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             Uruguay 
  
  
    
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            Más 
            pobres que son más pobres 
            
            Los 
            indicadores se asoman a la realidad
            
             
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      De cada dos niños que nacen en Uruguay uno llega a un hogar pobre. La 
      estadística revela una tendencia más alarmante aún: en el próximo lustro 
      seis de cada diez niños nacerán en hogares con carencias críticas. 
      Actualmente, cada diez pobres uno es indigente: no puede alimentarse en 
      forma adecuada ni aún en el caso de que disponga de todos sus ingresos 
      exclusivamente para ese fin. Y el porcentaje crece. El aumento acelerado 
      de la pobreza en Uruguay es una realidad que ningún indicador estadístico 
      puede desmentir. 
        
        
      
      El 
      hambre se expande 
        
      
      Para el 
      mundo de la información y para algunos técnicos la incidencia de la 
      pobreza en un país dependerá de los indicadores que se tomen en cuenta y 
      de los parámetros que utilicen quienes elaboran las estadísticas. Pero 
      difícilmente un número podrá representar lo que significa para un ser 
      humano tener que vivir sin agua potable o sin energía eléctrica, no tener 
      un techo donde cobijarse o una cama donde dormir, no poder comprender el 
      mundo que lo rodea por falta de educación, vivir con la angustia de no 
      conseguir empleo, con el miedo a perder la casa en una inundación o por no 
      poder pagar el arriendo, o con la desesperanza de saber que si se enferma 
      no accederá a ningún tipo de atención médica. Peor aún: ningún número 
      podrá jamás representar el hambre, ese 
      
       
      “gusanito que carcome la paciencia”, 
      según definiera hace algún tiempo un cantautor popular rioplatense. 
      
       
        
      
      La 
      imposibilidad de satisfacer alguna de esas necesidades básicas hace que 
      una persona pueda ser clasificada como pobre, según las definiciones 
      clásicas. Ocurre que en el mundo hay muchos pobres, los hay muchísimos en 
      América Latina y los hay cada vez más en Uruguay. Los que diseñan las 
      estadísticas hablan de dos tipos de pobreza: quienes tienen suficiente 
      ingreso como para no pasar hambre pero no pueden satisfacer al menos una 
      necesidad básica en materia de alojamiento, salud, educación, transporte, 
      esparcimiento, agua potable, saneamiento, energía eléctrica, gas o 
      calefacción, son pobres. Aquellos que perciben ingresos inferiores a un 
      dólar diario y que, por tanto, ni siquiera acceden al monto mensual 
      necesario para procurarse el sustento mínimo mediante la adquisición de 
      una canasta básica de alimentos (CBA1), 
      son pobres extremos. En otras palabras: los que pasan hambre son 
      indigentes. Se habla entonces de una línea de indigencia y de una línea de 
      pobreza. En los últimos cinco años miles y miles de uruguayos han caído 
      debajo de ambas líneas. 
        
      Si bien 
      Uruguay se diferenció siempre de la mayoría de los países del continente 
      por contar con un grado ligeramente superior de desarrollo social, en el 
      último lustro se destacó del resto precisamente por lo contrario: junto 
      con Argentina fue el país latinoamericano donde los índices de pobreza 
      crecieron con mayor celeridad. Así lo revela el último informe de la 
      Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL). 
        
      
      El 
      Sexenio perdido 
        
      
      Un avance 
      del “Panorama Social de América Latina 2002-2003” que la CEPAL elabora en 
      forma periódica fue dado a conocer en Santiago, capital de Chile, el 
      pasado 25 de agosto. Entre otros datos el informe destacó que en los 
      últimos cinco años los índices de pobreza en el continente se mantuvieron 
      relativamente estables -lo cual revela el fracaso de las políticas contra 
      la pobreza ensayadas por los organismos internacionales-, excepto en los 
      casos de Uruguay y Argentina, en donde se registraron 
       
      “serios deterioros en las condiciones 
      de vida”. 
        
      
      La CEPAL 
      afirma que los niveles de pobreza en Latinoamérica y el Caribe están 
      
       
      “estancados” desde 1997 y 
      reconoce que los resultados de los esfuerzos realizados para reducirla 
      
       
      “han sido desalentadores”. 
      Tan pobres han sido los resultados de las políticas aplicadas que el 
      informe define al período 1997-2003 como  
      “el sexenio perdido”. 
        
      A fines de 
      la década pasada 55 millones de latinoamericanos padecían algún grado de 
      subnutrición, pero en menos de cuatro años los indigentes casi se 
      duplicaron, pasando a ser 95 millones (el 18,8% de la población). En el 
      año 2002, según la CEPAL, el número de latinoamericanos que vivía en la 
      pobreza llegó a los 220 millones, esto es: el 43,4% del total. En otras 
      palabras: uno de cada dos latinoamericanos es pobre y uno de cada cinco se 
      subalimenta. 
        
