Uruguay

 

La CIA confiesa sus pecados,

pero los cómplices callan

 

 

La actuación de la CIA, el servicio de inteligencia de Estados Unidos, puede conocerse a partir de la documentación que ha publicado la misma Agencia

 

Los partidos y políticos uruguayos que aparecen en esos documentos como verdaderos agentes del imperio no se han dado por aludidos. En otras palabras: ha quedado  al descubierto que, al actuar al servicio de la CIA, hay quienes se han olvidado de la soberanía de su país.

 

Varias informaciones y hechos graves, lo confirman. El ex director de Inteligencia y Enlace de la Policía uruguaya, inspector Alejandro Otero, por ejemplo, ha dicho públicamente que “Inteligencia y Enlace respondía siempre a lo que eran las necesidades de los servicios de inteligencia estadounidenses”; y textualmente agregó: “toda la información que yo obtenía, toda, la proporcionaba a esos servicios”.

 

¿Acaso los dirigentes de los partidos tradicionales desconocen esos hechos? Obviamente, tampoco desconocen las declaraciones de otros jerarcas policiales de su confianza. Pero cuando informaciones tan graves y que implican a políticos se hacen públicas, no se dan por aludidos. Patriotismo, que le dicen.

 

Howart Hunt, agente de la CIA que actuó en Uruguay por la década de los 40, revela en el libro “Misiones de un espía. De la CIA al escándalo de Watergate” la acción conjunta de la inteligencia militar uruguaya, el Jefe de Policía de Montevideo y la CIA. Hay documentación que demuestra esa complicidad.

 

Roberto García Ferreira informa en “La CIA y los Medios en Uruguay” que a tres semanas de la llegada al Uruguay de Jacobo Arbenz, el ex presidente de Guatemala, la agencia estadounidense comunicó: “Arbenz está bajo vigilancia y continúa teniendo visitas, muchas de ellas de exiliados de Guatemala”.

 

Corresponde recordar que la invasión de Castillo Armas a ese país, promovida por Estados Unidos, lo que en 1954 obligó a la renuncia del presidente Jacobo Arbenz, desestabilizó al país centroamericano provocando una guerra civil que ha costado miles de vidas, sobre todo de campesinos e indígenas.

 

Luego de la caída de la larga dictadura de Ubico, en 1944, los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, electos en comicios democráticos, tomaron una serie de medidas con un objetivo audaz: que Guatemala fuera de los guatemaltecos. Ambos presidentes impulsaron una importante experiencia nacionalista. Pero para el centro imperial, que había dominado al país a través de sus transnacionales, eso resultaba inaceptable. Y como ocurrió en los años de la Guerra Fría, todo lo que se opusiera a los intereses del imperio era considerado obra del comunismo, y especialmente de la entonces Unión Soviética.

 

Como informa Roberto García Ferreira en el libro ya citado, el presidente Jacobo Arbenz “como político cumplía sus promesas; como revolucionario impulsaba la transformación estructural del sistema de tenencia de la tierra en beneficio de mayorías empobrecidas, como Presidente había sido electo democráticamente y respetaba tan celosamente la legalidad como a su programa de gobierno; como hombre mostraba una sincera sensibilidad hacia los humildes, lo cual era inédito en una región plagada de dictadores. Para colmo, el éxito de su gobierno era evidente: en un año y medio de aplicación de la reforma agraria había repartido el 17 por ciento del suelo beneficiando a medio millón de campesinos e indígenas”.

 

Para Estados Unidos ese ejemplo era grave. Sobre todo porque podía expandirse. La reforma agraria de Guatemala era ejemplo y amenaza creciente para los regímenes de Honduras y El Salvador. La lucha exitosa contra la oligarquía y las grandes empresas extranjeras resultaba un modelo peligroso.

 

Frente a esa experiencia nacionalista la CIA desplegó una acción sistemática para frustrarla. Su método clásico, la acusación de comunismo, fue el método aplicado que culminó con el respaldo a la invasión de Castillo Armas.

 

Aunque Arbenz fue obligado a renunciar y a partir hacia el exilio, la causa de Guatemala aleccionó y despertó la solidaridad de varias generaciones de latinoamericanos. Ernesto Guevara, que vivió esa experiencia directamente, debió partir hacia México. Su madre, doña Celia de la Serna nos dijo, en un reportaje, que en esa oportunidad, al presenciar masacres y crímenes, sin duda “Ernesto se juró algo a sí mismo”

 

En 1960, en el discurso inaugural del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, Ernesto Guevara saludó la presencia de Arbenz como Presidente de una nación que levantó su voz, sin miedo, contra el colonialismo, y que expresó, en una reforma agraria profunda y valiente, el anhelo de sus masas campesinas. Y agregó: “Queremos agradecer también en él, y en la democracia que sucumbió, el ejemplo que nos diera y la apreciación correcta de todas las debilidades que no pudo superar aquel gobierno, para ir nosotros a la raíz de la cuestión y decapitar de un solo tajo a los que tienen el poder y a los esbirros de los que tienen el poder”. La invasión a Guatemala y la frustración de su experiencia nacionalista había sido una dura lección para los pueblos de América Latina.  

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

© Rel-UITA

15 de noviembre de 2007

 

 

 

 

 

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