Los bueyes, la carreta y

el futuro de América Latina

 

  

La integración latinoamericana está planteada como un imperativo histórico desde las propuestas de los héroes de la primera independencia. Pero es importante tener en cuenta los grados variables de integración.

 

El peruano Ismael Frías señala que hay que distinguir varias etapas. Primera: etapa de libre comercio. Se caracteriza por la abolición de los aranceles y de las restricciones cuantitativas al intercambio entre los países miembros, si bien cada uno mantiene sus propias tarifas de aduana para los países que no pertenecen al área.

 

Segunda etapa: unión aduanera, que no sólo elimina las discriminaciones en la circulación de mercaderías en la zona, sino que establece un arancel común para las naciones no participantes.

 

Tercera etapa: un mercado común que añade a lo anterior la supresión de toda restricción al movimiento de los factores de producción (capital y trabajo) en el marco de sus fronteras.

 

La unión económica, etapa siguiente, avanza hasta la armonización de la política económica, monetaria, fiscal, social, etcétera de los países que la constituyen.

 

Por último, la integración económica total  se define por el establecimiento de una autoridad supranacional cuyas decisiones son obligatorias para todos los Estados miembros, los cuales transfieren así por lo menos una parte de su soberanía a dicha autoridad.

 

La CEPAL, y particularmente su secretario ejecutivo, Raúl Prebisch, fueron los que lanzaron la iniciativa y elaboraron la doctrina integracionista latinoamericana. Para ellos la integración era la respuesta al marasmo económico del subcontinente.

 

Al comenzar la década de los años cincuenta los principales países latinoamericanos habían llegado al tope en sus procesos de sustitución de importaciones manufactureras. Simultáneamente, América Latina sufría la disminución del valor relativo de sus exportaciones al terminar la bonanza de postguerra, con la consiguiente reducción de su capacidad de autofinanciar los costos de la industrialización. La integración fue vista, entonces, como la salida a ese impasse de la economía latinoamericana.

 

Desde el comienzo se han planteado, sin embargo, algunas interrogantes fundamentales: ¿podría la integración latinoamericana por sí sola, cortar la sangría que  significa la salida neta de capitales  desde América Latina hacia Estados Unidos  a título de beneficios obtenidos y repatriados, intereses, amortizaciones de empréstitos, derecho de patentes, fletes, etcétera?

 

¿Podría la integración latinoamericana por sí sola impedir la colonización de la industria por el gran capital yanqui a través de las transnacionales?

 

Ismael Frías sostiene que la respuesta a esas interrogantes no puede ser más que una: la integración latinoamericana es inseparable del cambio de estructuras, de la ruptura de la dependencia colonial respecto a Estados Unidos y de la conquista definitiva de la liberación nacional.

 

André Gunder Frank sostiene que “la historia demuestra que la amplitud del mercado depende menos de la extensión territorial que del ingreso de los consumidores. De ahí que incrementar la superficie antes que preocuparse por la profundización del mercado es, cuando menos, sólo un paso en la dirección correcta, y cuando más, un paso prematuro, que apunta a impedir el paso más significativo y necesario que es el problema de la pobreza y de la baja productividad, especialmente en lo que se refiere a la agricultura. La llave del futuro para Latinoamérica reside en la destrucción de la estructura agraria existente y no en la integración de la actual estructura industrial. Pero la integración beneficiaría a Latinoamérica sólo si se da después de superar las estructuras capitalistas. Actualmente, el surgimiento de gobiernos progresistas con ideologías más modernas parecería abrir auspiciosos caminos hacia un futuro socialista”.

 

La vía de transformación de la sociedad a partir de soluciones antiimperialistas, democráticas y anticapitalistas es la que parece favorecer las mejores soluciones para el progreso continental. Algo así como ordenar los bueyes antes de enganchar la carreta.

 

  

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

3 de noviembre de 2008

 

 

 

 

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