Rosemary Hollis, directora de 
                    investigación del Chatman House, el Instituto Británico de 
                    Estudios Internacionales, ha declarado que los nuevos 
                    terroristas en Inglaterra, Palestina o Irak son jóvenes con 
                    educación y oportunidades, con trabajo o perspectivas de 
                    empleo, para los que la radicalización del Islam es el 
                    vehículo. Hollis entiende que la religión es instrumental, 
                    no lo que les mueve. Jóvenes que necesitan pertenecer a algo 
                    en medio de un intenso desengaño, de un sentirse excluidos y 
                    extranjeros. Esa tormenta interior es subjetiva, pero se 
                    apoya en hechos objetivos, como la inacabable cuestión de 
                    Palestina, la ocupación de Irak, las matanzas de chechenos… 
                    Hechos objetivos, como “un mar de injusticias universales”, 
                    que recordaba el presidente del Gobierno español, José Luís 
                    R. Zapatero al asegurar que eso nos impide aspirar a la paz 
                    y la seguridad. “Los sistemas penales pueden crear más 
                    terroristas”, como expone Mark Juergensmeyer, director de 
                    Estudios Globales de la Universidad de California, aludiendo 
                    a la prisión de Guantánamo. Hechos como que las injusticias 
                    y humillaciones devienen en odio y, como indica el profesor 
                    de Psicología Política de la Universidad  de George 
                    Washington, Jerrold Post, “cuando el odio se convierte en 
                    alimento es muy difícil cambiar las cosas”; lo que le lleva 
                    a un temible pronóstico: “Habrá que convivir con el 
                    terrorismo, porque nunca se podrá acabar con él”.
                    
                    Más allá del pesimismo total 
                    de Post, la pobreza, la exclusión social, la falta de 
                    educación y la humillación sistemática de los empobrecidos 
                    son caldo de cultivo para el florecimiento del terrorismo, y 
                    reducir o eliminar esas causas es atacar al terrorismo. 
                    Pero, como escribió el filósofo André Glucksman, “nuestros 
                    dirigentes manifiestan una notable estupidez política”.
                    
                    En Londres, ha habido cierta 
                    sensatez en la respuesta gubernamental al feroz atentado que 
                    ha causado 56 muertos y más de 700 heridos. El primer 
                    ministro, Tony Blair, ha afirmado que “toda la vigilancia 
                    del mundo” no puede evitar que alguien, dispuesto a perder 
                    la vida, explosione un artefacto en un lugar lleno de 
                    civiles. Blair ha asegurado que la solución no es recortar 
                    libertades y ha añadido que "lo que ahora sabemos, si no lo 
                    sabíamos ya, es que cuando hay formas agudas de pobreza, 
                    extremismo y fanatismo en un continente, las consecuencias 
                    ya no se quedan en ese continente, sino que se extienden al 
                    resto del mundo", al tiempo que ha abogado por un mundo más 
                    justo y resolver de una vez el puzzle de Oriente Medio. Sin 
                    embargo, se ha empecinado en negar la relación del atentado 
                    de Londres con el papel de Gran Bretaña en la invasión y 
                    ocupación de Irak. Algo que sí ha dejado claro un informe 
                    del citado instituto británico de estudios internacionales
                    Chatman House. Blair y su ministro de Asuntos 
                    Exteriores, Jack Straw, en cambio, han recurrido al manido 
                    argumento de la ‘ideología maligna’ de los terroristas, que 
                    nada resuelve ni apunta soluciones.
                    
                    No hay causa en el mundo que 
                    justifique el terrorismo, porque terrorismo es atacar a 
                    ciudadanos inermes e indefensos. El terrorismo no sólo es 
                    infame sino cobarde y miserable, pero no puede ser pretexto 
                    para retroceder en los derechos y libertades que han costado 
                    siglos. Kofi Annan, secretario general de ONU, ha denunciado 
                    que “expertos internacionales en derechos humanos, 
                    incluyendo los de Naciones Unidas, coinciden en que muchas 
                    medidas adoptadas por gobiernos para contrarrestar el 
                    terrorismo violan los derechos humanos y las libertades 
                    fundamentales". Y ha añadido que "la claudicación en 
                    derechos humanos no contribuye a la lucha contra el 
                    terrorismo. Al contrario, facilita el logro del objetivo del 
                    terrorista al ceder ante él en el terreno moral”.
                    
                     
                    
                    
                    Xavier Caño
                    
                    
                    CCS - España