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							La lógica del Punto Final
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								El engaño y la complicidad  
								
								
								
								de los genocidas que están sueltos, 
								 
								
								
								
								el indulto y el punto final  
								
								
								
								a las bestias de aquel infierno 
								 
								
								
								
								  
								
								
								
								Todo está guardado en la memoria, 
								 
								
								
								
								sueño de la vida y de la historia
								 
								
								
								
								  
								
								
								
								(La Memoria, León Gieco)  | 
							 
						 
					 
					  
					
					
					En Uruguay, durante los últimos 20 años y a partir de la 
					aprobación de la llamada Ley de Caducidad, se ha impuesto 
					una serie de preceptos ilógicos sustentados en el argumento 
					de que existió una “lógica de los hechos” por la cual la 
					reinstitucionalización negociada del país, luego de 13 años 
					de dictadura, debía implicar la impunidad para quienes 
					protagonizaron las violaciones a los derechos humanos. 
					
					
					  
					
					
					La sinrazón de aquella “lógica” se confirma en el hecho de 
					que luego de dos décadas de aquel “punto final” con el que 
					se quiso imponer la impunidad, siguen apareciendo nuevos 
					datos de la verdad prohibida. El problema está en que, ante 
					cada nuevo hecho que permite recuperar la memoria, alguien 
					comete el pecado de pretender generar una nueva “lógica del 
					punto final”, para intentar dar vuelta “definitivamente” la 
					página… 
					
					
					  
					
					El punto
					
					
					  
					
					
					En 1986, el presidente colorado Julio María Sanguinetti 
					impulsó una amnistía cuya aprobación condicionó el líder 
					nacionalista Wilson Ferreira Aldunate, sobre la base de que 
					se aceptara que existía una crisis institucional (los 
					militares se negaban a comparecer ante la justicia) y se 
					responsabilizara de ello al izquierdista Frente Amplio, que 
					había participado en el Pacto del Club Naval, donde se 
					acordó llamar a elecciones. 
					
					
					En el Pacto del Club Naval se había aceptado que Ferreira 
					Aldunate, del Partido Nacional, y el general Líber Seregni, 
					líder del Frente Amplio, se mantuvieran proscriptos y no 
					fueran candidatos para una elección en la que Sanguinetti se 
					impuso como Presidente, con el tercio mayor de votos, en un 
					país donde se terminaba con un bipartidismo histórico. 
					
					
					  
					
					
					La “Ley de la Caducidad de la Pretensión Punitiva del 
					Estado” escondía detrás de su pomposo nombre una venganza y 
					una estrategia del Partido Nacional: los blancos no le 
					perdonaban a la izquierda su participación en el Club Naval, 
					que los había dejado fuera de la negociación de la salida de 
					la dictadura, y mucho menos la proscripción de Wilson, quien 
					de ser candidato pudo haber ganado con votos de la propia 
					izquierda. 
					
					
					  
					
					
					La famosa “lógica de los hechos”, como se expresa 
					textualmente en la Ley de Caducidad, no es otra cosa que la 
					aceptación, por parte del Partido Colorado, de que en el 
					Pacto del Club Naval, al negociarse las elecciones y la 
					reinstitucionalización del país, había quedado implícito que 
					los militares no serían juzgados por sus violaciones a los 
					derechos humanos. Algo que nunca se estableció 
					explícitamente. 
					
					
					  
					
					
					Aquel “juego” político fue la matriz de una ley en la que el 
					Partido Nacional tampoco estaba dispuesto a perdonar ni 
					olvidar todo lo hecho por la dictadura. No se castigarían 
					los crímenes cometidos por militares, policías o asimilados, 
					ante órdenes de sus mandos o en cumplimiento de sus 
					funciones, pero quedaban fuera los delitos económicos y, en 
					particular, se exigía investigar la verdad de lo ocurrido 
					con los desaparecidos. 
					
					
					  
					
					
					Durante las últimas dos décadas, los sucesivos gobiernos 
					electos en Uruguay interpretaron aquella ley como una 
					amnistía total con la que se concedía impunidad absoluta a 
					todos los militares, todos los policías y todos los 
					asimilados, fuese cual fuese su crimen, e incluso, para no 
					erosionar aquella impunidad, se desdibujó el mandato de 
					indagar lo ocurrido con los desaparecidos y todos los 
					delitos fueron incluidos en la Ley de Caducidad. 
					
					
					  
					
					La coma
					
					
					  
					
					
					En esa “lógica de los hechos”, la caducidad fue un cactus 
					sembrado durante el gobierno de Sanguinetti, regado por su 
					sucesor, el nacionalista Luis Alberto Lacalle, protegido por 
					el propio Sanguinetti en un segundo mandato, y también 
					respetado por el saliente presidente Jorge Batlle, quien en 
					el tema derechos humanos intentó “comerse la tuna” pero 
					terminó “espinándose las manos”… cuando quiso poner el punto 
					final. 
					
					
					  
					
					
					Batlle creó una Comisión para la Paz en 2001, al comienzo de 
					su mandato, cuando se ubicó el paradero de Macarena, la hija 
					de la desaparecida María Claudia García, nuera del poeta 
					argentino Juan Gelman. La Comisión logró un importante 
					avance en el reconocimiento del terrorismo de Estado, pero 
					también pretendió ponerle un punto final al tema y se llegó 
					incluir en la caducidad la desaparición de la propia María 
					Claudia. 
					
