Náufrago
 


Hastiado de conflictos y tensiones se metió en la primera tanda de un cine en horas de la tarde. La sala de 400 butacas estaba vacía y él era el único espectador. El proyeccionista puso a rodar la película y, como faltaba personal por culpa de la recesión, se fue a las cinco otras salas a hacer lo mismo.

La trama era sobre un náufrago. Cuando el proyeccionista vino a apagar el aparato calculando que era el final de la película, no encontró al único espectador y pensó que ya se había marchado. No miró la pantalla mientras detenía el proyector, y por eso no pudo ver al espectador que manoteaba desesperadamente desde una balsa, presa fácil del oleaje del océano, rodeado de tiburones y con la piel erosionada por el salitre.
Nunca más se supo de él.

Raúl Leis / Cuentos de la Calle

 

 

Mano Dura

 

Desde el momento que Medardo Pérez cayó preso, empezó a maquinar como haría para salir del hueco. Tenía que hacerlo rápido pues lo tenían provisionalmente en la PTJ y cuando lo pasaran a la cárcel la huída sería mucho más difícil. La verdad que no había hecho nada, sino que la furia de la batida lo tomó desprevenido y como tenía antecedentes de delitos menores en su juventud, nadie creería en su inocencia.

 

El apuro por salir era su hija Madyuelygiselle que ese día daría a luz por cesára a su primer nieto y para él no era posible que ello ocurriese con el abuelo preso.

 

Una idea lo asaltó a mano armada y él la asumió. Pidió permiso para ir al servicio aduciendo urgencia digestiva. Se lo permitieron mientras lo vigilaban desde el buró. En el baño se desnudó y tal como vino al mundo salió del servicio y se dirigió a la puerta principal. El vigilante volteó la cara pues por machismo no podía mirar a un hombre en cuero y además pensó que Medardo se dirigía a su lugar de detención.

 

Medardo tuvo suerte de no encontrarse con ningún otro agente en su trayectoria y corrió tan pronto se vio en la calle. Sabía que debería atravesar la ciudad y que nadie lo llevaría en esas condiciones. Se hizo el loco desnudo en medio de las avenidas, hacía carantoñas y muecas a tutiplén, y cuando un par de veces un policía quiso detenerlo se hizo el loco furioso.

 

La extraña sensación del nudismo lo embriagó y casi se pasa el hospital. Lo cierto es que en la misma sala de maternidad la pequeña Madyuelygiselle –que tiene el mismo nombre que su madre– fue recibida por un abuelo igual que ella, en pelotas.

 

Raúl Leis / Cuentos de la Calle

 

5 de octubre de 2007

Ilustración:  Rel-UITA

 

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