Brasil

Con “Guto” Santos Silva

La clave es la reforma agraria

Es presidente de la Federación de Trabajadores y Trabajadoras en la Agricultura (FETAGRI) del estado de Pará, afiliada a la CONTAG. Aunque de origen urbano, desde muy joven se vinculó a las luchas campesinas. La violencia tiene sus raíces en la disputa por la propiedad de la tierra –explica–, una violencia que en Pará se respira, se come, se bebe y por la noche se sienta junto a la cama de cada uno, en atenta vigilia.

 

-¿Dónde naciste?

-En la ciudad de Belem, capital del estado de Pará. Allí, desde muy joven –a los 15 años–, me integré al movimiento de lucha por la tierra urbana porque la casa de mi familia estaba dentro de un área que pertenecía al Ministerio de Aeronáutica. Éramos más de 2 mil familias que debíamos abandonar esa tierra, nuestras casas, porque decían que allí iban a construir un complejo habitacional para los soldados.

 

-¿Ahí empezó tu contacto con la violencia institucional?

-En esa época ya éramos interceptados muchas veces por la Policía que nos trataba con prepotencia. Ya tenía cierto contacto con la violencia rural porque participé en algunas reuniones clandestinas en la periferia de Belem. Nos ocultábamos de la Policía y de los estancieros. En las ciudades siempre nos movilizábamos en grupo para tener mayor seguridad. Nunca fui directamente amenazado, pero el trabajo que hacemos es un riesgo permanente y de origen difuso. A los 17 años me fui al interior, al nordeste del estado, al municipio de Iritúia, que en lengua indígena significa “Aguas claras”, o “Aguas transparentes”. Pero de eso hace tiempo, ahora ya tengo 40 años.

 

-¿Por qué te fuiste al interior?

-Por dos razones: primero porque tenía que ganarme la vida, y segundo porque sentía que mi etapa como dirigente urbano ya estaba terminada y quería empezar algo nuevo, que acompasara mis deseos de participar en la lucha por el cambio social. Tuve una oportunidad con la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) de trabajar en la formación de jóvenes rurales y después me integré a pleno en el trabajo sindical. Viví y me casé en Iritúia. Más adelante acompañé las acciones en Rondón do Pará, trabajé muy cerca de Dezinho –quien posteriormente sería asesinado–, y en todas las reuniones sentíamos el clima de amenaza, de estar siendo vigilados, de tener entre la asistencia personas infiltradas por la Policía o los estancieros. Por mi rol público, expuesto en los medios y en el terreno, sin duda integro las tristemente célebres listas de los “marcados para morir”. Parece increíble, pero es cierto que existen, inclusive con tablas de precios para asesinar a abogados, sacerdotes, dirigentes... El clima de violencia es permanente y me acompaña desde siempre, a mí como a todos, en Marabá, en Anapú, en Nova Pixuna. Lo único que podemos hacer, además de denunciar y seguir luchando por nuestros derechos, es no dejarnos tomar por sorpresa.

 

-¿Qué características tiene esa violencia?

-La violencia en el campo en Pará, en la Amazonia y en todo Brasil, es una violencia institucionalizada porque cuenta con la connivencia del Estado y de otros poderes no oficiales. Es orquestada, organizada por los latifundistas, los grandes propietarios de tierra, los grileiros y tiene entre sus objetivos impedir la defensa de los agricultores y agricultoras famialiares, focalizando la represión principalmente en los/as dirigentes sindicales y los/as activistas comunitarios/as. La raíz de esta violencia es la concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, es el poder constituido y organizado por esos pocos, y hablamos de poder político, policial, judicial, legislativo. Este es el verdadero escudo que garantiza la impunidad de esos especuladores y acaparadores de tierra. Desde esa posición protegida promueven el “grilagem” o la apropiación indebida de enormes extensiones de tierra tomada al fisco o a anteriores ocupantes, regularizándolas de forma ilegítima e instalando allí un sistema feudal, mafioso, con pistoleros y sicarios que amenazan de muerte y asesinan a los/as trabajadores/as rurales que viven en esas zonas o que les disputan la propiedad de esas tierras. En el estado de Pará los/as dirigentes sindicales y sus familias son víctimas de esa violencia asesina.

 

-Además de los/as dirigentes sindicales, ¿quién más es víctima de la violencia?

-También lo son las familias que precisan una tierra donde vivir y trabajar, de la cual alimentarse, y quienes trabajan en la promoción de los derechos ciudadanos, de los derechos humanos o en la simple lucha para que se apliquen las leyes federales vigentes que en el ámbito local no logran ser implementadas. Todo el mundo termina siendo víctima de esta violencia que se expresa puntualmente en asesinatos y amenazas, pero que está permanentemente presente, en todo acto y gesto de una sociedad moldeada por ella. La violencia está tan institucionalizada que es, simplemente, impunidad, carta blanca. Hemos padecido asesinatos de compañeros/as que permanecen impunes hace más de diez años, tenemos casos en los cuales fueron identificados los pistoleros y los que contrataron sus “servicios”, pero no existió seriedad o mínima formalidad del Estado y de la justicia para llevar a prisión a los responsables. No hay seguridad pública creíble ni vigencia de los instrumentos que garanticen la defensa de los/as trabajadores/as rurales. Esta situación va provocando la expulsión de las familias y comunidades campesinas hacia la ciudad, en un movimiento de emigración rural-urbano muy importante. Como se sabe, estas personas se terminan afincando en las zonas periféricas y marginalizadas de las ciudades pensando que conseguirán un empleo, pero viviendo sin saneamiento ni agua corriente, sin transporte ni educación y carente de servicios públicos en general. Es común que los jóvenes adopten comportamientos marginales, delincuenciales, entran en la droga y la prostitución. En fin, van quedando encerrados en un círculo vicioso: dejaron de ser explotados en el campo para ser hiperexplotados en las ciudades. Esto también es un tipo de violencia que sufre la familia rural y a la cual, prolijamente, se le llama “pobreza”, pero en realidad es violencia porque se trata en un cien por ciento de situaciones forzosas. Otros pierden un padre, una madre, un hermano, un pariente que caen víctimas de una violencia armada; son pérdidas irreparables, pero no debemos olvidar que también existe esta otra violencia, la desarmada. Por eso luchamos por la reforma agraria, porque es la única forma de asegurar la permanencia de la gente en el campo y de que la Amazonia deje de ser devastada.

