la no violencia”.

 

“La no violencia –sostuvo– es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el hombre. La destrucción no corresponde, ni mucho menos, a la ley de los hombres. Vivir libre es estar dispuesto a morir, si es preciso, a manos del prójimo, pero nunca a darle la muerte. Sea cual fuere el motivo, todo homicidio y todo atentado contra la persona es un crimen contra la humanidad.

 

La primera exigencia de la no violencia consiste en respetar la justicia alrededor de nosotros y en todos los terrenos. ¿Es esto pedirle demasiado a la naturaleza humana? No lo creo. Nunca hemos de hacer teorías sobre lo que el hombre puede realizar de bueno o de malo.

 

Lo mismo que hay que aprender a matar para practicar el arte de la violencia, también hay que prepararse a morir para entrenarse en la no violencia. La violencia no nos libra del miedo, sino que procura combatir la causa del miedo. Por el contrario, la no violencia está libre de todo miedo. El no violento tiene que prepararse a los sacrificios más exigentes para superar el miedo. No se pregunta si va a perder su casa, su fortuna o su vida. Hasta que no supere toda aprensión no podrá aplicar los principios de la no violencia en toda su perfección El único temor que conserva es el de Dios (...) Por consiguiente, según se entrene uno en la violencia o en la no violencia, tendrá que apelar a técnicas diametralmente opuestas.

 

La violencia es necesaria para proteger los bienes temporales. La no violencia es indispensable para asegurar la protección de nuestro honor. La no violencia no consiste es amar a los que nos aman. La no violencia comienza a partir del instante que amamos a los que nos odian. Conozco perfectamente las dificultades de este gran mandamiento del amor. ¿Pero no pasa lo mismo con todas las cosas grandes y buenas? Lo más difícil de todo es amar a los enemigos. Pero si queremos realmente llegar a ello, la gracia de Dios vendrá a ayudarnos a superar los obstáculos más temibles.

 

He observado que las peores destrucciones no logran nunca que desaparezca por completo la vida. Por tanto, tiene que haber una ley superior a la de la destrucción. Sólo esa ley suprema puede dar sentido a nuestra vida y establecer la armonía indispensable al funcionamiento del rodaje social.

 

Y, si debe ser esa nuestra ley, hemos de esforzarnos cuanto podamos para que sea la norma de nuestra vida diaria. Siempre que surge la discordia, que choca uno con la oposición, hay que intentar vencer al adversario con el amor. Toda mi vida he recurrido a este medio elemental para solucionar numerosos problemas. Esto no significa que haya solucionado todas mis dificultades. Lo único que he conseguido es descubrir sencillamente que la ley del amor es más eficaz que la voz de la violencia. No es que yo sea incapaz, por ejemplo, de encolerizarme, pero casi siempre he logrado dominarme. Puedo dejarme sorprender, pero siempre procuro de forma consciente y deliberada seguir fiel a las exigencias de esos combates interiores. Cuanto más me esfuerzo en ello, más gozo tengo de vivir. Es la prueba de que esa ley está en conformidad con el plan del universo”.

 

Un mensaje generoso. ¿El mundo lo tendrá presente?

 

  

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

25 de septiembre de 2009

 

 

 

 

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