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Brasil - Honduras

Con Jair Krischke

La fuerza siempre es el último argumento,

pero en ciertas condiciones es legítima

 

El doble discurso ha sido la principal herramienta diplomática utilizada por el grupo cívico-militar que dio el golpe de Estado en Honduras. La indignación interna y externa ante esta necia hipocresía no cesa de crecer. Sirel dialogó al respecto con Jair Krischke, presidente del Movimiento Justicia y Derechos Humanos (MJDH), de Porto Alegre, quien opinó también sobre el papel que está jugando Brasil en esta crisis. 

 

-¿Cuál es tu opinión sobre la situación actual en Honduras?

-Lo peor es que la democracia de nuestros países latinoamericanos no es suficientemente fuerte para poner un punto final a lo que ocurre en Honduras que es un golpe de Estado, como se ha reconocido en todo el mundo. Tanto Naciones Unidas como la OEA no han tenido hasta ahora un papel eficaz para garantizar al pueblo hondureño el ejercicio pleno de la democracia. Veo con muchísima preocupación que en pleno siglo XXI aún pasen cosas como éstas, donde media docena de personas poderosas resuelve tomar el poder en sus manos y a ellos se suman la Suprema Corte, los militares, el Parlamento… Por favor, es increíble que suceda algo así. Pero sucede, lamentablemente para el pueblo hondureño que sufre con esta situación, y para todos nosotros, demócratas, que nos sentimos impotentes más allá de expresar nuestra protesta. ¿Qué nos cabe hacer cuando los organismos multilaterales no logran hacerse respetar como deberían hacerlo?

 

-¿De qué manera se podrían hacer respetar?

-Con una intervención inmediata.

 

¿Una intervención militar?

-Si fuera necesario. Hasta hace poco tiempo y de una manera totalmente equivocada se usaban las intervenciones, especialmente en Centroamérica y el Caribe. Siempre entendí que la fuerza es lo último que hay que usar, pero en este caso ya se justifica ampliamente.

 

-¿Te refieres a una fuerza multilateral como los Cascos Azules?

-Sí, por qué no. Se ha hecho en Haití, en varios países de África, en Cercano Oriente, en Europa. Estos señores que tomaron el poder están jugando con el tiempo, porque los días van pasando y ellos se van perpetuando y desarticulando al país.

 

-¿Cómo evalúas el papel de Brasil en este conflicto?

-Pienso que hubo una gran concertación de varios países, incluyendo a Estados Unidos, para que Brasil recibiera al presidente Manuel Zelaya en su embajada, con el propósito de crear un hecho de envergadura suficiente como para desbloquear el impasse.

 

No es creíble que Zelaya haya simplemente tocado a la puerta de la embajada. Y la movilización popular arreció entusiasmada por la presencia del Presidente. El pueblo está en la calle y se está poniendo al hombro todos los costos y los riesgos de esta lucha para que se vaya Micheletti y se creen las condiciones para que el pueblo hondureño decida.

Creo que el discurso de Lula en las Naciones Unidas fue muy importante para sacudir a una opinión pública internacional adormecida. Puso el tema con fuerza sobre la mesa y tengo mucha esperanza de que a la mayor brevedad se resolverá.

 

He sido un crítico de Lula en muchas ocasiones, pero no tengo empacho en decir que en esta oportunidad está haciendo lo correcto para resolver el asunto. Se trata de un Presidente legítimo que fue expulsado del país.

 

-¿Cuáles deberían ser los términos de una negociación?

-En cualquier caso debe incluir al pueblo hondureño, a sus organizaciones en la Resistencia, porque ni Zelaya ni Micheletti son los dueños de Honduras. Esto me preocupa, porque hay que ver qué intereses se van a privilegiar en esas negociaciones. Quizás el camino sea la elaboración de propuestas que sean sometidas a un referéndum, porque las elecciones que estaban previstas no se pueden realizar en condiciones creíbles. Debe haber negociación, es el camino de la razón, pero que no se olvide que el otro camino, la fuerza, también puede ser utilizado cuando ya no hay esperanza de acuerdos y peligran vidas humanas.

 

-Sea una negociación o una intervención, el dilema es ¿y después qué?

-Yo diría que una intervención debería servir para retomar la normalidad y asegurar un proceso electoral limpio, y nada más. Lo fundamental es garantizar una situación en la cual el pueblo pueda decidir libremente su futuro.

 

 

 

En Montevideo, Carlos Amorín

Rel-UITA

25 de septiembre de 2009

 

 

 

 Foto: Giorgio Trucchi

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