 

-¿Cuántos muertos ha ocasionado esta violencia armada?

-Hay una estadística de la CPT que no es exhaustiva porque es muy difícil conocer los datos reales, pero sabemos que, por lo menos, hay unas 80 personas muertas por esta causa en los últimos diez años en Pará. En esta cantidad no entran las víctimas del trabajo esclavo que, seguramente, son muchas más. Se trata de trabajadores que son esclavizados en las estancias alejadas de los centros poblados, y que cuando intentan huir son asesinados y enterrados clandestinamente.

 

-Se han hallado cementerios colectivos...

-En algunas estancias, especialmente en Rondón do Pará, donde el compañero Dezinho fue asesinado en la puerta de su propia casa (ndr: uno de los casos relatados en el documental rodado por UITA en Pará), fueron identificados varios enterramientos clandestinos y colectivos de trabajadores esclavos y sindicalistas desaparecidos desde hacía mucho tiempo. En la actualidad, la Policía Federal y el Ministerio de Trabajo, actuando en conjunto, liberan cada día personas esclavizadas en las estancias. Este esquema de apropiación, devastación y enriquecimiento ilícito ha sido durante décadas generador de violencias de todo tipo.

 

-También violencia ambiental.

-La devastación es horrorosa. Los grileiros arrasan con la selva, la tierra se desertifica, las cañadas y los arroyos se secan, la bodiversidad desaparece y en su lugar pasta el ganado o crece la soja. Allí tampoco hay lugar para los agricultores familiares. Nuestras movilizaciones de masas se llaman desde hace años “Grito de la Amazonia”, “Grito de la tierra”, porque los trabajadores rurales precisan llamar la atención de la sociedad, del Estado acerca de esta realidad instalada en la región.

 

-¿Dónde está el Estado?

-Cuando hablamos de violencia institucionalizada, incluimos a los gobiernos locales y al federal. En los últimos dos años se percibe una acción más efectiva y eficaz del gobierno federal en la captura de estancieros esclavistas. Hace unos días fue apresado un grileiro que en los últimos meses devastó un área similar a la de 100 estadios Maracaná, pero cuatro días después fue liberado bajo fianza. Hay una cultura local de impunidad muy estructurada.

 

-¿Por qué continúas participando en algo tan peligroso?

-Tengo una formación que proviene de la Pastoral de la Tierra, de la iglesia católica progresista, donde estuvo mi motivación inicial. También la influencia de mi padre, que salió del nordeste a los 16 años, pasó por Ceará y llegó a Belém a los 18 años. Fue “pedreiro” toda su vida, trabajó siempre en la construcción de casas. Nunca nos contó su historia anterior, hablaba muy poco, pero nos enseñó la dignidad del trabajo. Mi madre proviene de la isla Marajó, y por su lado tengo ascendencia india. Ella fue obrera de talleres de confección hasta que se jubiló. Desde muy pequeño trabajé en la venta callejera, ambulante. Allí fue naciendo mi comprensión del mundo, sus injusticias y contradicciones.

 

-¿Cómo vive esto tu familia? ¿No te dicen que cambies de actividad?

-Mi mujer sí, a veces me dice algo. Ella tiene miedo porque viajo mucho en coche, de madrugada, y ella siente la presión como yo. Mi hija tal vez no tanto porque todavía no percibe completamente la situación. Este tema fue motivo de alguna crisis familiar, porque no es sencillo asumirlo, pero mi esposa sabe lo que hago, por qué y para qué lo hago, y lo entiende. Son opciones que uno toma. Al fin, sigo en esto por convicción.

 

-¿Hasta?

-Hasta el fin. Pero ya estoy preparando mi jubilación. Compré una pequeña propiedad de 10 hectáreas cerca de Belém, y ahí estaré dentro de algunos años, tendido en una red, descansando, quieto, sin viajes ni reuniones, sólo dando consejos (se ríe). ¿No me crees?

 

-¿Cómo puede influir en esta situación la campaña contra la violencia rural en Pará?

-La campaña aborda aspectos personales y colectivos de la violencia, revela sus características institucionalizadas pero también cuenta cómo se vive desde el ámbito individual, personal, familiar, y eso está muy bien porque refleja la complejidad de la realidad. La campaña muestra que estos asesinatos no son solamente la eliminación de una persona física, sino de alguien que ocupa un rol social, que habla, que tiene un proyecto colectivo, una propuesta diferente para la sociedad, así como una vida íntima, personal, una familia.

Esperamos que la divulgación de esta realidad promueva la sensibilización internacional sobre los problemas en la Amazonia y en Pará, especialmente sobre la violencia a la que se relacionan los fenómenos que ya mencionamos sobre la propiedad de la tierra, la impunidad, la devastación ambiental y los poderes feudalizados. Esta campaña mostrará la “realidad real”, y no los discursos; mostrará los hechos, los personajes reales de esos hechos. No se tratará de “una versión”, sino de lo que ocurre verdaderamente.

 

 

Entrevista de Carlos Amorín

© Rel-UITA

2 de noviembre de 2005

 

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