					
					  
					
					
					Con la asunción del presidente Tabaré Vázquez, por primera 
					vez en dos décadas un Poder Ejecutivo uruguayo ordenó a los 
					mandos de las Fuerzas Armadas que investigaran internamente 
					lo ocurrido con los desaparecidos durante la dictadura. Los 
					tres comandantes en jefe acataron la orden y en sus 
					informes, las verdades confirmaron viejas certezas y 
					generaron nuevas incertidumbres. 
					
					
					  
					
					
					El Ejército aceptó que había matado presos políticos en la 
					tortura, que sus cuerpos habían sido enterrados en unidades 
					militares, que varios de ellos fueron luego exhumados en una 
					denominada “Operación Zanahorias”, que fueron incinerados y 
					sus cenizas esparcidas dentro de una base castrense; sería, 
					pues, imposible recuperarlos. Era un definitivo punto final. 
					
					
					  
					
					
					La Armada apenas reconoció que había compartido información 
					con la terrorífica Escuela de Armas y Servicios (ESMA) 
					argentina, a la que le entregó un montonero detenido en 
					Uruguay, pero subrayó que no habían participado en ninguna 
					desaparición, particularmente en la de un grupo de uruguayos 
					detenidos en Argentina en 1977 y 1978. En un posterior 
					informe ampliatorio la Marina no agregó mucho más. Ese fue 
					su punto final. 
					
					
					  
					
					
					La Fuerza Aérea Uruguaya (FAU) fue la que más avanzó. 
					Confirmó la existencia de un “segundo vuelo” con detenidos 
					del centro de torturas Automotores Orletti de Buenos Aires, 
					quienes trasladados a Montevideo en un avión militar en 
					octubre de 1976 fueron luego entregados al Ejército. La FAU 
					puso su punto final al señalar una chacra en la localidad de 
					Pando, donde había enterrado a dos comunistas muertos 
					durante la tortura en una base aérea. 
					
					
					  
					
					Dos puntos
					
					
					  
					
					
					Las Fuerzas Armadas uruguayas aceptaron confesar sus 
					crímenes de la dictadura en forma genérica, creyendo que con 
					eso se daría vuelta la página, pero a la previsible 
					aparición de uno de los cuerpos señalados por la FAU en 
					Pando, se sumaron los inesperados hallazgos de un segundo 
					cuerpo y de restos de un tercero en el Batallón de 
					Infantería 13, la unidad donde funcionó el “300 Carlos”, 
					principal centro de torturas del Ejército uruguayo. 
					
					
					  
					
					
					Los restos hallados en el Batallón 13 no lo fueron por los 
					datos oficiales aportados por los mandos del Ejército, sino 
					por intermedio de testimonios “anónimos” que indicaron el 
					lugar exacto de, al menos, dos enterramientos que no 
					figuraban en el informe final de la Comisión para la Paz ni 
					en el informe del Ejército. Ambos habían concluido que no 
					quedan tumbas en esa unidad militar, y si alguna vez las 
					hubo ya habían sido exhumadas en la “Operación Zanahorias”. 
					
					
					  
					
					
					Los hallazgos en el Batallón 13 y la falta de resultados en 
					el Batallón 14, donde el Ejército confiaba encontrar 
					rápidamente la tumba de la María Claudia, la nuera de Gelman, 
					liquidaron el plan del comandante del Ejército, teniente 
					general Angel Bertolotti, quien había impuesto ante los 
					demás generales su posición de “romper el pacto de 
					silencio”, confiando en que con ello se “daría vuelta la 
					página”. 
					
					
					  
					
					
					Antes de asumir el 1 de febrero como nuevo comandante en 
					jefe del Ejército uruguayo, el general Carlos Díaz, uno de 
					los oficiales que dirigió las investigaciones internas para 
					elaborar el informe sobre los desaparecidos, ya declaró que 
					los militares continuarán los lineamientos del presidente 
					Tabaré Vázquez en el tema derechos humanos, confiados en 
					“dar vuelta” aquella triste página de la historia. 
					
					
					  
					
					
					En las palabras del general Díaz, la lógica de la impunidad 
					vuelve a sobrevolar en Uruguay, donde el sistema político, 
					los militares, la justicia, la prensa y hasta la propia 
					sociedad civil sufren las consecuencias de dos décadas de 
					Ley de Caducidad. No se acepta que la historia es 
					continuidad y no puede existir un punto final. Cada punto, 
					cada coma, es un “dos puntos” que abre un nuevo capítulo de 
					búsqueda sobre lo ocurrido. 
					
					
					  
					
					
					Durante 20 años se ha intentado en Uruguay tapar el sol con 
					un dedo, y ahora, cuando la luz comienza a acariciar la 
					historia, muchos se encandilan y pretenden imponer la vieja 
					lógica del punto final por miedo a lo que se pueda llegar a 
					ver. No entienden que la claridad es la que gesta el “nunca 
					más”, al inscribir la verdad en la memoria que, al decir de 
					León Gieco, “es el sueño de la vida y de la historia…” 
					
					
					  
					
					
					  
					
					
					Roger Rodríguez 
					
					
					© Rel-UITA 
					
					
					26 de enero de 2006 
					
					  
					  
					
					
					
					  
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