Sudáfrica

Entrevista con John Carlin

“Mandela reconcilió las aspiraciones de negros y blancos”

El 27 de abril de 1994 la victoria de Nelson Mandela en las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica puso fin a cincuenta años de apartheid y a cuatro siglos de dominación blanca. Allí estaba para contarlo el periodista británico John Carlin que ha reunido en el libro “Heroica tierra cruel” (Seix Barral, 2004) una selección de sus trabajos como corresponsal en la zona de 1989 a 1995.

 

 

Cuando se cumple el décimo aniversario de aquel "momento glorioso para toda la humanidad", superada la segregación racial, el país tiene que hacer frente a nuevos problemas como son el sida, el desempleo o la delincuencia. Pero Carlin, cuyos artículos han sido publicados por medios como el Times y el Independent, prefiere destacar lo positivo: hace diez años Sudáfrica era un país único en el mundo por el racismo legalizado. Hoy conoce una estabilidad política nunca vista desde que llegaron los primeros colonos blancos en 1652. "Hay mucho que festejar en Sudáfrica", asegura.

 

-Llegó a Sudáfrica en 1989 ¿Cómo era ese país que avergonzaba al mundo?

 

-Era un país en pleno apartheid. Los negros tenían vetadas ciertas playas, había teléfonos públicos exclusivos para blancos, las zonas residenciales estaban separadas, la educación para los negros era de una calidad muy inferior, y la segregación se extendía a trenes y autobuses. Era, en definitiva, el apartheid en su clásica expresión.

 

-¿Recuerda alguna historia que le marcara especialmente?

 

-Al poco de llegar de viaje a Uppington conocí de cerca el juicio en el que condenaron a 14 personas a muerte por el asesinato de un policía municipal. Entre ellos se encontraba una pareja de ancianos con diez hijos. Fue una expresión particularmente perversa de las consecuencias que tenía el sistema para la gente corriente.

 

-Usted fue testigo, en cualquier caso, de toda la transición hacia la democracia.

 

-El primer año viví el apartheid puro y duro, pero de repente todo cambió. El 2 de Febrero de 1990 el presidente sudafricano Frederik Willem de Klerk anunció que legalizaba el Congreso Nacional Africano (CNA) y unos días después liberaba a su histórico líder, Nelson Mandela. Fue un día espectacular. Multitudes de personas se congregaron en la gran plaza central de Ciudad del Cabo para cerebrarlo. Recuerdo la desconfianza de los blancos que, a pesar de haber negociado durante tres años con Mandela en la cárcel y de haber preparado el terreno para su liberalización, temían que pudiera incitar a su gente a la violencia. Era el “factor ayatollah”. Mandela, sin embargo, se mostró firme pero moderado. En su primera rueda de prensa le pregunte cuál iba ser su fórmula para lograr la paz y me contestó: "reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos". Y eso es a lo que se dedicó durante los siguientes cuatro años.

 

-Mandela y De Klerk fueron los protagonistas indiscutibles de todo el proceso.

 

-Mandela es un personaje épico, legendario. Antes de su liberación pregunté a un policía cómo era el líder del CNA, porque nadie conocía su aspecto después de 27 años en prisión. Él me respondió que le reconocería en cuanto le viera. Y es que tiene unas cualidades realmente heroicas. El propio De Klerk dijo de Mandela que era un hombre del destino, como reconociendo que era mucho más trascendental que él. De Klerk, que siempre había compartido la política del apartheid, fue abriendo los ojos a medida que fueron avanzando las negociaciones con el CNA. Con más de cincuenta años empezó a aprender cosas importantes de la vida que hasta ese momento no había entendido. Ahí reside su generosidad y grandeza.

 

-¿Y cómo era esa minoría blanca que imponía su voluntad sobre el resto?

 

-Hice un viaje por todo el país antes de las elecciones para tratar de conocer mejor su realidad. Hablé con todo tipo de gente, tanto de extrema derecha como liberal y progresista. Como casi siempre en la vida, cuando uno profundiza en algo se da cuenta de que las verdades siempre son más complejas de lo que uno piensa. Y en la Sudáfrica blanca había de todo. Podías encontrarte con la gente más admirable del mundo, muy comprometida con la lucha antiapartheid, que además estaba yendo en contra de sus propios intereses porque los blancos en Sudáfrica vivieron como nadie. Estaba también la extrema derecha, dispuesta a cualquier cosa para dinamitar el proceso de apertura democrática. Y en el medio había mucha gente que había estado programada por el apartheid, con visiones muy simplistas de la población negra.

 

-Todo el proceso culminó finalmente con el triunfo electoral de Mandela.

 

-Fue fantástico. Era consciente de que estaba viviendo un acontecimiento absolutamente histórico. El antiapartheid fue una de la pocas causas que unió al mundo. Todos coincidían en que el apartheid era un crimen contra la humanidad. Fue un momento glorioso. Lo que más recuerdo fueron las enormes colas de gente que esperaba durante horas para ejercer su derecho al voto. Fue un día muy feliz que, lamentablemente, transcurrió paralelamente a las matanzas en Ruanda. De la misma forma que las elecciones de Sudáfrica fueron uno de los grandes sucesos del siglo XX, el genocidio en Ruanda fue de las cosas más terribles. Y estaba sucediendo mientras estábamos de fiesta en Sudáfrica.

 

-Han transcurrido diez años, la segregación es historia, pero Sudáfrica se enfrenta todavía a problemas muy serios.

 

-El tema del sida es el más agobiante. No hay ningún país en el mundo en el que muera más gente por esta enfermedad. Parece al menos que el gobierno de Tabo Mbeki, sucesor de Mandela, después de cinco años de políticas inadecuadas, ahora está rectificando. La delincuencia es también algo tremendo. Es un problema propio de países donde hay mucha pobreza y mucha riqueza. Sudáfrica no es un país africano típico, en el que hay tres muy ricos y los demás son muy pobres, sino que hay una clase media negra y blanca con mucho dinero, viviendo al lado de gente tremendamente pobre en un país en el que además hay muchas armas. Lo mejor que se puede decir es que, aunque las cifras de asesinatos son las más altas del mundo, se han estabilizado en los últimos años. En cuanto al desempleo, el otro gran desafío, tiene que ver con una situación económica complicada.

 

Pero hay mucho positivo que resaltar. Sobre todo, que los problemas que tiene Sudáfrica hoy no son problemas excepcionales. Hace diez años Sudáfrica era un país único en el mundo por el racismo legalizado. Hoy el país conoce una estabilidad política nunca vista desde que llegaron los primeros colonos blancos en 1652. Sudáfrica es una democracia fuerte, con un sistema judicial que funciona, y una corrupción nada espectacular. Hay mucho que festejar en Sudáfrica.

 

-¿Thabo Mbeki es un digno heredero de Nelson Mandela?

 

-No. Es una lástima. Sospecho que Mandela se arrepiente de haberle apoyado en cierto modo, y creo que el secretario general del CNA, Ciryl Ramaphosa, que lideró las conversaciones con el último ejecutivo blanco, hubiera sido un candidato bastante mejor. Mbeki ha tenido una lamentable actuación en el tema del sida. Esa ceguera, ha sido lo más terrible. Y claro, hablo de que no ha habido contrarrevolución, no ha habido terrorismo, pero se han producido un montón de muertes que, en muchos casos, se podían haber evitado con medidas más dinámicas, más serias para intentar controlar la epidemia. Y esto es algo que se recordará y será una mancha muy terrible en el expediente de Mbeki.

 

 

Íñigo Herraiz

Agencia de Información Solidaria

27 de abril de 2004

 

 

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