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             Colombia 
  
  
    
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            Con 
            David Alba Páez 
            
            La 
            agroecología, un camino hacia la paz |  
                    
                    La situación 
                    colombiana recuerda lo sucedido en Perú con el presidente 
                    Alberto Fujimori, quien mientras acorralaba al terrorismo 
                    daba riendas sueltas al más violento modelo económico, que 
                    sentenció a la pobreza y la exclusión a millones de 
                    personas. 
      - Uno 
      llega a Colombia y advierte que el presidente Álvaro Uribe cuenta con una 
      importante adhesión a su gestión de gobierno. 
        
      - Sí. En 
      cierta forma se estaba buscando una figura de autoridad, alguien que 
      garantizara seguridad, que demostrara fuerza frente a una amenaza. Uribe 
      está transmitiendo eso, y el pueblo le perdona todo. Le perdona que esté 
      destruyendo el país, porque esto es un desastre mayúsculo desde el punto 
      de vista económico y social. Tengo la esperanza de que lleguemos a un 
      grado de tragedia social y económica tan grande, que finalmente la gente 
      diga “bueno, salió peor el remedio que la enfermedad” y termine 
      sacudiéndose este marasmo en el que estamos. La gente está como deleitada 
      con la figura del padre autoritario que nos protege a costa de muchas 
      cosas que no tenemos por qué pagar. Uribe prometió que le iba a dar plomo 
      a las FARC y lo está cumpliendo. Yo me hago una pregunta: si para acabar 
      con las FARC hay que acabar con el país, es peor el remedio que la 
      enfermedad. 
        
      - Tengo la 
      impresión que los grupos armados han intervenido en la gestación de esto, 
      porque cuanto más se negoció más se mataba. El proceso de paz fue 
      calamitoso. La gente sentía cierto cansancio frente a esa posibilidad de 
      seguir negociando y, en vez de acercarse a la firma de la paz, los grupos 
      armados se fortalecían... 
        
      - Si bien 
      fracasaron las negociaciones de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y 
      las FARC, eso no implica que tengamos que descalificar la salida 
      negociada, una solución política al conflicto armado. Claro, se transformó 
      en un proyecto mal planteado, mal llevado, destinado a fracasar. Y el 
      precio que pagamos es muy alto. La gente se inclinó por las salidas 
      violentas, militares, represivas, por la solución bélica.  
        
      A la luz 
      de los acontecimientos, ambas partes barruntaban ese fracaso y se 
      preparaban para la guerra, no para la paz. De hecho creo que el ejército 
      se fortaleció como nunca bajo el gobierno de Pastrana. Durante el proceso 
      de paz se pensó que cuanto más fuerte fuera el ejército más fuerza habría 
      en la negociación. Y las FARC pensaban exactamente lo mismo. Entraron con 
      gran desconfianza en el proceso, y por debajo de la mesa lo aprovecharon 
      para fortalecerse militarmente. Por su parte, el gobierno se jugó al Plan 
      Colombia, generándose entonces una desconfianza muy grande: el uno no le 
      creía al otro, y en última instancia no existía una real voluntad de paz.
       
        
      - Pero la 
      gente creyó en esa negociación. 
        
      - Claro 
      que creímos. El cuento nos lo comimos todos, menos el gobierno y las FARC. 
      Ahora, la única manera de romper esa desconfianza fue ponerla en 
      evidencia, obligando a cada uno a exponer las cartas que movían por debajo 
      de la mesa. La negociación hubiera sido otra con la participación de la 
      sociedad en el proceso, pero eso no se hizo. 
        
      - ¿Por 
      culpa de quién? 
        
      - Diría 
      que del gobierno. Las FARC organizaron audiencias públicas en San Vicente 
      del Caguán, y fueron miles de personas a debatir todo los temas habidos y 
      por haber. Nosotros incluso llevamos una ponencia sobre agricultura 
      ecológica. La gente se manifestó, formuló propuestas en todos los campos, 
      económicos, sociales, políticos, culturales. Pero era algo paralelo, por 
      un lado estaba la mesa de negociación entre el gobierno y las FARC y por 
      el otro lado las audiencias –que contaron con el apoyo del gobierno–. Una 
      no alimentaba a la otra, y entonces cada uno hacía su teatro. 
        
