Proteger a todos los desplazados

 Un desplazado no es sólo quien huye por miedo a la violencia o a la discriminación, sino también la persona que se arriesga a dejar lo que tiene para buscar una vida mejor. ACNUR protege a más 17 millones de desplazados en todo el mundo.

 

El presidente de México, Vicente Fox, ha llamado “héroes nacionales” a las personas que buscan una vida mejor en EEUU. Desde que asumió el poder hace cinco años ha pedido mejores condiciones de vida para los mexicanos que están al otro lado de los 3.100 kilómetros de frontera que separan a los dos países. Al mismo tiempo, Bush se ocupa de combatir el terrorismo, y en algunos lugares de California y de Arizona ya se formaron milicias ciudadanas que amenazan con “cazar” a los que entren a su país ilegalmente. Esta situación refleja el olvido y el grado de desprotección al que se exponen sólo algunos de los millones de desplazados que existen en el mundo.

 

Los países donde se origina la emigración no pueden huir de su compromiso con los ciudadanos de ofrecerles mejores condiciones de vida para evitar el expolio de sus talentos y para evitar los éxodos rurales. Pero es preciso dar protección a los desplazados mientras se crean esas condiciones.

 

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para la los Refugiados (ACNUR) fue creado en 1950 para proteger a los despatriados de la II Guerra Mundial, a los perseguidos por su raza, su religión, su etnia o sus ideas políticas.

 

Todos los días, 8.000 personas abandonan sus hogares a causa de las guerras y las violaciones de los derechos humanos. El hambre mata a 25.000 personas cada día, según datos de la FAO. Si un hambriento sabe que morirá si no se desplaza, ¿no tiene derecho a buscarse la vida?

 

El mundo ha sufrido cambios radicales desde la descolonización de África, las dictaduras militares de Latinoamérica y los cambios vertiginosos que ha producido la economía neoliberal. Además de conflictos bélicos entre países y guerras civiles –se calcula que hay cerca de 40 conflictos armados en el mundo–, las hambrunas azotan a los pueblos y existen unas condiciones de vida a las que cualquier persona debería tener derecho a renunciar.

 

ACNUR protege a más 17 millones de desplazados: seis millones en Asia, más de cuatro millones en África, otros cuatro millones en Europa, un millón en Norteamérica y uno y medio en Latinoamérica.

 

La comunidad internacional tiene el reto de defender a estas personas, pero también el de proteger a los millones que ocupan un vacío legal. Para esto es preciso redefinir el concepto de “refugiado”. Un desplazado no es sólo quien huye por miedo a la violencia o a la discriminación. Es también la persona que se arriesga a dejar lo que tiene para buscar una vida mejor.

 

La Constitución de EEUU reconoce el derecho a la búsqueda de la propia felicidad como uno de los derechos fundamentales del hombre. Como no existe la supremacía del hombre de una nacionalidad sobre el de otra, conviene que ese derecho político se convierta en derecho social en todo el mundo.

 

Las fronteras que separan a los Estados facilitaron durante siglos la regulación del comercio. Como se supone que ahora estamos ante un mundo con libre comercio, la rigidez de las fronteras deja de tener sentido. No se busca que desaparezcan los Estados, pues sin ellos sería mucho más difícil impartir la justicia. Pero estos Estados son responsables solidarios que pueden ayudar a personas que no encuentran una vida digna en sus países. Se necesita un marco legal de la comunidad internacional para poder cambiar la realidad y la comunidad internacional necesita el apoyo económico de las naciones para poder desarrollar planes que protejan a millones de personas que todavía no se pueden acoger a la protección de ACNUR porque no reúnen las características del refugiado.

 

Es preciso adaptarnos a las necesidades de hoy. Esto le conviene no sólo a los países empobrecidos, sino que también a los países del Norte sociológico. Con facilidades para el trabajo y con programas de educación para los desplazados, sería más fácil insertarlos en el sistema. Nadie rechazará una fuerza de trabajo preparada y educada. Por lo contrario, el odio de los desarraigados puede vulnerar los derechos que tanto esfuerzo y tantos años ha costado a los países desarrollados.

 

Los mexicanos que huyen de su país son héroes al margen de México, no héroes nacionales. No parece correcto que un gobierno presuma de un triunfo en el que ha participado tan poco. Mientras, miles de mexicanos que no son calificados por ACNUR como refugiados necesitan protección internacional. La desprotección puede generar más violencia y causar aún más desplazamientos. No hay paz sin justicia, y por eso es preciso que la jurisdicción internacional propugne un modelo más justo. Es tarea de los gobiernos apoyarlo.

 

 

Carlos Miguélez

Centro de Colaboraciones Solidarias CCS

27 de abril de 2005

 

 

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