Relaciones entre libertad y participación

La prueba de la historia

  

El  tema de  la libertad y de la participación está en el centro de los debates en las corrientes revolucionarias desde largo tiempo atrás.

 

Ya en su análisis de la Revolución Rusa, Rosa Luxemburgo lo examinó con profundidad. Importa referir algo de su pensamiento porque la historia le ha dado la razón en diversos aspectos, y porque la libertad es el objetivo principal de todos quienes se plantean la lucha contra la injusticia.

 

Una clave importante para la definición de los partidos es la determinación de que las decisiones queden libradas democráticamente a la voluntad de las mayorías.

 

En 1971, cuando en Uruguay se creó el Frente Amplio, en entrevista para el semanario Marcha Zelmar Michelini nos dijo que sólo concebía a esa fuerza “con movilización permanente y pueblo en la calle”.

 

Participación era la palabra ya empleada para la profundización de la democracia. Desde tiempo atrás se había planteado (con especial énfasis por Rosa Luxemburgo) que una vida política activa, libre y enérgica de las más amplias masas es la orientación correcta a seguir. El remedio inventado por Trotski y Lenin -la supresión de la democracia en general- es peor que el mal que se quiere evitar, sostuvo Luxemburgo, porque sofoca la única fuente viva de la que pueden surgir las insuficiencias congénitas a las instituciones sociales. Gracias a la lucha abierta y directa por el poder gubernamental, las masas obreras acumulan en un período muy breve una gran experiencia política y escalan rápidamente un escalón tras otro.

 

Rosa Luxemburgo planteó con franqueza sus discrepancias con Lenin; éste dice que el Estado burgués es un instrumento para la opresión de la clase obrera, y el Estado socialista un instrumento de opresión de la burguesía. Este sería simplemente el Estado capitalista invertido y puesto de cabeza. Esa concepción simplista -indica Rosa Luxemburgo- olvida lo esencial: el dominio burgués no tenía necesidad de una instrucción y de una educación política más allá de ciertos límites muy estrechos. Para la dictadura proletaria, en cambio, ambas cosas constituyen el elemento vital, el aire sin el cual no podría subsistir. Las tareas gigantescas abordadas por los bolcheviques con coraje y decisión -plantea- exigían precisamente la educación política más intensiva de las masas y la acumulación de experiencias que nunca es posible sin libertad política.

 

“La libertad reservada sólo para los partidarios del gobierno, sólo a los miembros del partido, por numerosos que ellos sean, no es libertad. La libertad es únicamente libertad para el que piensa de otra manera. Y esto no por fanatismo por la justicia, sino porque todo lo que puede haber de instructivo, saludable y purificador en la libertad política y depende de ella, pierde toda eficacia cuando la libertad se vuelve un privilegio. El presupuesto tácito de la dictadura en el sentido leninista-trotskista -indica Luxemburgo- es que la transformación socialista es un asunto para el cual el partido revolucionario tiene siempre lista en el bolsillo una receta, y que sólo basta aplicarla con energía. Por desgracia (o si se quiere, por suerte) las cosas no se plantean en esos términos. Muy lejos de ser una suma de prescripciones ya listas que bastará aplicar, la realización práctica del socialismo  como sistema económico, social  jurídico, es algo que se pierde completamente en las nieblas del futuro. En nuestro programa -señala Rosa Luxemburgo- poseemos solamente algunas indicaciones generales que señalan la dirección de las medidas a tomar, indicaciones sobre todo de carácter negativo. Nosotros sabemos lo que deberíamos suprimir en primer término para dejar el camino libre a la economía socialista. Sin embargo, ¿de qué naturaleza serán los millones de medidas concretas y prácticas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales? Sobre eso no hay programa de partido ni manual socialista que pueda enseñar algo. Esto no es una falta sino una ventaja del socialismo científico sobre el utópico. El sistema socialista será, y no puede dejar de serlo, un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva que, exactamente igual que la naturaleza orgánica, de la que en última instancia forma parte, tiene la buena costumbre de producir continuamente, al mismo tiempo que una necesidad real, el medio para su satisfacción; junto al problema su solución. Sólo una vida llena de fermentos, sin impedimentos, imagina miles de formas nuevas, improvisa, libera una fuerza creadora, corrige espontáneamente sus pasos en falso. Es por ello, precisamente, que la vida pública de los Estados con libertad limitada es tan deficiente, tan pobre, esquemática y estéril; porque excluyendo la democracia se niega la fuente viva de toda riqueza espiritual y de todo progreso”.

 

Proféticamente, Rosa Luxemburgo advirtió que con el sofocamiento de la vida política en todo el país, la misma vida de los soviets no podría escapar a una parálisis cada vez más extendida. “Sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión limitadas, sin lucha libre de opiniones en toda institución pública la vida se extingue, se torna aparente, y lo único activo que queda es la burocracia. La vida pública se adormece poco a poco, algunas docenas de jefes de partido de inagotable energía y animados por un idealismo ilimitado, dirigen y gobiernan; entre estos, la guía efectiva está en manos de una docena de inteligencias superiores, y una elite de obreros es convocada de tiempo en tiempo para aplaudir los discursos de los jefes, y votar unánimemente resoluciones prefabricadas; eso es, en el fondo, el predominio de una pandilla; una dictadura, es cierto, pero no la dictadura del proletariado sino la dictadura de un puñado de políticos, vale decir, la dictadura en sentido burgués (…) En tal situación es fatal que madure un proceso de barbarie de la vida pública: atentados, fusilamiento de rehenes, etc. Más aún: todo régimen de estado de sitio prolongando conduce ineluctablemente a la arbitrariedad; y toda arbitrariedad ejerce sobre la sociedad una acción depravante”.

 

 Todos estos conceptos pueden ser analizados hoy a la luz de la experiencia histórica, que es la prueba de la realidad para todas las teorías.

 

   

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

22 de septiembre de 2008

 

 

 

 

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