      - Cuando 
      hablamos de la participación de la sociedad civil organizada, yo entiendo 
      otro tipo de cosa, no la participación de ONG en una audiencia... 
        
      - Digamos 
      que allá hubo de todo. Todo tipo de organizaciones, las audiencias eran 
      especializadas, se tocaban los temas económicos, sociales, ecológicos, la 
      sociedad, la cultura, e iban todos los sectores interesados. 
        
      - ¿Cuál 
      era el objetivo? 
        
      - 
      Supuestamente, era para recoger los aportes de la sociedad, realimentar el 
      proceso, alimentar las negociaciones y decir que el pueblo se estaba 
      expresando, que para tal problema concreto iba a haber tal solución. 
      Supuestamente ésa era la intención, pero eso nunca ocurrió. 
        
      - Tengo la 
      impresión de que las FARC se arrogan el derecho de ser el interlocutor de 
      la sociedad civil. 
        
      - Digamos 
      que la intención no era que ellos fueran interlocutores, sino que eso 
      alimentara la negociación o abriera la participación de la sociedad en la 
      negociación. Nunca hubo participación. La hubo al final, cuando era tarde. 
      Tampoco hubo participación internacional sistemática desde un comienzo. El 
      proceso tuvo muchos defectos que lo llevaron al fracaso. Siempre sentí que 
      el gobierno y FARC estaban preparándose para la guerra, cuando una 
      condición elemental para que un proceso de paz funcione es que mínimamente 
      las partes lo quieran. Basta que una de las partes, no importa cuál, no 
      quiera para que naufrague. A ambos les convenía mantener por lo menos el 
      teatro, la fachada, ganar tiempo, al tiempo que se armaban hasta los 
      dientes. 
        
      - Da la 
      impresión que las FARC intervinieron en la elección de los dos últimos 
      presidentes. Andrés Pastrana hizo su campaña poniendo énfasis en la 
      negociación con la guerrilla (cuando en realidad fue el período en que más 
      se mató, como sucede siempre con los procesos de paz en Colombia). A su 
      vez, Uribe llega a la presidencia porque promete combatir a las FARC con 
      mano dura.  
        
      
      - Sí. Yo 
      creo que las FARC actúan bajo un supuesto que es muy simplista, muy pegado 
      todavía al izquierdismo de los 70, un supuesto por el cual si se 
      radicaliza la situación la gente se ve obligada a tomar partido. De alguna 
      manera las FARC piensan que un ambiente de polarización las puede 
      favorecer. El fracaso del proceso polarizó al pueblo colombiano. Cuando se 
      terminó el proceso de paz, Pasatrana dijo a su interlocutor de la 
      guerrilla: 
       
      “usted incumplió, yo 
      cumplí. Ustedes son unos mentirosos y no tienen sinceridad. Nunca pensaron 
      en hacer realmente la paz y yo ya no voy a seguir jugando a eso, entonces 
      no hay otro tratamiento posible que el militar”. Ese discurso 
      enganchó perfectamente con el de Uribe. Parece que uno le hubiera 
      entregado la posta al otro. Uribe la recogió y dijo 
       
      “sí, a esta gente se le dio la 
      oportunidad y demostraron que no están interesados, que las ideologías se 
      abandonaron porque la guerra se volvió un gran negocio, se maneja mucho 
      dinero”. Se generó un consenso de que las FARC no querían la 
      paz y de que el único tratamiento posible era el militar. Uribe dijo: 
       
      “yo no me voy a poner con medias 
      tintas, ni hacer concesiones de ninguna clase”. 
        