      En Uruguay 
      el porcentaje de personas que vive por debajo de la línea de pobreza trepó 
      vertiginosamente del 15% al 24%, según datos de la última Encuesta 
      Continua de Hogares (ECH) practicada en 2002 por el Instituto Nacional de 
      Estadística (INE). Según la misma fuente: el 47% de los menores de 6 años 
      vive en condiciones de pobreza, mientras que el índice de indigencia 
      prácticamente se duplicó en el último año, pasando del 1.1% al 2.1%. Según 
      la CEPAL esa tasa es del 2,5%. Esto quiere decir que hay más de 90 mil 
      uruguayos que no tienen ni para comer. 
        
      
      En un 
      capítulo especial dedicado al tema del hambre, realizado en colaboración 
      con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las 
      Naciones Unidas (ONU), la CEPAL estima que alrededor del 9% de la 
      población infantil latinoamericana menor de 5 años sufre desnutrición 
      aguda (bajo peso) y que cerca del 20% padece desnutrición crónica (baja 
      talla en relación con la edad). Esta última 
       
      “reviste especial gravedad por lo 
      irreversible de sus efectos negativos”. 
        
      Uruguay, 
      en particular, padece un agudo proceso de infantilización de la pobreza: 
      actualmente más de la mitad de los niños (51%, según datos censales de 
      1996) nace en un hogar pobre, es decir: con alguna necesidad básica que no 
      puede satisfacer. 
        
      
      Según el 
      INE, en el año 2002 
       
      “la brecha de 
      pobreza se ubica en alrededor de un 30%. Esto es: el ingreso de los 
      hogares pobres es alrededor de un 30% menor de lo necesario para que el 
      hogar cubra sus necesidades sin experimentar privaciones”. 
        
      
      
      Infantilización de la pobreza 
        
      
      Pese a lo 
      alarmante de las cifras oficiales otros estudios señalan que en el caso de 
      Uruguay los índices de pobreza e indigencia son en realidad bastante más 
      elevados. Incluso hay quienes acusan al gobierno de ocultar y/o manipular 
      intencionadamente las cifras. Ya en 1996 cerca del 40% de los uruguayos 
      estaba en situación de pobreza, según un estudio realizado por el 
      demógrafo Juan José Calvo para la Facultad de Ciencias Sociales de la 
      Universidad de la República. “Las Necesidades Básicas Insatisfechas en 
      Uruguay”, trabajo realizado con base a los datos censales de 1996, el 
      profesional concluyó que 
       
      “son más 
      de 1.200.000 las personas con al menos una carencia crítica, esto es el 
      38,7% de la población total del país en 1996”. 
        
      
      Calvo 
      sostuvo que 
       
      “la precaria situación 
      de la población infantil hipoteca sus capacidades futuras, en tanto el 
      deterioro de sus condiciones de vida inhibe el normal desarrollo de sus 
      capacidades sicofísicas, aumentando la desigualdad de oportunidades. Las 
      carencias en las condiciones de infraestructura y servicios básicos 
      repercuten en la esperanza de vida en buena salud, en el rendimiento 
      escolar y en las condiciones con que enfrentarán en el futuro el mercado 
      laboral. Desde un punto de vista macrosocial implica un deterioro 
      importante del capital humano del país”. 
        
      Pero la 
      situación ha empeorado ostensiblemente desde entonces: el país ha sido 
      sacudido por un explosivo y acelerado proceso de empobrecimiento y 
      exclusión social, en el cual el deterioro de la cantidad y la calidad del 
      empleo, el aumento de la desocupación, la caída del salario real, el 
      déficit educativo y las crisis en los sistemas público y privado de 
      atención de salud han sido, entre otros factores, sus emergentes más 
      visibles, por lo que es razonable suponer que los indicadores de pobreza 
      se han disparado respecto de las cifras manejadas en 1996. 
        
      Además de 
      las causas externas, a las que algunos apelan para minimizar la 
      responsabilidad del gobierno, otros factores concomitantes están 
      relacionados con la apertura económica, el proceso de desindustrialización 
      del país, la política desestatizadora, el deterioro de los términos de 
      intercambio, el quiebre del tipo de cambio ocurrido en junio de 2002 y la 
      consecuente desvalorización monetaria, la crisis bancaria, la 
      hiperinflación del pasado año, la pérdida de reservas internacionales, la 
      contracción del consumo interno y la reducción a su mínima expresión de 
      las políticas sociales ejecutadas por el Estado. 
        
      La 
      poderosa corriente emigratoria de los últimos años, si bien funge 
      socialmente como válvula de escape, no ha podido ni puede disimular el 
      agudo proceso de pauperización. Por el contrario, este ha sido el 
      principal motor de aquella. 
        
