Las paradojas del Tercer Mundo

Muchas de las encuestas que se realizan en el llamado Tercer Mundo suelen provocar en las sociedades occidentales cierta congoja ante la constatación de un deterioro difícilmente atajable, ni siquiera a largo plazo si nos atenemos al calendario por el que se guían los padres del neoliberalismo. La mayoría de estos sondeos llevados a cabo en los territorios más dispares, reflejan carencias ancestrales, salarios de miseria, angustias cotidianas que rigen en las tres cuartas partes del planeta y que en no pocas ocasiones conducen a la extinción física, cuando no anímica, de quienes cargan con estas fatigas por el simple hecho de haber nacido en el barrio equivocado.

 

Sin embargo, también hay encuestas que producen perplejidad e, incluso, una pizca de indignación entre los más susceptibles. Es el caso de un reciente estudio elaborado por Naciones Unidas en América Latina y según el cual más de la mitad de los habitantes de ese continente apoyarían un gobierno despótico si con ello resolvieran sus problemas económicos. Ante tamaño desplante, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, reaccionó de inmediato. “Esto es lamentable. La solución para los problemas de América Latina no reside en un regreso al autoritarismo, sino en una democracia más profunda y consolidada”, dijo a modo de reprimenda.

 

El máximo responsable de Naciones Unidas no puede menospreciar las conclusiones de un estudio sociológico de tantísimo calado, ni debe quedarse en la mera advertencia a los insumisos. El mensaje fundamental que se desprende de este sondeo no es que los latinoamericanos prefieran ser administrados por dictadores antes que por gobernantes salidos de las urnas. Lo que nos está transmitiendo una buena parte de los tanteados por la ONU es que la democracia se revela por aquellos pagos como un remedio insuficiente si no va acompañada de una reconversión económica y de una distribución más equitativa de la riqueza, entendida ésta en su más amplia acepción. La multiplicación de los panes y los peces sigue siendo una exclusiva bíblica y, por lo mismo, muchos de los encuestados consideran que de nada les vale maquearse para ejercer el voto cada cuatro años si durante el periodo que media entre elección y elección no tienen de qué ocuparse.

 

Por más urnas que se monten en el Tercer Mundo y por más instituciones saludables que se levanten en cada esquina, la decepción social estará garantizada mientras el ciudadano de la calle no perciba claramente que la democracia es el sistema político más benéfico de cuantos nos hemos topado hasta el momento. Y para que la asunción de esta idea se produzca con todas sus consecuencias, no basta con propagar a diestro y siniestro las bondades del Estado de derecho, sino que hay que procurar con el mismo ahínco que la dignidad se instale definitivamente allí donde hoy por hoy sólo crece el escepticismo y el desespero. Hasta ahora, los panes y los peces, en su sentido literal, pero también metafórico, son bienes escasos en Latinoamérica, a pesar de que muchos países han regresado a la democracia formal tras varios años de acuartelamiento.

 

Las libertades, si no se ejercen en lo cotidiano, si no se alimentan desde abajo, si no contribuyen al bienestar del colectivo con mayúsculas, acaban convirtiéndose en papel mojado. Y esto es lo que está a punto de suceder en una América Latina en la que la inmensa mayoría de los ciudadanos sobreviven malamente, como si fueran actores secundarios de una obra hecha para uso y disfrute de las sociedades más industrializadas del planeta. En otras palabras, no se sienten cómplices de la democracia. Y de ahí su berrinche y sus respuestas cuando la ONU les pregunta a bocajarro.

 

 

Luis Méndez Asensio

Agencia de Información Solidaria

26 de mayo de 2004

 

 

 

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