        
      - Los 
      polos se encuentran. Ahora Uribe descarga su guerra contra el terrorismo, 
      imbuido por la estrategia norteamericana, recortando libertades y 
      dinamitando la  democracia. Por otro lado, las FARC, un movimiento 
      guerrillero –hoy desvirtuado– que se constituye con la idea de conquistar 
      una sociedad igualitaria con justicia social. Pero hoy quien paga los 
      platos rotos es la sociedad civil desarmada. 
        
      - Estimo 
      que estamos en el peor mundo posible. Sigo pensando, estoy convencido, que 
      la mejor salida es la política, obviamente manejada de una manera distinta 
      a como se manejó antes. No obstante, es la menos costosa social y 
      económicamente. De ella puede venir la posibilidad de un gran acuerdo 
      social, de debatir sobre la sociedad que nos gustaría tener, sobre cómo 
      cambiar y mejorar el país. El principal producto de la guerra es la 
      destrucción.   
        
      Pienso que 
      en ambos bandos sucede lo mismo. Cuando las FARC privilegian la estrategia 
      militar se manejan con una suerte de maquiavelismo perverso de que el fin 
      justifica los medios. Desde el punto de vista ético, pienso que hay muchos 
      medios que no son justificados por los fines. Ahora bien, el gobierno 
      actúa igual, cuando al combatir a las FARC causa demasiado daño a la 
      sociedad, de la misma manera que las FARC causan demasiado daño a las 
      poblaciones locales o a la infraestructura energética del país. 
       
        
      - La 
      aplicación del Plan Colombia incluye  fumigaciones que están acabando con 
      la biodiversidad, con la agricultura, con la salud de la gente. 
        
      - La lucha 
      antidrogas, diseñada en Washington e impuesta por Washington, es un buen 
      paradigma de cuán peor es el remedio que la enfermedad. Con el combate a 
      las FARC está pasando lo mismo. Un ejemplo: la principal riqueza de una 
      sociedad es el tejido social. Cuanto más denso sea ese tejido, más 
      civilizada será esa sociedad; cuanto menos denso sea, menos civilizada y 
      vulnerable será esa sociedad. Una sociedad con un gran tejido social 
      tendrá gran capacidad para autogobernarse, para autovigilarse. Una de las 
      estrategias contrainsurgentes de Uribe y el ejército es establecer redes 
      de informantes por todas partes. Informantes que reciben un dinero por los 
      datos que dan. Imagínate con el desempleo que tenemos (el mayor de América 
      Latina luego de Argentina), si a uno le ofrecen plata por cualquier tipo 
      de delación pues serán más las delaciones inventadas que las reales, como 
      efectivamente ocurre. Pero lo que quiero señalar es que el principal 
      impacto de las redes de informantes ha sido la destrucción del tejido 
      social. En las zonas militarizadas de Colombia, los pobladores han 
      comenzado a denunciarse unos a otros en forma masiva, por cualquier cosa. 
      Puede darse el caso que si tú estás molestando a la novia de alguien, 
      basta con que yo te denuncie que eres miliciano, o que apoyas a los 
      paramilitares, para que caigas preso. Se dan casos absurdos, por ejemplo 
      que alguien diga “me puedo retractar si se me paga tanto”. Se están 
      denunciando entre familiares, entre vecinos, entre amigos. Si yo quiero 
      hacerme de una finca que me gusta, puedo denunciar a su dueño como 
      miliciano de las FARC... 
        
      Entonces, 
      si la principal riqueza de una sociedad es el tejido social y el principal 
      efecto que ha tenido la proliferación masiva de redes de informantes ha 
      sido su destrucción, me atrevo a decir que los daños que está causando la 
      guerra contra las FARC puede ser igual o peor a los que están causando las 
      FARC.  
        
      El gasto 
      militar está llegando a niveles nunca vistos. ¿Qué sucedería si ese dinero 
      lo invirtiéramos en desarrollo rural, en apoyo a los campesinos? Creo que 
      se acabaría muy rápidamente el conflicto armado, quedarían sin 
      justificación los discursos de los actores armados, tanto paracos 
      (paramilitares) como guerrilleros. El desarrollo rural, la reforma 
      agraria, trabajar por la soberanía alimentaria genera empleo, genera 
      ingresos, construye sostenibilidad ambiental, produce alimentación de 
      buena calidad para la sociedad.  
        
