Chile

 

Pueblo celebra muerte de dictador

 

 


Augusto Pinochet murió alrededor de las dos de la tarde del domingo, Día Internacional de los Derechos Humanos. ¿Castigo del cielo? Opositores del dictador creen que sí y amanecieron en las calles, con el sonido de bocinas, batucadas y festejos. Sus partidarios también salieron a las calles y lloraron la muerte del líder, pidiendo honores de jefe de estado. La presidente de Chile, Michelle Bachelet, cuyo padre fue torturado y muerto por el régimen de Pinochet, sin embargo, decidió que recibirá sólo honores militares. El General muere impune, sin ser juzgado por los delitos de violaciones de derechos humanos, usurpación de bienes públicos y enriquecimiento ilícito.

Dos décadas de torturas

con aval de Estados Unidos

El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas armadas de la República de Chile, bajo el comando del general Augusto Pinochet, con apoyo de la CIA y del Departamento de Estado de Estados Unidos, derribaban al gobierno constitucional de Salvador Allende, electo por el voto durante el ejercicio de la democracia y con gran apoyo popular. Este golpe daba comienzo a lo que se convertiría en una de las más sangrientas dictaduras de la historia de la humanidad, con miles de desaparecidos, detenidos, torturados y muertos.

En aquel momento, muchos refugiados de la dictadura brasilera se refugiaban en Chile, donde habían sido recibidos por el gobierno de Allende. Cerca de tres mil vivían y trabajaban dignamente, en diferentes ciudades del País. Uno de ellos era el profesor universitario Luiz Alberto Sanz:

"Yo vivía en Chile desde enero de 1971, como asilado. Había sido desterrado de Brasil como consecuencia del secuestro del Embajador Suizo, Enrico Maria Bücher.

En Santiago, trabajaba en el Departamento de Cine de la Universidad de Chile, en la calle Amunátegui, paralela al Palacio de La Moneda. Vivía en un barrio popular (Santa Rosa), y ya en el ómnibus (íbamos apiñados, proletarios y pequeño burgueses pobres) nos dimos cuenta de que algo no estaba bien. Entonces, alguien prendió una radio a pilas y escuchamos a los locutores anunciar que Allende estaba cercado en el Palacio y que la culpa de la situación era de los extranjeros que vinieron a subvertir el país. Quiere decir: nuestra cabeza tenía premio. Mi pensamiento se dividió entre mi compañera y mi hijo recién nacido, que estaban en casa, en la población de Santa Isabel (Paradero 21), y mis compañeros de trabajo y del Partido Socialista chileno. Volver a casa, sin noticias y sin contactos, me pareció una opción inadecuada.

Intenté llegar al trabajo, pero los alrededores del palacio estaban cercados y los soldados tiraban a todos los que se aproximaban. Busqué a una compañera dirigente de la Juventud Socialista, también cineasta y madre de una recién nacida. Vivía en una calle atrás de los edificios de la UNCTAD, en los cuales los golpistas establecieron su cuartel general. Con la ayuda de otros cineastas, socialistas y del Mir, conseguimos sacarla de allí y llevarla a mi casa.

En los próximos días y noches, escuchamos los tiroteos y bombardeos de los ataques a La Hermida y otras villas miserias (favelas) muy cercanas de nuestra población de clase media. Cuando salía a buscar noticias, encontraba cadáveres en las calles. Mi amiga llevó a su hija con sus propios padres. Y mi hermano, que estaba colaborando con Jean Marc Van Der Weild, líder estudiantil brasilero, en el traslado de refugiados hacia las embajadas que aceptaban darles protección, pidió a una estudiante amiga que fuese a buscarnos, y al día siguiente, 18 de septiembre, día de la independencia chilena, entramos en la Embajada Argentina, llevados por un taxista de la red solidaria montada por ellos.

Para mí, es poco importante si Pinochet murió sin ser juzgado. No fue ni siquiera la cabeza del golpe. Fue el testaferro que se volvió dominante. Él no planeó ni ejecutó el golpe. Comandante del Ejército, estuvo de acuerdo en dar su nombre y, de alguna manera, legitimar jerárquicamente el golpe en proceso que tenía todas las posibilidades de triunfar, como ocurrió después.

Fue sí, un terrible comandante del genocidio, de las torturas y de la violencia contra el pueblo trabajador de Chile. Lo importante es que las investigaciones no paren porque Pinochet ahora esté muerto. No es cuestión de venganza, de poner a los asesinos y torturadores en la cárcel. Es cuestión de dar la posibilidad a cada uno de nosotros de decidir de qué lado estamos, qué tipo de ética, cuál imagen ve cada uno en el espejo. Permitir a los nietos e hijos saber quienes son sus padres y abuelos. Restaurar la dignidad de los que resistieron y fueron masacrados y hacer pública la indignidad de los que persiguieron y masacraron."


Luiz Alberto Sanz

Adital

13 de diciembre de 2006

 

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