República Dominicana

Con Pascuala Carrero

 

 Una balsera dominicana

El Canal de la Mona separa a la República Dominicana de Puerto Rico. En sus aguas infectadas de tiburones, se lanzan miles de dominicanos que intentarán luego llegar a los Estados Unidos.

 

Hace catorce años, condenada por el campo y seducida por la ciudad, Pascuala Carrero llegó a Santo Domingo, su primer “Alto Manhatan”. Sin embargo, muy rápidamente su primer sueño se convirtió en una pesadilla: la prostituyeron, se prostituyó, y parada en una esquina del transitado malecón muchas noches sintió que era la persona más sola de este mundo... 

- ¡Pero eso no era para mí! -afirma Pascuala con su ronca voz y agitando sus brazos como las aspas de un molino.

- Sin avisarle a nadie, un día decidí continuar mi viaje montada en una yola, rumbo a “Puelto Rico”, para luego pasar a “Nueba Yol”. 

Nueva York es el ansiado sueño dominicano, el sueño “de cemento y cal”, como canta Juan Luis Guerra. Es la ciudad que el imaginario colectivo idealiza: “No hay ciudad más grande que Nueba Yolk” “¿Más lejos que Nueba Yolk? ¡No existe!”. La ciudad con el mayor número de dominicanos fuera de Santo Domingo, aproximadamente un millón. Nueva York, donde todo dominicano tiene un pariente, a donde todo dominicano tiene algo que enviar y desde donde siempre se espera alguna cosa.

Pascuala partió en una pequeña embarcación llamada yola, como se han ido cientos de miles y como en la actualidad se marcha un sinnúmero de dominicanas y dominicanos por semana. La diáspora se efectúa en viajes ilegales, pero todos los lugareños de Nagua y Miche saben dónde se encuentran los improvisados embarcaderos y conocen la hora en que se zarpa para Puerto Rico.

Yolas que llevan racimos de gente, de todos los estratos y rincones del país. Campesinos sin tierra, citadinos sin empleo, reman con sus ilusiones en el Canal de la Mona que es un mar de desesperación y locura. También se lanzan a ese infierno mujeres y hombres que nunca conocieron una escuela, junto a profesores, médicos y abogados. Y parten músicos, bailarinas y beisbolistas ... las pequeñas yolas son el Arca de Noé dominicana.

- Para cruzar el Canal me cobraron en 1991 cuatrocientos cincuenta dólares. Pero nos engañaron. Luego de navegar varias horas, nos dejaron en una isla llamada Cayo Levantado, allí nos botaron. La gente se tiró al agua como loca creyendo que llegábamos a Puerto Rico, pero Cayo levantado es una isla dominicana. Pascuala cierra sus enormes ojos, mueve la cabeza, y sin hablar ella se pregunta: - ¿Cómo pude ser tan tonta?

“Los yoleros son unos aprovechadores”, se escucha en toda la nación. Burlándose de lo pactado, son frecuentes las ocasiones en que dejan en otra isla llamada La Mona a decenas de personas, en vez de llevarlos a la costa puertorriqueña.

Se narra -mito o realidad- que cuando los aventureros son campesinos, de esos campesinos que nunca estuvieron siquiera en la ciudad Santo Domingo, muchos desembarcos se han producido en Boca Chica, que es la playa más popular de esa capital. Allí, ante el asombro y estupor de la multitud, esa pobre gente nada hasta la orilla con su morralito de plástico. Y como si nada hubiera pasado, como si llegar a un país en canoa fuera la cosa más natural de este mundo, se pierden entre el gentío en busca del centro de San Juan.

Por precios que van desde 700 a 6.000 dólares, el dominicano que pretenda en la actualidad llegar a Puerto Rico por el Canal de la Mona puede elegir entre una variedad de servicios: ser arrojado por la noche en la costa puertorriqueña; ser recibido en una casa segura en San Juan (generalmente en el barrio de Santurce); proveerlo además de un pasaporte falso y un pasaje de avión para Nueva York y acompañarlo hasta el aeropuerto internacional de San Juan, para protegerlo de los agentes de inmigración, etc.

Para realizar la travesía, muchos reciben el dinero de sus familiares de Estados Unidos. Otros venden la casa, la tierra, el carro o alquila su cuerpo.

