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            Uruguay 
  
  
    
      | 
            
            Con 
             
            
            Ana María Araújo 
            
            
            “El desempleo crea un nuevo tipo de desaparecidos” 
             |  
                     Profesora 
                  investigadora de la Facultad de Psicología y de la Facultad de 
                  Humanidades de la Universidad de la República, Araújo coordina 
                  un equipo de investigación que aborda el tema del desempleo 
                  desde las vivencias en la vida cotidiana. 
        
      
      
      — Nuestro 
      tiempo nos habla de un desempleo inédito, y también de repercusiones 
      psicosociales en las nuevas formas de exclusión social. Ese es uno de los 
      temas que abordás en un libro que coordinaste.1 
        
      — El 
      índice de desempleo abierto en el Uruguay está en un 19,6 por ciento. No 
      se llegó a un nivel tal ni siquiera bajo la dictadura militar. Además, 
      está el tema del trabajo precario e informal, que alcanza casi 40 por 
      ciento. Es decir, que en el Uruguay de hoy más de la mitad de la población 
      tiene problemas graves de empleo, en el ámbito de la seguridad social y 
      por supuesto en lo económico, lo cual está socavando la estabilidad mínima 
      que necesita un ser humano para vivir. La orientación que nosotros tomamos 
      se introduce en las subjetividades y en la vida de los desempleados. La 
      investigación, realizada en Montevideo, cubrió a distintos sectores 
      sociales con el objetivo de definir a nivel más psicosocial las 
      características del desempleo. En este plano se constata una ruptura del 
      contrato social, en función de la cual el desempleado se siente excluido, 
      fuera de la sociedad, al no pertenecer a ningún espacio real simbólico. 
      Esto genera mucha fragilidad en el mundo psíquico, una gran 
      vulnerabilidad, una herida de identidad que evidentemente tiene sus 
      repercusiones a nivel sicológico estrictamente, pero también en el 
      somático. El cuerpo evidencia lo que sentimos a nivel del inconsciente y a 
      nivel psíquico. Esta vulnerabilidad, esta crisis, esta herida narcisista 
      comporta distintas fases. En un primer momento, la noticia de un despido 
      -aunque se aguarde- genera a veces un shock traumático en el sentido más 
      estricto de Freud: un impacto tal que a menudo deriva en infartos y 
      enfermedades cardiovasculares. Pero cuando se sale de ese shock muchas 
      veces hay un período que nosotros hemos localizado en unos seis meses, en 
      el que se pasa de una actitud de optimismo (“la pérdida de trabajo me va a 
      posibilitar estar más con mi gente, relacionarme con los amigos, con la 
      familia, buscar nuevos trabajos y por lo tanto crecer, porque de todos 
      modos ese trabajo no me satisfacía”) a otro más negro. El período de 
      optimismo es corto. La situación del país y de la región está mostrando 
      que la reinserción laboral de los trabajadores sin empleo lleva alrededor 
      de año y medio, cuando se da. En determinada franja etaria, la de mayores 
      de 40 o 45 años, muchas veces no hay soluciones en un plazo que ronda más 
      de tres años.  
      
        
      
      — 
      Generalmente el trabajo que se obtiene a esa edad tras un largo período de 
      desempleo es inferior al que se tenía antes.
       
        
      — Estudios 
      de la OIT indican que casi 70 por ciento de los trabajadores de esa edad, 
      cuando vuelven a encontrar un empleo, consiguen uno de menor calidad. 
      Logran reinsertarse socialmente, pero a un precio muy grande, no sólo en 
      lo económico, sino en su propia identidad laboral. El trabajo estructura 
      la vida psíquica, la vida afectiva, la vida emocional en las referencias 
      espacio–tiempo y la vida cotidiana toda. Entonces, cuando se pierde, se 
      produce una desestructuración y el hecho, incluso, de volver a un empleo 
      descalificante a una determinada edad de la vida implica también una 
      herida narcisista. Recapitulando, en primer lugar tenemos el shock de 
      recibir el telegrama o el anuncio que se perderá el empleo. En segundo 
      lugar, hay un período que puede durar seis, cinco, cuatro meses, en el que 
      se nota casi una actitud maníaca y mucha omnipotencia (“puedo todo”) o una 
      negación (“no pasa nada”), lo cual, dentro del panorama de depresión que 
      se instala después, es bastante bueno. A partir de los seis meses deviene 
      un proceso de toma de conciencia de la realidad, de enfrentamiento 
      permanente al rechazo en la búsqueda de trabajo, lo que Freud llama trauma 
      acumulativo. El primer 
                      
