Uruguay

 

 

Con Silvia Ferreira

 

Hizo que muchos tomaran conciencia sobre la gran tragedia que vivía el país

A veces un hecho, una foto de un hecho, un gesto, un acto simbólico es el catalizador de todo un proceso, de años de maduración objetiva y subjetiva. Este fue el caso del retorno de “los niños del exilio”. Fue un acto audaz, desafiante y a la vez pacífico, integrador y alegre, inocente pero no ingenuo. Fue también una válvula de escape por donde brotó la presión tanto tiempo contenida. Sus ecos resuenan hasta hoy, y así lo recuerda Silvia Ferreira.

 

-¿Qué importancia histórica tuvo el retorno de los niños del exilio?

-Aparte de las emociones que todavía siento como si hubiese sido ayer, fue un tremendo impacto ver a esos niños reencontrarse con sus abuelos, con sus vecinos, con su barrio de donde nunca tenían que haber salido, y fue también una voz de aliento, de esperanza, de ver que era posible un retorno definitivo. Creo que sirvió para que mucha gente que hasta ese momento no había querido ver, o no se daba cuenta de lo que estaba pasando, descubriera que detrás de esas caritas había tantas y tantas familias cuyos abuelos no podían ver crecer a sus nietos, y niños que no podían ir a la escuela de donde habían salido un día sin saber cuándo iban a volver. Creo que fue también una toma de conciencia para mucha gente, porque un niño conmueve siempre y abre los ojos para ver cosas que, de pronto, no se habían querido ver. Fue realmente importante y tremendamente movilizador que aquellos ómnibus y bañaderas llenas de niños cortaran la ciudad, el tránsito se hiciera enloquecido, que la multitud los rodeara, fue algo que nos sorprendió inclusive a los que habíamos estado en su organización. A partir de entonces la Comisión por el Reencuentro siguió trabajando y preparando ya la vuelta final de todos.

 

-¿Qué anécdotas te vienen a la mente hoy, 22 años después?

-Los preparativos fueron perfectos, yo estaba, trabajaba, colaboraba, pero había gente que tenía clarísimo que esa tenía que ser una gran organización, tenía que estar previsto desde quién iba a estar esperando a cada niño en AEBU, porque no era cuestión de que los niños bajaran y se fueran de la mano de alguien que se dijera pariente. Había que organizar actividades para cada día, y ahí la gente dio lo mejor. Más allá de los que organizamos eso, la gente se acercaba al local de FUECI, donde tuve la emoción que todavía recuerdo de haber conocido a Pepe D´Elía de una manera insólita, porque recién varios días después de haber tratado allí a ese señor “Pepe”, tan amable y tan dispuesto, vine a saber que era Don Pepe D´Elía. Y ahí llegaba gente todos los días con nuevas ideas, pero lamentablemente no había tiempo y espacio para todas las cosas que se proponían, aunque muchas eran fantásticas. Recuerdo que una señora trajo una postal para cada niño; eran 154, todas hechas por ella, y cada una tenía pegada alguna ramita, o alguna hojita de algún yuyito o florcita de Uruguay, para que ellos se llevaran eso que se estaban perdiendo por no poder estar acá. Esa señora se había esforzado, había trabajado duro, y simbolizaba lo que estaba pasando en tantos hogares donde la gente se desvivía pensando en qué podían aportar.

 

En la parte humana quisiera destacar que los lazos que allí se crearon, con el pasar de los años, uno se da cuenta de que a esa gente uno la quiere de verdad, y encontrarlos es siempre una emoción. Por ejemplo, a Melgarejo, que estaba en España y fue el ideólogo, el que consiguió el avión y demás, lo vine a conocer cara a cara recién en la explanada del Palacio Legislativo el 1º de marzo de 1985, te imaginas lo que fue encontrarme en vivo con esa voz que yo tanto conocía por teléfono. Y así con todos esos compañeros, cada vez que los encuentro es revivir una de las cosas más lindas que uno ha podido hacer. Y creo que en ningún otro país se ha hecho algo así, de que llegara un avión, una expedición, como decían los compañeros españoles que los trajeron y que fue gente que dio muchísimo.

 

Te ponés a pensar y decís: sólo en el Uruguay pueden darse cosas así. Cuando caímos a la Jefatura de Policía a pedir un permiso para la Rural del Prado para 5 mil personas –entonces no daban ni un permiso para una reunión de 20 personas–, ellos pusieron unas caruchas terribles, pero como había niños atrás, no podían decirnos que no y nos dieron el permiso. Después pedimos permiso para ir a Punta del Este y recorrimos en caravanas todo Maldonado. Y lo que decía, hizo que gente que nunca lo había hecho, se sentara a pensar sobre la gran tragedia que vivía el país; le movió el piso a mucha gente porque eran niños. Gente que vio que el vecino de la esquina un día hizo sus valijas y se fue, pero recién en ese momento se puso a pensar, o se dio cuenta de las razones por las que ese vecino y su familia tuvieron que irse; ver llegar al niñito, y que todo el barrio lo recibiera, hizo tomar conciencia.

 

Rubén Yizmeyián

© Rel-UITA

21 de diciembre 2005

 

   

 

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