- Al tiempo, -continúa Pascuala-  pude reunir el dinero, y de nuevo a la yola. Porque es así, cuando a un dominicano se le pone en la cabeza que hay que irse, mira... La gente hace cualquier locura para cumplir con esa meta. Yo conocí un muchacho de San Pedro de Macorís, que se fue siete veces en yola a Puerto Rico y las siete veces fue deportado por la policía de migración.

En Puerto Rico, a los dominicanos que llegan por el Canal de la Mona se les llama “mojaditos” y resulta muy fácil identificarlos. Los dueños de las yolas tienen miedo de llegar a la orilla con sus embarcaciones, pues temen que la policía se las decomise, y por lo tanto siempre hay que nadar. Los “mojaditos” llegan hasta con el alma mojada. Horas interminables salpicados por el mar, empapados por la lluvia, o nadando tratando de ganar la playa. Muchas veces llegan mojaditos de tanto llorar. Llegan con los ojos cegados por la tortura de ver la muerte tan próxima. Llegan con los oídos sordos de la gritería infernal, del zumbido de los motores, del mar que golpea los maderos, del mar que golpea al mar. Llegan con el cuerpo como un nudo. Con las manos llagadas de aferrar la vida a la borda. Llegan con el corazón paralizado luego de brincar sobre olas de infinita caída; con el pelo erizado como una llama de piedra. Llegan los que tienen suerte, los que el Canal quiere.

- En 1993 -dice Pascuala- partí de nuevo desde Nagua. Fue de madrugada y nos perdimos. A la yola se le malogró la brújula y demoramos tres días. Salimos 78 personas y llegamos unas 50. Los otros murieron. La primera noche de la travesía, en medio de una oscuridad espantosa, un barco casi nos pasa por arriba. Las yolas van desprovistas de luz para no ser detectadas por los guardacostas.

Viajé con una bolsa de plástico donde tenía la ropa, mis papeles y una Biblia que al segundo día cayó al agua. Fueron tres días con sus noches aterradoras, viendo agua y mar, agua y mar y eso enloquece a cualquiera. El Canal de la Mona es lo último, no hay nada peor. Imagínate estar en la punta de una ola, mal agarrada y caer dos y tres metros, para volver a subir y así horas enteras. La gente vuela despedida, algunos se ahogan o se lo comen los tiburones.

La Isla la Española está separada de Puerto Rico por 75 millas de mar abierto, que conforman el Canal de la Mona. Zona de tempestades tan fulminantes como imprevisibles, de alto oleaje, un criadero de tiburones. Esto ilustra la peligrosidad del cruce, y también permite hacerse una idea de la desesperante situación en la que viven siete de cada diez dominicanos, tan desesperante que llegan a ver su salvación en una yola.

- Un señor que había hipotecado su casa para hacer el viaje, porque su hija lo esperaba en Nueva York, se puso loco por el ruido del mar. El venía gritando que se parara para comprar cerveza y cigarrillos. Y dale gritar y gritar, y el capitán dijo: “Ese viejo jode mucho”... y diablo, lo tiraron al agua! En la yola no hay amigos, ni solidaridad.

La travesía desespera y enloquece a cualquiera. Peleando a la muerte en cada ola, haciendo las necesidades ahí mismo, luchando contra el cansancio. En esa cáscara de nuez no hay tiempo para pensar en los demás, en la familia que quedó atrás o en la que espera. Se piensa en uno mismo, en su propia vida, en su propia salvación. Lo colectivo es el pánico, el llanto y la saloma implorando a la Virgen de Altagracia. Pero la salvación es estrictamente individual. Por ello, una norma tácita es no viajar con familiares o amigos. Es mejor no conocer a nadie y no saber nada de quienes viajan con uno.

- Luego de nadar tres horas llegué a tierra y corrí como una loca toda la noche, hasta llegar a una casa donde me desmayé.

Pascuala, hoy vive en Nueva York, en el barrio Alto Manhatan. Hace siete años que efectuó la travesía, sin embargo Pascuala se estremece al narrar lo sucedido en el Canal de la Mona. Como tantos dominicanos, ella está ilegal en Estados Unidos. Con su corazón mojado, con sus raíces al aire... y atrapada ahora por el sueño del retorno.

 

Gerardo Iglesias

© Rel-UITA

10 de marzo de 2003

 

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