“En la 
						fuerza de la indignación, semillas de transformación” es 
						el tema del Grito de los Excluidos que la Conferencia 
						Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, siglas en 
						portugués) y los movimientos sociales promueven el 
						próximo 7 de septiembre. La indignación nació del 
						desmoronamiento ético de un sector significativo del 
						Congreso Nacional, de los acuerdos espurios entre 
						partidos, de la postergación de reformas como la agraria 
						y la política.
						
						 
						
						Lo que 
						vuelve especial al Grito de este año es la proximidad de 
						las elecciones, oportunidad de renovar el Congreso 
						Nacional y reconducir los parlamentarios que se 
						destacaron por la coherencia ética y política. Sin 
						embargo, no se trata tan sólo de dar continuidad al 
						gobierno Lula, cuya política externa realzó la soberanía 
						brasileña, mientras las políticas socioeconómicas 
						redujeron la inflación y, como efecto, el precio de los 
						alimentos, y aumentaron el valor del salario mínimo, el 
						número de empleos estables, y promueven distribución de 
						renta a los más pobres a través del programa Bolsa 
						Familia.
						
						 
						
						La 
						cuestión de fondo es fortalecer el nuevo sujeto 
						histórico: los movimientos sociales. De ahí la 
						pertinencia del tema del Grito. No basta movilizarse por 
						las elecciones; hay que lanzar semillas de 
						transformación. Por mejores que sean las políticas 
						sociales, tienden al retroceso si no se dan cambios en 
						nuestra estructura agraria, lo que implica el fin del 
						latifundio, el asentamiento de familias sin-tierra, la 
						protección del medio ambiente y, en especial, de la 
						región amazónica, amenazada por la deforestación y la 
						contaminación.
						
						 
						
						
						Estremecido por las dos guerras mundiales, a mediados 
						del siglo XX el capitalismo articuló el pacto entre 
						capital, trabajo y Estado. El neoliberalismo lo rompió 
						con la ofensiva contra el trabajo (reducción del sueldo 
						real, desregulación, aumento del desempleo) y el Estado 
						(privatizaciones y corrupción). Y fortaleció el capital 
						a través de la mercantilización de la naturaleza y de 
						los seres humanos. Hoy todo es fuente de lucro: mass 
						media y educación, salud y cultura, deporte y religión. 
						Hasta la anatomía individual, sometida a las exigencias 
						del perenne rejuvenecimiento. En 2003 las mujeres 
						brasileñas gastaron R$ 17 mil millones de reales en 
						productos de belleza! “Fuera del mercado no hay 
						salvación”, es el nuevo mandamiento de esa sociedad que 
						pretende reducir la ciudadanía al “consumo, luego 
						existo”.
						
						 
						
						Se 
						trata, pues, de operar cambios estructurales en la 
						sociedad, tarea a largo plazo que exige organización y 
						movilización de la sociedad civil, tanto para presionar 
						al gobierno y los dueños del dinero, cuanto para ocupar 
						instancias de poder.
						
						 
						
						En 
						Brasil, una puerta se abre: la reforma política. Será 
						decepcionante si se la entrega a la elite y a los 
						políticos interesados tan sólo en retoques cosméticos. 
						Los movimientos sociales necesitan profundizar ese 
						debate y popularizarlo lo más ampliamente posible. ¿Qué 
						reforma se quiere? ¿Cómo pasar de la democracia 
						representativa a la participativa? ¿Cómo dotar a la 
						sociedad civil de instrumentos efectivos de 
						participación política?
						
						 
						
						No 
						basta elegir hombres y mujeres comprobadamente éticos y 
						competentes para perfeccionar nuestra democracia. Es 
						preciso volver ética la institucionalidad brasileña, 
						sellando los agujeros -legales y culturales- que 
						facilitan la corrupción, el nepotismo, la malversación.
						
						 
						
						El ser 
						humano tiene defecto de fabricación y plazo de validez. 
						Es lo que la Biblia llama como ‘pecado original'. Nunca 
						habremos de extirpar de la especie humana la ambición 
						desmedida y, en consecuencia, la intención de 
						transgredir la ética que rige la convivencia social. Por 
						eso, es preciso crear instituciones que impidan la 
						tentación de transformarse en acción. De ahí la 
						importancia, por ejemplo, que la reforma política 
						determine que toda la vida contable del político, así 
						como el patrimonio de sus familiares, sean transparentes 
						a la opinión pública.
						
						 
						
						La 7 de 
						septiembre, fecha de nuestra independencia, habrá 
						movilizaciones en todos los rincones del país para que 
						el Grito de los Excluidos sea oído por los incluidos. No 
						es suficiente gritar. Hay que sobre todo actuar, 
						articulando a la sociedad civil en movimientos sociales 
						y creando conexiones entre ellos, pues el movimiento de 
						los sin-tierra no debe quedar ajeno a lo que hace el 
						movimiento indígena, ni el de los negros indiferente a 
						las luchas de las mujeres. Cuánto más fuertes los 
						vínculos de solidaridad entre ellos, tanto más rápido 
						las semillas de transformación habrán de dar frutos.
						
						
						ALAI
						
						22 de 
						agosto de 2006