Enemigo, por amigo de la libertad

   

 

Joseph Lluis Facerías, camarero de profesión, luchó toda su vida por el triunfo de las ideas anarquistas. Fue considerado el enemigo público número uno por la Policía del “generalísimo” Francisco Franco, el dictador español. Murió en 1957 en una emboscada policial.

 

Para Facerías, como para otros libertarios contemporáneos suyos, como Sabaté, Massana y Ramón Vila, el derrocamiento del franquismo estuvo siempre ligado a la lucha armada, a operativos contra los represores y a “infligir golpes a la economía del Estado”.

 

Pasó su vida “recibiendo hostias de todas partes”: de la República, del franquismo, de los comunistas y de la organización anarquista ortodoxa.

 

Al estallar la Guerra Civil (1936-1939), con 16 años de edad, Facerías se afilió a las Juventudes Libertarias y marchó al frente de Aragón con la  “Columna Ascaso”. Fue hecho prisionero y al salir de la cárcel debió cumplir el servicio militar obligatorio. Así hasta 1945.

 

Su mujer y su hija, que tomaron el camino del destierro a Francia, fueron asesinadas durante su intento.

 

En 1945, recuperada su libertad, creó el Movimiento Libertario de Resistencia para seguir la acción en el interior de España, renunciando a su exilio en Francia. Se trataba de demostrar que la guerra no había terminado, impedir que la Organización de Naciones Unidas aceptara al régimen de Franco y que Estados Unidos pactara con el dictador.

 

Según la Brigada Político Social, los objetivos de esos grupos de acción eran “desorganizar la economía del país, cometer atracos para financiar a la organización anarquista, eliminar adictos al “Nuevo Estado” y crear, en definitiva, un ambiente de inseguridad que facilitara la intervención desde el exterior.

 

Pero al terminar la Segunda Guerra Mundial los aliados le perdonaron la vida a Franco, aunque había sido aliado de Hitler y Mussolini. Los comunistas decidieron abandonar la lucha armada y los anarquistas que llegaban a España desde el exterior se encontraban con compañeros que nada tenían que ver con los de años atrás, a pesar de que eran los mismos. Los motivos de esa actitud se explicaban por las estadísticas: 180 mil desaparecidos, 75 mil fusilados y una población hambrienta, apaleada, asustada y esquilmada por la guerra.

 

El historiador Bernat Muniesa explica: “Facerías y Sabaté adquirieron una personalidad mítica, porque los que habían perdido la guerra se consolaban de alguna manera con sus acciones: ellos eran los que continuaban  la guerra en nombre de todos, ya que la mayoría buscaba, con dificultades, sobrevivir”.

 

Se calcula que entre 1945 y 1950 los anarquistas realizaron unos 400 “golpes económicos” entre asaltos a joyerías, fábricas de automóviles, empresas de la construcción y otros sectores industriales, pero la mayor parte de las “expropiaciones” se efectuaron contra entidades bancarias de Cataluña, especialmente de Barcelona.

 

Los anarquistas se caracterizaron por su forma de actuar. Por ejemplo: con motivo de un atraco que Facerías llevó a cabo en Madrid, cuenta Joseph M. Loperena (autor de la novela Ulls de Falcó, basada en la personalidad de Facerías), que Wences, un luchador libertario, pidió a Facerías que lo acompañase a Madrid para matar a Franco.

 

Wences había acordado un contacto con alguien dentro del Palacio El Pardo, quien le facilitaría la entrada a esa residencia de Franco para que pudiera “volarlo por los aires”. Como no tenían el dinero que les exigía el entregador, resolvieron asaltar un banco.

 

Comenzaron por subir a un lujoso auto estadounidense y explicar con finos modales al conductor que eran anarquistas, que  necesitaban el vehículo para una acción, cumplida la cual se lo devolverían.

 

En dos minutos, Facerías y Wences vaciaron las arcas de un banco. Al retirarse, Facerías reparó en una viejecita que lloraba desconsolada porque se habían llevado 10 mil pesetas que acababa de depositar. Facerías le dijo a Wences que aguardara un instante: tomó no 10 sino 20 mil pesetas y se las entregó a la mujer que, agradecida, le despidió con un beso.

 

Al salir del banco fueron sorprendidos por policías con los que comenzaron a cruzar disparos mientras trataban de “perderse por las calles”. Como no conocían Madrid, después de algunas vueltas fueron a dar de nuevo a la puerta del banco, junto a la cual se había congregado gran número de policías.

Finalmente lograron escapar, devolvieron el auto al chofer tal como le habían prometido, y al comprobar que el contacto en el Palacio de El Pardo no daba señales de vida Facerías regresó a Barcelona y con sus compañeros fue hacia Andalucía donde repartió el botín entre personas necesitadas.

 

La actividad de los “grupos de acción” se centraba principalmente en la recaudación de fondos, que eran escrupulosamente entregados en la sede de la CNT en Toulouse, cuyos dirigentes la aceptaban, aunque a la vez criticaban a los activistas por “la mala imagen que daban de la Organización”.

