Integración blanda y comercio rígido

Los procesos de integración regional de América Latina están inmersos en una situación paradójica. Por un lado la necesidad de una unión más vigorosa y estable entre países ha ganado terreno en la opinión pública y es constantemente invocada desde las tribunas políticas. Pero por otro lado, no se logran concretar medidas efectivas para establecer esa integración más profunda, los conflictos comerciales se repiten, el fantasma de cierto nacionalismo simplista se asoma cada tanto, y el camino de las alternativas concretas apenas se está esbozando. Los análisis convencionales enfatizan los aspectos comerciales y económicos, como las medidas arancelarias. Pero esas cuestiones no alcanzan la médula de los problemas de la integración regional y es necesario pasar revista a algunos temas "olvidados".

 

La marcha reciente de la integración

Los esquemas de integración ensayados por los países latinoamericanos desde mediados de la década de 1980 transitaron por un lado reformulando viejos acuerdos (como la Comunidad Andina de Naciones), y por el otro creando nuevas iniciativas (como el TLCAN o el Mercosur). Este proceso se ha dado paralelamente con cambios en las pretensiones de liderazgo regional (donde pasan a un segundo plano países como México o Argentina, pero persiste el protagonismo de Brasil). Estados Unidos continúa desempeñando un papel sobresaliente en condicionar y modificar la agenda regional, tanto por medio diplomáticos, como por instrumentos económicos o incluso intervenciones directas. En este plano EE.UU. está avanzando en una estrategia que abandona el multilateralismo para basarse en posturas unilaterales (con expresiones como su énfasis en los TLC). La relación comercial que defiende Washington es asimétrica, basada en ganar acceso a los mercados de los países de América Latina mientras mantiene sectores domésticos protegidos (por ejemplo, agricultura), impone el libre flujo de capitales, y regulaciones sobre temas como patentes y protección a las corporaciones. La propuesta del ALCA significaba profundizar esos cambios por medio de una ampliación de un acuerdo tipo TLCAN al resto del continente. Esta visión del "libre comercio" también ha quedado asociada a su estrategia de seguridad nacional (véase US 2002).

En el plano económico y comercial, los intentos de integración también están limitados por la condición periférica y subordinada de los países latinoamericanos. La estructura productiva muestra una fuerte participación de la extracción de materias primas, una alta proporción de ellas en las exportaciones, siendo tomadores de precios internacionales, y por lo tanto muy sensibles a los vaivenes en los mercados globales. En casi todos los países se llevaron adelante reformas neoliberales las que limitan las opciones económicas, pero además condicionan las opciones posibles en la integración.

En muchos casos tuvo lugar una desindustrialización con pérdida de puestos de trabajo genuinos, aumentó de la informalidad y la pobreza persiste azotando una enorme proporción de latinoamericanos. Si bien crecieron las exportaciones, no se logró un salto cualitativo en sus capacidades de industrialización, sino que en muchos países se acentúo todavía más su perfil de exportadores de productos primarios. Paralelamente las importaciones crecieron mucho más, generando déficits comerciales crecientes, a lo que se sumó el peso del endeudamiento externo.

La vida política en muchos de los miembros de la CAN o el Mercosur derivó hacia una "democracia delegativa", con un fuerte protagonismo presidencial, a veces con sesgo autoritario, debilitamiento de las instancias parlamentarias, y erosión de los mecanismos de participación ciudadana. Incluso se llegó a postular acuerdos comerciales "sin política" como el caso de la negociación de un tratado de libre comercio entre Bolivia y Chile, dos países que si bien no mantienen relaciones diplomáticas formales parecían dispuestos a vincularse únicamente en el plano comercial.

 

Los temas olvidados

A pesar de todos estos problemas, la idea de la integración regional sigue contando con importantes apoyos, aunque enfrenta un contexto muy distinto. Han cambiado cuestiones como las expectativas de las personas sobre los procesos políticos, los roles que asumen, los espacios disponibles para ese ejercicio, y las elaboraciones sobre las estrategias de desarrollo que se defiende. Esos espacios son determinantes en los procesos de integración, ya que no sólo generan imágenes y símbolos sobre la integración regional, sino que también determinan las opciones de desarrollo que se deben articular entre los países.

