Estados Unidos

Las caras de la represión

 

Al comenzar mi vida periodística en California, a mediados de los ochenta, una de mis primeras asignaciones como camarógrafo de una cadena de televisión en español fue cubrir las repercusiones del asesinato de René López, joven mexicano de 19 años, que promovía la sindicalización de sus compañeros en favor del Sindicato de Campesinos (UFW).

 

Poco después, el también joven Raúl Rangel fue asesinado por la policía de la ciudad. Su familia, temiendo que se suicidara por tener una pistola y estar alcoholizado, llamó a la policía para que lo rescatara. ¿Rescatar? ¡Bum, bum, bum! Las fuerzas del orden se sintieron "amenazadas" y lo mataron de varios balazos. Un año después, Ronald López, de 16 años y primo de Rangel, cayó igualmente abatido por gatilleros de la policía cuando abría la puerta de su casa, respondiendo a los golpes de los agentes. Los responsables de estas muertes fueron absueltos de toda responsabilidad.

 

En otra de mis asignaciones, asistí a la inauguración de una comisaría en un barrio de Fresno. El local era mediano y con pocos muebles; afuera, los agentes mostraban dos patrulleros, orgullosamente, a los periodistas. Lo que se dice una pequeña fuerza policial de patrullaje de barrio. Hace poco, al pasar por la misma comisaría, me sorprendió ver alrededor de veinte coches patrulla estacionados en la parte delantera. ¿Patrullas barriales?

 

Si los cálculos no me fallan, eso quiere decir que la fuerza policial se ha multiplicado por diez en los últimos veinte años. En el mismo período de tiempo, la población sólo se ha duplicado (de 218.000 en 1980, a 427.000 en el 2000, según cifras del censo). Actualmente, el Departamento de Policía de Fresno consume el porcentaje más grande del presupuesto de la ciudad, más del 10 por ciento de los casi mil millones de dólares presupuestados para el 2006. A mediados de este año, diecisiete nuevos agentes entrarán en servicio gracias a fondos federales. Y a esta fuerza de casi novecientas personas hay que agregarle el personal del sheriff y otras agencias.

 

A fines de los 80, una disposición municipal prohibía el cruissing, el paseo automotriz que los jóvenes practican especialmente los fines de semana en ciertas calles. Ver y hacerse ver, costumbre tradicional en casi todas las culturas; pero no para las autoridades. Entonces, ¿qué hacen los jóvenes en un ambiente cada vez más limitado? Poco, muy poco. Los constantes recortes presupuestarios limitan año tras año las pocas actividades públicas. A esto hay que agregar el implemento o aumento de tarifas en parques. Los jóvenes se ven empujados a los centros y galerías comerciales –los malls– para socializar.

 

La obsesión oficial por el control ciudadano no es un secreto. Especialmente cuando los gobiernos tienen componentes ideológicos represivos. O sea, si son derechistas. Como los republicanos (es importante aclarar que los demócratas no son lo opuesto, pero al menos son más flexibles). Paralelamente al aumento de la represión en Fresno, y como en cualquier otra ciudad del país, se observa un crecimiento de consumo de drogas. Desde los 90, la zona se ha convertido en el centro productor de metanfetaminas del estado. Muchos aseguran que es debido al fácil acceso a productos químicos, por ser ésta una región agrícola. Pero otros afirman que simplemente es la droga de los pobres.

 

Activistas locales aseguran que el aumento de la fuerza policial no hace de Fresno, ni de cualquier otra ciudad, una zona más segura. Aunque el gobierno local muestra estadísticas para probar la eficacia del aumento del presupuesto policial, los activistas muestran la otra cara de la ciudad. Algunos barrios son cada vez menos seguros. Hay más pandillas, más narcotráfico. El espíritu solidario de los 60 y 70, que dio lugar al movimiento hippie y pacifista, ha sido reemplazado por el individualismo y el consumo: de ahí la importancia de los "malls" como lugares privados de reunión. La influencia de las empresas constructoras es de tal magnitud que el gobierno local no se anima a exigir zonas verdes. De esta manera, los barrios nuevos carecen de espacios públicos.

 

Al decrecer el interés social y solidario, su espacio está siendo cubierto por organizaciones religiosas, que con modernas técnicas de mercadeo aumentan su clientela a un ritmo asombroso. Las nuevas iglesias surgen como hongos, como los malls; y por las dudas, siempre están a mano las cárceles, cuyo número crece constantemente. Según Noam Chomsky, el sistema carcelario estadounidense (el mayor del mundo) ejerce un estricto control para los potenciales rebeldes y para los "no integrados". Los negros y en general los hispanos son su mayor clientela.

 

Las leyes también se han ido endureciendo. Su aplicación varía de acuerdo al dinero del acusado para contratar abogados o a su etnia. Por ejemplo, Paul Hurth, agente y asesor religioso policial de Fresno, fue sentenciado a 21 años de cárcel por asesinar, en el año 2000, al esposo de su amante. De no haber sido policía o blanco anglosajón, pocos dudan de que habría sido condenado a muerte.

 

Pero hay algo más que ha cambiado con el tiempo: ahora, la policía de Fresno y de otras ciudades realiza regulares controles callejeros en los que se requisan carros por varios motivos, como falta de pago de licencias. Pero según los activistas, los retenes se establecen en su mayoría en zonas pobladas por personas de bajos ingresos, especialmente inmigrantes. Las multas son muy altas y son un ingreso muy importante para el presupuesto policial. Solamente en el año 2004, se requisaron 6000 vehículos en Fresno.

 

Después del 11-S, la policía de Fresno se benefició de fondos especiales porque al decir de su jefe, Jerry Dyer, "el valle es prioridad para los grupos terroristas". Aunque la declaración generó risas y burlas, el jefe se mantuvo en lo suyo y mandó a infiltrar grupos de interés público como Peace Fresno y una conferencia en la Universidad local sobre derechos de los animales.

 

Pero la perla de la corona de la aplicación obscena de la fuerza es lo ocurrido el pasado 29 de abril del 2005, cuando varias patrullas, con apoyo de un helicóptero, acudieron presurosas a un barrio modesto de Fresno y con total lujo de fuerza e impunidad arrestaron a… ¡una niña de 11 años! Maribel Cuevas arrojó una piedra a otro niño que la insultaba, lastimándolo. Pasó cinco días en una cárcel para menores (por supuesto, la ciudad está completando otra más nueva y más amplia) y además la policía presentó cargos penales.

 

La "Ley patriótica", aprobada tras el 11-S, no dice nada sobre cómo provocar traumas psicológicos a los menores que tiran piedras para defenderse. Pero por las dudas, el todopoderoso Departamento de Policía de Fresno está aquí para demostrarlo.

 

 

Eduardo Stanley

Convenio La Insignia / Rel-UITA

3 de agosto del 2005

 

 

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