                      
                        
                          | 
            
            sociedad fragmentada 
            
            ruptura del  
            
            contrato social 
            
            privatización de la culpa 
            
            subjetividades 
            
             rotas 
            
            vulnerabilidad emocional 
            
            desasosiego 
            
            irradiación del miedo 
            
            pérdida, 
            
             abandono, duelo 
            
            canalización de  
            
            la injusticia 
            
            des-existencia 
            
            desaparición civil 
            
            suicidio 
            
            impunidad 
            
            y frente al drama, 
            
            sin embargo, 
            
            capacidad  
            
            de lucha 
            
            y esperanza… 
            
            dos milagros todavía vivos 
            
            entre nosotros… 
            
            pero ¿hasta cuándo? |  
       trauma del shock se va incentivando y reforzando 
      con las negaciones frente a la posibilidad del no empleo, y este trauma 
      acumulativo genera síntomas, que incluso se manifiestan después de 
      conseguir un empleo, con una fragilidad que permanece. La OIT señala en un 
      documento que aquellos trabajadores que estuvieron más de un año sin 
      trabajo aceptan condiciones de la empresa y del patrón que jamás hubieran 
      aceptado. Hay un grado de quiebre en la combatividad de la gente. Se 
      admite cualquier tipo de trabajo, se instala el miedo a que esta situación 
      se revierta y a volver a estar desempleado, se desata un proceso depresivo 
      que puede ir del no levantarse de la cama por no tener fuerzas, al no 
      peinarse, el no vestirse, e incluso hasta el suicidio. Sabemos de gente 
      del norte del país que se suicidó. Lo mismo sucedió con un trabajador de 
      Gaseba. José Balbo, representante de los trabajadores en la Junta Nacional 
      de Empleo, nos dijo que cinco personas inscriptas para hacer cursos de 
      capacitación de la generación 2000 se suicidaron. Por supuesto, esto no se 
      dice oficialmente. Nunca nadie se suicida por una sola razón, no te 
      suicidás porque tu mujer te traiciona o porque perdiste el trabajo o 
      porque tenés deudas. Hay una multiplicidad de causas, como todo en la 
      vida. Pero el clic de no tener empleo habría que estudiarlo seriamente por 
      su incidencia en el alto índice de suicidios que registra el país. Uruguay 
      es la nación latinoamericana con mayor tasa de suicidios. No es por el 
      desempleo, pero sí está asociado al contexto socioeconómico que estamos 
      viviendo y que se trasunta en un bloqueo psíquico, un bloqueo social e 
      impotencia sexual muy mal vivida. Un trabajador cañero de El Espinillar me 
      decía: “me enloquecí, me enloquecí y fui al loquero, y en el loquero me 
      dijeron ´todas esas manchas en la piel que tenés, son de acá, son de la 
      cabeza´. Y ahora yo me di cuenta que no duermo de noche y que además no 
      puedo tomar más mate”.  
        
      
      — Esas 
      patologías dejan de ser inviduales, para transformarse en algo colectivo.
       
        
      — Un 
      hombre que adoré hablaba de cómo a veces las sociedades están enfermas. 
      Hay enfermedades crónicas y enfermedades de urgencia. Si el desempleo que 
      se ha instalado en el país no se soluciona en un año o dos, pienso que las 
      patologías también se instalarán. Hay sociedades enfermas, como la nazi, 
      como la sociedad uruguaya que generó la dictadura militar. Aquí, recién 30 
      años después del golpe de Estado estamos siendo capaces de analizar lo que 
      pasó con los desaparecidos y los muertos. Y ello genera desarticulación en 
      las redes sociales, en las redes familiares, en la vida psíquica, en la 
      vida sexual, en la vida corporal. El Ministerio de Trabajo acaba de 
      informar, lo cual me impactó, que el mes pasado el índice de desempleo 
      disminuyó un 1 por ciento, debido quizás a que una franja de desempleados 
      ya no busca más trabajo. Es que la gente cae en el fatalismo y en un 
      proceso de melancolía, “de tirar la esponja”. Ahí entrás en la 
      drogodependencia, en el alcoholismo profundo, en la violencia y en la 
      marginalidad total. El trabajador comienza a internalizar un sentimiento 
      de culpa, el “no sirvo para nada”, “esto me pasa sólo a mí”, y por último 
      de vergüenza, que es el sentimiento menos estudiado a nivel psicosocial y 
      que genera incluso actitudes corporales. Yo viví muchos años en París. 
      Allí hicimos un trabajo sobre los trabajadores inmigrantes árabes: su 
      cuerpo, su forma de caminar, la mirada. Y nos encontramos con tipos 
      doblegados y totalmente sumisos, con los hombros caídos, el caminar lento. 
      En Montevideo por la avenida 18 de Julio ahora ves eso mismo. El cuerpo de 
      los uruguayos está denotando lo que está sintiendo la psiquis, el alma.
       