Consideremos en primer lugar la herencia neoliberal. Si bien se habla de la supuesta "derrota del neoliberalismo", ya que algunas reformas se detuvieron y varios candidatos partidarios convencionales no conquistaron los gobiernos, se debe admitir que el programa neoliberal desarrollado en América Latina desde mediados de la década de 1980 logró cambios sustanciales en la organización del Estado, la dinámica política, el papel de la ciudadanía y la economía. Si se revisan las grandes reformas presentadas por el Banco Mundial en la década de 1990, se debe reconocer que casi todas ellas ya se han cumplido. Ha existido un "corrimiento" hacia posturas conservadoras, y lo que hoy se define como "izquierda" o "progresista" se lo hace bajo puntos de referencia que son distintos a los utilizados décadas atrás.

Varios gobiernos de la región se definen como de centro-izquierda o progresistas, pero sus prácticas muestran muchos contrastes. Por ejemplo, la Concertación por la Democracia en Chile promueve una nueva generación de medidas de flexibilización laboral; Lula da Silva en Brasil acentúa medidas económicas muy tradicionales y no logra remontar los problemas sociales, y ha habido incluso casos de quienes se presentaron como progresistas pero viraron al neoliberalismo (por ejemplo, Toledo en Perú, Gutiérrez en Ecuador).

 

La cultura del consumo individual

La dinámica cultural también ha cambiado sustancialmente ya que buena parte de nuestras sociedades ahora privilegian el consumo y la posesión material, la calidad de vida está recostada sobre el acceso a bienes como electrodomésticos o el automóvil. Las ideas sobre qué es la calidad de vida han cambiado. Las interacciones en los espacios públicos se han reducido y se enfatizan la esfera íntimas; muchas actividades que se coordinaban en la esfera pública han sido reemplazadas por relaciones contractuales comerciales (compraventa de bienes y servicios), la solidaridad está en retroceso y se busca el beneficio personal.

El papel del ciudadano como sujeto activo en la construcción política también se reduce frente a posturas individualistas, con roles propios de un "consumidor" buscando su beneficio personal antes que el bien común.

 

La política se encoge

De ésta y otras maneras, el mercado se convirtió en un escenario clave de las interacciones sociales, abarcando tanto aquellas áreas que dejaba el Estado como avanzando sobre otros ámbitos de la vida personal. Existe al menos toda una generación que realizó su socialización bajo este programa neoliberal, donde la política, en amplio sentido como deliberación pública del bien común, fue cercenada.

Mucha gente desconfía de la política; los asuntos colectivos se volvieron una cuestión ajena favoreciendo prácticas propias de un "gerenciamiento" mercantil de servicios. Esta retracción hacia el espacio privado explica en parte el fenómeno de la delegación democrática, acentuando los rasgos presidencialistas, con gobiernos más autoritarios y más alejados de la ciudadanía.

 

La pérdida de la soberanía

Los intentos de articulaciones regionales se producen en el contexto de una globalización capitalista arrolladora que discurre en planos que van desde la economía a la cultura, y que por lo tanto determinan drásticamente las opciones posibles para los países latinoamericanos. Entre los variados efectos de esa globalización es necesario subrayar un par de ellos.

El primero es la redefinición de la soberanía en sus expresiones prácticas. Los países mantienen ciertas formas de soberanía formal (por ejemplo entregar documentos de identidad), pero muchas otras funciones han sido recortadas, se desvanecieron o fueron transferidas a un espacio transnacionalizado.

El caso más evidente se observa con las serias limitaciones de poder diseñar políticas económicas nacionales autónomas en tanto están condicionadas por agentes como el FMI, el Banco Mundial, la OMC y las agencias calificadoras de riesgo (por ejemplo, Moody's o Standard & Poor's). Esas agencias además intervienen en diseñar las políticas nacionales en los sectores más diversos. Los procesos de integración regional actuales no han logrado detener esa pérdida de la soberanía, sino que incluso en algunos casos la han acelerado (por ejemplo con México en el TLCAN).

Entretanto los gobiernos disimulan la pérdida de su soberanía real, y se contentan con jugar con los aspectos formales. Se observan escaramuzas que aluden a la defensa de la soberanía en la integración regional, cuando en realidad se debería admitir que cualquiera de nuestros países tienen márgenes de maniobra muy reducidos debido a una pérdida sustancial de soberanía. No se debería atacar a la integración desde el plano de la soberanía, ya que es la única oportunidad real con que se cuenta para recuperarla. En efecto, para enfrentar las condicionalidades coordinadas entre las instituciones internacionales es necesario articular posiciones comunes entre conjuntos de países.

