El 
acuerdo firmado el 7 de septiembre 
por Luiz Inacio Lula da Silva y 
Nicolas Sarkozy completa el viraje 
estratégico producido en la región 
con la decadencia de la hegemonía de 
Estados Unidos y el ascenso de 
Brasil como potencia global.
 
Nace un complejo militar-industrial autónomo en el que alguna 
vez fuera el patio trasero del 
imperio, que consigue 
blindar la Amazonia y 
las reservas de hidrocarburos 
descubiertas en el litoral marítimo 
brasileño. Por si fuera poco, se 
informó que Brasil está en 
condiciones de fabricar armas 
atómicas.
 
El 5 de septiembre, el general 
Luiz Eduardo Rocha Paiva, 
profesor de la Escuela del Estado 
Mayor del Ejército, firmó un 
artículo de análisis en el sitio 
militar Defesanet: “La miopía 
estratégica y la indigencia militar 
son las mayores amenazas a la 
soberanía de Brasil”. Desde 
una perspectiva conservadora, 
critica de modo frontal la reacción 
de su país a la instalación de siete 
bases estadounidenses en territorio 
colombiano. Dice: “no serían un 
problema si Brasil dispusiese 
de poder militar a la altura de la 
posición que pretende adoptar en el 
escenario internacional. Lo que nos 
amenaza es nuestra debilidad”.
 
El artículo refleja el estado de 
ánimo de los militares brasileños, 
que temen una intervención de 
potencias occidentales que desde 
1990 buscan “imponernos una 
soberanía compartida” en la 
Amazonia. La sensación de debilidad 
creció desde que un año atrás fueron 
descubiertos 50 mil millones de 
barriles de petróleo en el mar de 
Brasil, a siete kilómetros de 
profundidad. Esos recursos serán 
explotados por el Estado y no por 
empresas privadas, según propone 
Lula, con lo que Brasil 
se coloca como una de las 
principales estrellas del emergente
BRIC (Brasil, Rusia, India y 
China), combinando una potente 
industria con autonomía energética 
que no todos poseen.
 
Faltaba la autonomía militar. 
El acuerdo con Francia le permite 
comprar cinco submarinos, uno 
nuclear, y 50 helicópteros de 
transporte militar por un valor de 
12 mil millones de dólares. Con la 
anunciada adquisición de 36 
cazabombarderos Rafale de la 
francesa Dassault, la cifra se 
elevaría a 18 mil millones de 
dólares, pero la prensa gala estima 
que la compra puede ascender a 120 
aviones. 
Si se confirma la preferencia de 
Lula por el aparato francés, 
habrá quedado por el camino el F-18 
Hornet de Boeing, en una decisión 
política que se ha interpretado como 
una “declaración de guerra” a 
Washington.
 
El negocio incluye la adquisición 
por Francia de 10 aviones de 
transporte militar KC-390 brasileños 
para sustituir los Hércules C-130 
estadounidenses. Con ser importante, 
el negocio es apenas un detalle 
menor al lado de la masiva 
transferencia de tecnología que 
conlleva la alianza.
 
El acuerdo contempla la construcción 
de astilleros en Río de Janeiro, 
donde serán construidos los 
submarinos Scorpene; en tanto, los 
helicópteros serán armados en Minas 
Gerais por la empresa binacional 
Helibras, filial de la europea EADS.
 
Con los aviones de combate la 
cuestión es más ambiciosa. “La 
adquisición de los Rafale no será 
una mera compra, porque se 
construirán en Brasil y 
existirá la posibilidad de que sean 
vendidos en América Latina”, 
dijo el canciller Celso Amorim. 
Las seis primeras aeronaves las 
entregará Francia, pero las 
30 restantes serán ensambladas por 
la brasileña Embraer, que ya es la 
tercera empresa aeronáutica del 
mundo detrás de Airbus y Boeing, y 
fabrica aviones de combate, aunque 
no cazabombarderos de última 
generación. El contrato a estudio 
considera que Brasil podrá 
vender los cazas Rafale en 
Sudamérica, lo que da idea de la 
trascendencia de una alianza que, en 
los hechos, lo convierte en un avión 
de combate franco-brasileño.
 
De ese modo, Brasil pasa a ostentar 
la mayor flota naval de América 
Latina y una industria capaz de 
abastecer a sus fuerzas armadas de 
modo permanente según la evolución 
de los acontecimientos en la región. Brasil 
estará entre los once países del 
mundo capaces de fabricar 
cazabombarderos. El monto de los 
acuerdos, si se incluyen los Rafale, 
sería cuatro veces superior al costo 
del Plan Colombia. Así Brasil 
completa un giro radical: hace siete 
décadas, durante la Segunda Guerra 
Mundial, Getulio Vargas 
alineó a su país con Estados
Unidos. Ahora Lula 
proclama la “segunda independencia”, 
como dijo cuando propuso la creación 
de Petrosal, la empresa estatal 
encargada de monitorear la 
explotación de yacimientos que ahora 
protegerá la marina.
 
Quien crea que es una política del 
gobierno de Lula está 
equivocado. Es una opción del Estado 
brasileño, largamente planificada 
–los acuerdos con Francia 
fueron negociados más de un año–, 
pero acelerada por la decisión del 
Comando Sur de convertir a 
Colombia en una gigantesca base 
militar. El parlamento de Brasilia 
aprobó en tiempo récord de 48 horas 
los fondos para la compra de los 
cinco submarinos y los 50 
helicópteros.
 
Más claro fue el comandante de la 
marina, Julio Soares de 
Moura Neto, quien respondió a un 
cuestionamiento del conservador 
Folha de São Paulo sobre el elevado gasto militar: “Los 
brasileños precisan tener conciencia 
de que tenemos riquezas 
inconmensurables en el mar, y la 
marina debe estar preparada para 
defender nuestra soberanía sobre 
ellas”. Agregó que la reactivación 
de la Cuarta Flota “no fue ni 
política ni diplomáticamente 
informada a Brasil”, con lo 
que la pretendida alianza entre la 
Casa Blanca y Planalto se disolvió 
en las nieblas del militarismo.
 
La alianza entre Francia y Brasil 
echa luz sobre los verdaderos 
acontecimientos del continente; las 
cosas se han invertido: ya no son 
los gobiernos díscolos del sur los 
que pretenden poner palos en la 
rueda de la hegemonía 
estadounidense. Es la Casa Blanca la 
que intenta frenar el ascenso de 
Brasil al rango de potencia global, 
lo que inevitablemente supone el 
ocaso de Estados Unidos en la 
región.
 
Raúl Zibechi
Tomado de La Jornada
15 de septiembre de 
2009