        
      
      — Eso lo 
      noté en Buenos Aires, en medio de la crisis. El porte del porteño, su 
      lenguaje característico de altivez, había dejado paso a un cuerpo que 
      también transmitía la angustia que padecía el país.  
        
      
      — Yo viví 
      un año en Buenos Aires y hace un tiempo, cuando volví observé, lo mismo. 
      La memoria colectiva de los pueblos, cuando no se expresa se repite. 
      Cuando no liberás un trauma aparece un síntoma. Creo que la sociedad 
      uruguaya no ha podido elaborar las desapariciones y la impunidad. Esos 
      desaparecidos reales, que fueron los de los años 70 en Uruguay y 
      Argentina, se retoman en los nuevos desaparecidos civiles: los excluidos 
      sociales, gente que se ha transformado en sombras, en desaparecidos de la 
      vida real, porque nadie los tiene en cuenta, ni el PIT-CNT2, 
      ni nosotros mismos. Estos nuevos desaparecidos civiles también hay que 
      hacerlos aparecer de alguna forma. Hay que tratar de no caer en la 
      obediencia y en la aceptación pasiva de la realidad, y eso pasa por no 
      aceptar con impunidad (estoy haciendo un paralelismo) las políticas de 
      determinadas empresas y las líneas económicas que se manejan hoy contra 
      los trabajadores. Me parece importante hacer un paralelo entre los 
      desaparecidos reales y los desaparecidos civiles de la nueva dictadura 
      económica que estamos viviendo. Y ante ello rescatar la capacidad de 
      resistencia y no dejar pasar la impunidad. Hanna Arendt, una filósofa 
      especialista en nazismo, hablaba de la banalización del mal. Nosotros no 
      podemos caer en la banalización de la injusticia social, en acostumbrarnos 
      a que en este país haya este índice de desempleo y esta situación de 
      crisis social.  
        
      
      — Por 
      último, has participado con mucha energía en la reciente lucha del 
      Sindicato de Obreros y Empleados de Norteña en defensa de sus fuentes de 
      trabajo. Una lucha que sabemos te marcó muy fuerte.  
        
      — Hay 
      momentos de inflexiones en la vida de cada uno. En mi caso, tuve una 
      intensa vida política, viví el exilio, el desexilio. Tomar contacto con un 
      sindicato de las características tan creativas del de Norteña y con 
      trabajadores con tamaña dignidad y resistencia impresionantes me produjo 
      igualmente una fuerte removida, una nueva inflexión. Estoy convencida de 
      que la gente del sindicato de Norteña va a vivir el drama del desempleo de 
      manera totalmente distinta a la mayoría de los trabajadores uruguayos, 
      porque tienen un colectivo, porque han elaborado historias y espacios de 
      participación que les ha permitido valorar toda una vida sindical y 
      social. Además, sienten que pueden. Siento que esa experiencia de Norteña, 
      que a mí me marcó, ha resignificado la esperanza en la lucha de sectores 
      obreros de este país y que quizás por distintas formas de autogestión, a 
      través de cooperativas, se pueda recomponer el panorama.  
        
        
      
      Gerardo Iglesias 
      © 
      Rel-UITA 
      25 de 
      setiembre de 2003 
        
        
                    NOTAS 
 
      
      1 Impactos 
      del desempleo. Transformaciones en la subjetividad, Facultad de 
      Psicología, Argos, Montevideo, 2002.   
      
      2  
      
      Plenario Intersindical de Trabajadores - Convención Nacional de 
      Trabajadores (PIT-CNT)    |