 

Mercaderías y reglas de producción

La globalización actual también tiene un componente distintivo al promover nuevas reglas sobre los procesos productivos. En efecto, se aplican regulaciones desde la apropiación de los recursos, pasando por su procesamiento, la forma en que se comercializan, el capital envuelto en esas fases. En esta fase de la globalización los conflictos sustantivos no residen en la propiedad sobre los medios de producción, sino en imponer reglas de funcionamiento sobre ellos. Los casos más notorios son las nuevas reglas sobre los derechos de los inversores o la ampliación del concepto de "servicios". Esto ocurre por un proceso simultáneo donde diversos elementos pasan a ser considerados "mercaderías" y quedan bajo las reglas de comercio e inversión, mientras esas reglas comerciales se expanden para abarcar nuevas áreas.

Lo que esta globalización impone es una forma de regular la producción capitalista y el flujo de capitales. Las unidades productivas mantienen en una dura competencia entre ellas, la eficiencia se concentra en las tasas de ganancia, los conflictos se dirimen por instrumentos de mercado, donde se ignoran las externalidades sociales y ambientales. La competencia de los Estado-nación se redefine en función de esas reglas; unos de sus resultados es que los conflictos claves se dirimen más allá de las competencias estatales, tal como sucede con los tribunales arbitrales del Banco Mundial (CIADI).

Este proceso es más profundo, más insidioso y mucho más amplio, ya que se reproduce dentro de nuestros propios países. Las nuevas reglas de producción también generar nuevas subjetividades afectando los patrones culturales. De esta manera la defensa de ese "libre comercio" y la apuesta a acuerdos como el ALCA, tiene lugar no sólo en Washington, sino que se repiten en las grandes empresas latinoamericanas y en muchos gobiernos (los casos más claros son Chile y Colombia).

 

Integración blanda y desintegración productiva

Los argumentos y evidencias presentados en las secciones anteriores indican que muchas de las reformas neoliberales realizadas en la región han desencadenado cambios sustanciales que limitan seriamente los procesos de integración. La globalización contemporánea refuerza esos cambios generando una "desintegración" productiva. Los países no lograr articularse productivamente, y terminan compitiendo entre ellos, tanto en sus exportaciones como en ofrecer ventajas para atraer la inversión externa. Las disputas comerciales sobre temas como aranceles o los certificados de origen no constituyen la esencia de los problemas de integración sino que son su epifenómeno. Las trabas se encuentran en asuntos mucho más sustanciales, como el rechazo a la supranacionalidad, la incapacidad para generar políticas regionales o la propia esencia de las estrategias de desarrollo, las que están directamente relacionados con los "temas olvidados".

Esta integración actual no responden a los problemas reales de la región. Es una "integración blanda" que fluye bajo diferentes intentos, distintos marcos conceptuales, y que su propia esencia flexible hace que no se logren acuerdos políticos vinculantes entre los países. Pero paralelamente existe un andamiaje comercial muy rígido, impuesto por la dinámica capitalista, y esa rigidez tiene determinaciones mucho más profundas en la integración real que se vive en la región. Observamos símbolos y gestos, pero que no logran frenar ni revertir una dinámica económica que opera en sentido opuesto, generando la competencia entre las naciones. Posiblemente los símbolos más ambiciosos se sucedieron en 2004 con el lanzamiento de la Comunidad Sudamericana de Naciones en Cusco (Perú). Pero incluso en ese momento fueron evidentes las tensiones, ya que fue notoria la ausencia de tres presidentes del MERCOSUR en disconformidad con las actitudes de Brasil.

La recuperación de estos y otros "temas olvidados" genera un programa de análisis y debate que requiere volver a discutir el diseño de nuevas estrategias de desarrollo que tengan como primer objetivo la calidad de vida, y no el mero aumento de las exportaciones. Paralelamente regresa la urgencia de construir autonomías nacionales que permitan superar las condicionalidades de la coyuntura actual y generar una nueva soberanía ampliada desde la integración regional. Cualquiera de estos cambios necesita de una reconstrucción de los espacios políticos, dándole una nueva sustancia al proceso de integración partiendo desde el protagonismo ciudadano. En ese esfuerzo la supranacionalidad no es un problema, sino que es el medio que permite repolitizar la integración y ganar espacios hacia la autonomía, un componente indispensable para recuperar márgenes de maniobra frente a la nueva globalización, y dejar de ser meros actores periféricos que se mueven al vaivén de los precios de las materias primas o acatan las misiones de las instituciones financieras internacionales.

 

Eduardo Gudynas*

Convenio La insignia / Rel-UITA

31 de mayo de 2005

 

 * E. Gudynas es analista en CLAES D3E

 

  

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