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            Bolivia 
  
  
    
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            Huyen en 
            helicópteros
            
             
            
            ante la 
            presión del pueblo 
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      En la 
      lucha de los pueblos hay escenas simbólicas. En diciembre del 2001 fue el 
      presidente “aburrido” de la Argentina, Fernando de la Rúa, quien usó el 
      helicóptero para huir de la Casa Rosada. En octubre del 2003 fue González 
      Sánchez de Lozada (el Goni) de Bolivia, quien escapó del maléfico “Palacio 
      Quemado”. 
        
      Provoca 
      cantar, “se van, se van y nunca volverán”. No celebremos victorias antes 
      de tiempo. El propio Goni, quien con su acento estadounidense ganó las 
      elecciones de 1993, volvió en agosto del 2002 para ser sacado ahora por la 
      puerta trasera, apenas cumplido un año (a De la Rúa le costó dos). Lo 
      único que prueba que los plazos de la impaciencia se acortan en América 
      Latina, tal vez de manera proporcional a cómo crece la pobreza. 
        
      Los dos 
      presidentes llegaron de manos de procesos complejos. Inestables 
      democracias que se tornan caóticas cuando pretenden instaurarse a espaldas 
      de los pueblos. Prometieron muchas cosas, traicionaron todas. Se 
      entregaron a las transnacionales, oficiaron de felpudos del gobernante de 
      turno estadounidense. 
        
      
      Persistieron con políticas neoliberales que sólo redundaron en mayores 
      índices de pobreza, pérdida de soberanía, malestar social, aumento de la 
      exclusión en sociedades más que pauperizadas. Cincuenta por ciento en 
      Argentina, el otrora granero de la humanidad, el espejismo del Primer 
      Mundo que vendió Carlos Menem. En Bolivia, la ex reina del estaño, de la 
      plata, y ahora del gas, la tercera parte de los obreros se quedó sin 
      empleo y cada hora 20 bolivianos se hunden en la pobreza y siete de ellos 
      en la indigencia y en la marginalidad. 
        
      En los 
      días previos a la caída, los dos ex presidentes demostraron ser autistas. 
      Rápidos para los negocios, incompetentes para entender los procesos de 
      revuelta de sus sociedades. ¿No resultaba patético un De la Rúa depuesto 
      recibiendo el mismo día a Felipe González para negociar no se sabe qué de 
      empresas españolas que habían comprado Argentina a precio de ganga? 
        
      No 
      resultaba ridículo un Goni enarbolando un referéndum consultivo -es decir 
      nada- cuando las papas quemaban y hasta un ejecutivo en Bolivia, de la 
      petrolera Repsol YPF, Roberto Maella, admitía que “la rentabilidad en la 
      industria del petróleo y gas en este país es sumamente alta; por cada 
      dólar invertido, una empresa petrolera gana 10 dólares”. 
        
      De la Rúa, 
      aquella noche fatal de diciembre, respaldaba a su ministro de Economía, 
      Domingo Cavallo, el causante desde el menemismo de gran parte de los 
      males, y decretaba un estado de sitio que sólo sirvió para que la gente se 
      volcara a las calles. 
        
      Goni 
      hablaba, en vísperas de su caída, de una confabulación “narcosindicalista”, 
      mientras la población continuaba colmando las calles en señal de protesta, 
      exigiendo lo mínimo - “fuera Goni" - que a partir de ahora se convierte en 
      lo máximo: cómo reconstruir un país que fue devastado. Frente al drama de 
      76 muertos, Sánchez de Losada esgrimía, igual que De la Rúa, palabras 
      vacías, gestos a contrapelo de la historia. La realidad estaba en otra 
      parte. 
        
      El 
      politólogo argentino José Num fue profético cuando señaló en su libro: 
      Democracia: ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?, que todo 
      gobernante que siguiera los postulados del Consenso de Washington “se 
      condena a perder las pocas bases de legitimación sustantiva que le quedan 
      y a enfrentar problemas de gobernabilidad cada vez más serios”. En otras 
      palabras, sólo le resta huir en helicóptero. 
        
      
      Susana Pezzano 
      La 
      Insignia 
      20 de 
      octubre de 2003   |