      - 
      Campesinos del Departamento del Huila afiliados a la UNAC, que tú 
      integras, están siendo perseguidos porque se los acusa de dar 
      fertilizantes a las FARC para que éstas fabriquen explosivos. Esto, que 
      parece absurdo, forma parte del modelo agrícola dominante, que tiene sus 
      raíces en la industria química y bélica.  
        
      - Esos 
      atropellos contra los campesinos son un ejemplo claro de la arbitrariedad 
      a la que se llega cuando no hay posibilidad de ejercer un control sobre el 
      poder. Además, ese estilo autoritario tiene una altísima correlación con 
      la política económica adoptada. El gobierno se empecina en auspiciar un 
      conjunto de medidas neoliberales para el campo basadas en la Revolución 
      Verde de primera generación y de segunda generación: estoy hablando del 
      empleo masivo de agrotóxicos, del recurso a la ingeniería genética con las 
      semillas transgénicas para profundizar un modelo agroexportador. 
       
        
      - Un 
      modelo que genera más exclusión y más violencia.  
        
      - Uribe y 
      su ministro de Agricultura están haciendo caso omiso de las voces de 
      alarma sobre los peligros que se corren. Como bien lo mencionas, con los 
      transgénicos se profundizará la violencia, al encarnar un modelo que 
      atenta contra la pequeña y la mediana propiedad y constituye una amenaza 
      para el ambiente. Un modelo que inequívocamente producirá mucha más 
      desigualdad y social.  
        
      Colombia 
      está importando alimentos, y hay que preguntarse: ¿qué sucedería si el 
      dinero que pagamos a otras naciones por todos esos alimentos lo recibieran 
      nuestros campesinos para que produjeran alimentos sanos, variados, para 
      nosotros mismos? Planteémonos esa pregunta únicamente desde el ángulo 
      económico, si no se quiere ingresar en el social: ¿qué significa que usted 
      en lugar de pagarle a otros países por importar alimentos se los pague a 
      los campesinos? 
        
      - Sería 
      una contribución mayúscula a la soberanía alimentaria, pero este gobierno 
      no parece apostar a eso. 
        
      - No, no 
      quiere. Sin embargo, una de sus banderas es crear empleo. Si es así, ¿por 
      qué no asume una posición consecuente y el dinero que está gastando en 
      importar alimentos lo invierte en el campo en el campo nacional, y 
      generando empleo e ingreso? Todos ganaríamos, en reactivación económica, 
      en nutrición, en calidad y soberanía alimentaria. Es una cuestión 
      elemental,  pero hoy día hacer referencia al mercado interno es casi una 
      ofensa. Parecería que sólo hay que pensar en exportar, en el mercado 
      libre...  
        
      - 
      Entonces, ¿evalúas la agroecología como un camino hacia la paz? 
        
      - Nosotros 
      trabajamos con campesinos, apoyándolos en sus procesos de conversión a la 
      agricultura agroecológica, y lo que siempre hemos comentado a ellos es 
      justamente eso. La agroecología es una propuesta que rescata el 
      protagonismo del campesino en el proceso productivo, le garantiza vivir 
      dignamente de la actividad agrícola, satisfacer sus necesidades 
      alimentarias. Es una de las mejores estrategias para la sustitución de 
      cultivos ilícitos. Si el dinero que se está destinando a la represión 
      militar de esos cultivos se empleara en promocionar la agroecología, la 
      gente viviría digna y lícitamente. Pensamos que es una estrategia para la 
      paz, una semilla de desarrollo rural alternativo y una estrategia para 
      enfrentar el modelo neoliberal en el campo. 
          
      
      Gerardo Iglesias 
      © 
      Rel-UITA 
      22 de 
      setiembre de 2003   |