 

A Facerías se le ocurrieron otras formas de realizar expropiaciones menos peligrosas que asaltar bancos. Consistían en detener vehículos en carreteras adecuadas y quitar a sus propietarios el dinero y los objetos de valor. En el verano solían elegir las carreteras próximas a las playas más frecuentadas por los ricos. También actuaban en garajes donde la gente adinerada guardaba sus coches; encerraban al vigilante nocturno y a medida que llegaban los vehículos iban desplumando a sus propietarios.  También realizaban asaltos en hoteles de alta rotatividad a los que concurría mayoritariamente gente de clase alta, que generalmente las utilizaban para aventuras extramatrimoniales.

 

Una vez reducido el responsable del lugar, los asaltantes, que solían ser cuatro, iban de a dos, habitación por habitación, y se apoderaban de las pertenencias de los clientes. El trabajo no ofrecía complicaciones y lo practicaron cierto tiempo. Pero en la medianoche del 21 de octubre de 1951 uno de los clientes no sólo se resistió sino que sacó un arma. José Avelino Cortés, compañero de Facerías, disparó la metralleta y mató a un poderoso e influyente empresario de la construcción de Barcelona, que estaba acompañado por una menor, hija de “buena familia”.

 

Al ver a la muchacha llorando Facerías le pidió que se vistiera y saliera del lugar con ellos. Subieron a un Cadillac previamente confiscado y luego de deliberar acerca de qué era más aconsejable para la chica, Facerías tomó la determinación de ir hacia una comisaría y  acompañarla a las proximidades de la misma. Los diarios informaron brevemente de “un atraco a mano armada en un hotel”, pero en las calles comenzó a difundirse la verdad de lo ocurrido. Luego, la imaginación popular agregó al suceso que la menor era sobrina del constructor y que traicionaba a su novio con el que había prometido casarse. Aunque públicamente no se citó el nombre de Facerías, la persecución contra él se intensificó de tal manera que debió huir a Italia, donde pasó una larga temporada.

 

Facerías había vuelto a Barcelona los primeros días de mayo de 1949. Convocó a un pinar de la montaña a unos 50 activistas destacados, con los que trazó un plan a ejecutar en diciembre: Facerías, con un grupo, asaltaría la Cárcel Modelo y liberarían a los presos. Sabaté estrellaría un coche con dinamita contra la Jefatura de Policía, para reducirla a escombros. Otro grupo ocuparía Radio Barcelona y desde allí daría lectura a un comunicado incitando a la liberación de la ciudad. Paralelamente, sería ocupado el Taller Gráfico Nacional, desde donde se editaría un ejemplar de “Solidaridad Obrera” que hasta 1939 había sido el órgano informativo de la  central de trabajadores (CNT). Massana y Ramón Vila se encargarían de volar las líneas telefónicas y de alta tensión¸ aislando a la ciudad que pasaría a ser, como en julio de 1939, territorio libertario.

 

Pero los anarquistas vieron desvanecerse sus sueños: el franquismo persiguió a los militantes “maquis”: los que no fueron muertos a tiros  en la calle, o ejecutados¸ debieron cumplir largas condenas. El exterminio se cerró el 14 de marzo de 1952 con el fusilamiento de cinco anarquistas.

 

Los años cincuenta fueron sombríos para la lucha libertaria. Desaparecidos los cuadros del interior de España, retirado Massana, sólo realizaron acciones de escasa repercusión social.

 

Facerías fue expulsado de la CNT por “moroso” y partió hacia Italia donde se contactó con jóvenes anarquistas del Grupo Acción Proletaria, con los que compartió adoctrinamiento teórico y prácticas en expropiaciones que llevaron a cabo en bancos y joyerías de Génova y Roma.

 

Facerías pensó marcharse a Brasil, pero no se resignó a dejar su lucha contra el franquismo. En 1956 regresó a España, con su viejo compañero Luis Agustín Vicente y con un joven italiano: Goliardo Fraschi; cruzaron la frontera con documentación falsa y comprobaron que el aislamiento internacional contra Franco había terminado: el dictador firmaba acuerdos con “las potencias democráticas”.

 

El 27 de agosto Facerías y sus acompañantes llegaron a Barcelona. Luis Vicente fue a visitar a un amigo y la Policía lo detuvo. El 30 de agosto Facerías le dijo a Goliardo que tenía una cita en Barcelona, y que si a medianoche no había vuelto se marchara a Francia. Tomó precauciones: primero hizo un trayecto en bicicleta y después utilizó un taxi. Pero la represión lo venció. Su muerte, que fue silenciada hasta por la prensa libertaria, pareció, de alguna forma, un anacronismo.

 

Dejó, sin embargo, el ejemplo de una lucha constante y acorde con las ideas libertarias.

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

24 de abril de 2008

 

 

 

 

 

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