      
      Mirando 
      por la ventana 
        
      
      Según las 
      previsiones de la CEPAL, a finales de 2003, y por quinto año consecutivo, 
      el producto interno bruto uruguayo (PIB) registrará una caída de 2,5 
      puntos respecto del año anterior, en el cual la caída había sido de 10,7. 
      El salario real, por su parte, habrá perdido el 19,3% del poder 
      adquisitivo que tenía en 1995, año en el que ya era 43% inferior al 
      salario real de 19702. 
        
      
      La 
      desocupación crecerá promedialmente del 15,5% al 17%, pero en el 30% de 
      los hogares pobres habrá uno o más de un desempleado3. 
      La balanza comercial volverá a ser deficitaria, pues el pago de intereses 
      de la deuda externa absorberá el modesto superávit que arrojaría el 
      resultado primario de un nivel exportador superior al importador. 
      
       
        
      La 
      desfavorable evolución de los precios de los bienes exportados entre 1998 
      y 2002, sumada a una caída más leve de los precios de los bienes 
      importados, provocó -explica el informe- un importante deterioro en los 
      términos de intercambio, lo que obligó a incrementar el volumen de las 
      ventas externas para compensar la pérdida. El Banco Mundial sostiene, por 
      su parte, que desde 1998 los términos de intercambio sufrieron una caída 
      del 12% para Uruguay. 
        
      
      El 
      análisis de la CEPAL señala que la recesión y la devaluación afectaron la 
      capacidad de pago de la deuda pública uruguaya, que debió ser 
      reestructurada. Y es categórico en cuanto a que la política fiscal del 
      gobierno uruguayo 
       
      “no pudo jugar un 
      rol compensador, contrayéndose el consumo del gobierno en casi 10%. El 
      Banco Central procuró absorber liquidez para frenar el sobreajuste del 
      tipo de cambio, impulsando al alza las tasas de interés. En ese contexto, 
      el consumo privado y la formación bruta de capital fijo cayeron 12% y 30%, 
      respectivamente, en tanto la contracción de las importaciones de los 
      países vecinos deprimía las exportaciones. Con la excepción de la 
      agricultura, todos los sectores económicos sufrieron una elevada 
      contracción”. 
        
      En el año 
      2002 el país soportó una corrida bancaria, tras la cual varias 
      instituciones debieron cerrar. A fines de 2001 el sistema financiero 
      uruguayo contaba con depósitos equivalentes a unos 15.700 millones de 
      dólares, de los cuales más de 6.000 eran de no residentes, en su mayoría 
      argentinos. Entre enero y junio de 2002 el sistema perdió casi US$ 5.000 
      millones, cerca de un tercio del total de depósitos, según revela un 
      informe del Banco Mundial. 
        
      El 
      gobierno, por su parte, en un intento por enjugar la crisis adquirió 
      nuevos préstamos internacionales lo que elevó el monto de la deuda externa 
      pública y hará crecer el servicio de intereses. Paralelamente aplicó un 
      nuevo paquete tributario en el que se destaca el aumento del impuesto a 
      los sueldos (IRP) y prosiguió con la política de reformas estructurales, 
      en particular en la educación, en la salud y en otras áreas relacionadas 
      con la reducción del costo del Estado, lo que afectó la cantidad de 
      puestos de trabajo y la estabilidad laboral en el sector. 
        
      
      Todo es 
      posible, pese a todo 
        
      A pesar de 
      todo Uruguay todavía integra la lista de siete países latinoamericanos 
      capaces de cumplir con la Declaración del Milenio (2001) de las Naciones 
      Unidas y con uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM-ONU), 
      esto es, reducir el nivel de pobreza que tenía en el año 1999 a la mitad 
      para el año 2015. Claro, eso dependerá de las políticas que al respecto 
      adopte el gobierno, de lo que hagan los organismos internacionales que 
      declaran su preocupación por el tema y de lo que, en definitiva, puedan 
      hacer los propios pobres por ellos mismos. 
        
        
      
      Washington Fernández 
      © 
      Rel-UITA 
      
      7 de octubre de 2003 
        
        
       NOTAS 
 
      
      1- 
      En Uruguay el monto de una CBA es de 29,54 dólares y a diciembre de 2002 
      era de 930 pesos uruguayos (33 dólares) para los habitantes de la capital 
      Montevideo, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). 
      
      2- 
      Estudio comparativo realizado por el diputado socialista Roberto Conde. 
      
      3- 
      Según el INE la incidencia de la desocupación en los hogares pobres fue 
      del 29,9% en 2002. Cinco años atrás, en 1998, la tasa de desempleo era del 
      10%. 
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