Hacia otro género de desarrollo (I)

El papel del hombre

 en la lucha por la igualdad

 

¿Dónde están los hombres?

 

Una de las características principales que uno observa cuando empieza a estudiar y trabajar en la introducción de la perspectiva del género en el desarrollo es precisamente la fácil confusión entre los temas de género y los temas de mujeres o para mujeres. La introducción del enfoque de género debería entenderse precisamente como un método a través del cual se evidencian las relaciones entre ambos géneros, generalmente desiguales, y cómo cualquier acción afecta de manera diferente a hombres y mujeres. Sin embargo, en la práctica parece que introducir la perspectiva de género en las acciones de desarrollo se reduce mayoritariamente a atender y cubrir las necesidades básicas específicas de las mujeres, en ocasiones tratadas como un elemento aislado, sin tener en cuenta verdaderamente las relaciones desiguales entre hombres y mujeres y, sobre todo, sin avanzar hacia un reequilibrio en esas relaciones; es decir, se trabaja más por paliar las consecuencias de una sumisión económica, política y cultural que por identificar y eliminar las causas de esa sumisión. Es precisamente en ese trabajo donde se observa una destacada ausencia de los hombres, una ausencia que llama la atención.

 

Sin duda alguna la introducción de la perspectiva de género en el desarrollo lleva a un trabajo profundo por mejorar la situación de las mujeres y empoderarlas, pues son las más discriminadas, sometidas y subyugadas. Sin embargo, en mi opinión, este avance no puede ni debe hacerse al margen de los hombres, sin tener en cuenta la interrelación entre ambos, pero sobre todo sin incluirlos en el mismo avance. Cambiar las relaciones desiguales de poder significa no sólo cambiar la situación de las mujeres, significa también cambiar a los mismos hombres. Para entendernos, y desde un punto de vista estratégico, de poco sirve prestar atención y servicios a las mujeres víctimas de violencia si no pretendemos erradicarla, y la erradicación se fragua tanto en la mente femenina (educada para vivir en la sumisión), como especialmente en la masculina (educada para someter), pues es donde se origina buena parte de esta violencia. Las labores de prevención y los trabajos de masculinidad en los hombres son básicos para erradicar la violencia. Lo mismo podemos decir de otros campos como la salud sexual y reproductiva, la corresponsabilidad familiar, etc. No se trata solamente de “hacer más llevadera la vida de las mujeres que sufren”, se trata de eliminar las causas de ese sufrimiento.

 

¿Por qué esta ausencia masculina?

 

Las causas son diversas, pero principalmente podemos apuntar dos: en primer lugar se debe a la tendencia a confundir género con mujer, a creer que el hombre no tiene género; y, en segundo lugar, a un miedo al cambio, a perder privilegios y a descubrir que vivir la masculinidad crea no sólo molestares sino también malestares. Ambos elementos tienen una misma raíz, el modelo más extendido de construcción cultural de la masculinidad, denominada masculinidad hegemónica.

 

Si bien existen diversas formas de entender la masculinidad, según edad, etnia, cultura, orientación sexual, clase social, existe un modelo hegemónico que se caracteriza por confundir al hombre con lo absoluto, con la norma, siendo la mujer lo diferente, lo que se sale de la norma. Ser hombre supone estar arriba, ser superior, tener poder, ser valiente, ser fuerte, y en contraposición dicho modelo entiende a la mujer como la que está por debajo, la sometida, la débil. Así pues, las mujeres tienen una serie de características específicas que las separan de un modelo absoluto, y por ello se suele considerar que ser mujer significa tener género, es decir se entiende por género todo ese conjunto de especificidades y problemáticas que se desprenden de esa situación de inferioridad. Sin embargo, ese modelo hegemónico también conlleva problemáticas específicas en los hombres, es decir, los hombres también tenemos género. A los hombres se nos educa para dominar, dirigir y sentirnos privilegiados por ser hombres, por estar en la cima de la sociedad, es lo que viene en llamarse 'pedagogía del privilegio'. Esta concepción acarrea una invisibilidad de las características de la masculinidad hegemónica, invisible para los mismos hombres. Sin embargo, todos en algún momento hemos sentido la presión de tener que responder a ese modelo, de tener que reafirmar nuestra pertenencia a esa masculinidad hegemónica, lo cual demuestra que es un modelo a todas luces insostenible y mayormente forzado, pues a lo largo de nuestra vida nos vemos con la obligación de demostrar que somos hombres.

 

Pero esta invisibilidad no es la única resistencia existente al intentar asociar al hombre con los temas de género. Descubrir que los hombres tenemos género y que ese modelo nos otorga una serie de privilegios, hace que en muchas ocasiones nos resistamos a perderlos, se produce entonces el miedo al cambio, el miedo a la agenda de género.

 

Hace falta una pedagogía para el cambio

 

Desde el momento en que se constata que ser hombre es algo tan relativo como ser mujer, y no algo absoluto, aparece una sensación de inseguridad que está reñida con el mismo modelo hegemónico. El hombre no puede mostrar inseguridad, ni debilidad, eso es algo asociado a la mujer. Hacer a los hombres partícipes de los avances en género y desarrollo, hacer que el desarrollo sea una responsabilidad compartida, necesita antes de ciertos replanteamientos por parte de los hombres, de un autoexamen de nuestra condición, y de una reeducación de nuestros roles de género, y no siempre se está dispuesto a asumir esa revisión tanto individual como colectiva.

 

En el campo concreto de la salud cabe destacar la aparición del enfoque de la masculinidad como factor de riesgo, que ayuda a visibilizar las consecuencias que para mujeres y especialmente para hombres supone seguir el modelo hegemónico. Dicho modelo y los comportamientos y actitudes que conlleva demuestran que la masculinidad se puede convertir en un factor de riesgo para la salud: en primer lugar para la salud de las mujeres, pero también para la salud de otros hombres y para la salud de uno mismo. La necesidad de afirmarse como hombres a través de la asunción de riesgos, de la violencia, de una sexualidad compulsiva y dominante, o de la negación de la emotividad, son indicadores que se desprenden de la introducción del análisis de género en la salud. Este tipo de enfoques puede ayudar a reconocer que seguir el modelo hegemónico limita las capacidades del hombre y es causa en muchas ocasiones de dolor y enfermedad, e incluso de mortalidad.

 

Existen tres elementos básicos y estratégicos para avanzar en la construcción de una condición masculina con perspectiva de género: la sexualidad, la paternidad y la violencia. A través de todos ellos se pueden construir modelos masculinos más igualitarios, más corresponsables con las mujeres, y más acordes con lo que debe ser un desarrollo humano más justo y equilibrado. El desafío es sin duda importante, las dificultades y resistencias enormes, pero el cambio vale la pena, y no sólo porque ello supone una mejora de las condiciones de vida de las mujeres; el cambio hay que entenderlo también como una mejora de la vida y del bienestar de los mismos hombres. Es pues más necesario que nunca que las organizaciones y personas que trabajamos en desarrollo y cooperación, y que trabajamos por introducir la perspectiva de género en el desarrollo aprendamos a identificar qué problemáticas específicas y en qué proporción están causadas por los modelos de masculinidad imperantes en cada sociedad y cultura y cómo revertir este sistema.

 

 

 Enric Royo*

Agencia de Información Solidaria

navarra@medicusmundi.es 

10 de Mayo de 2004

 

 

* Responsable de proyectos de la Fundación CIDOB Colaborador de la Revista “El Sur” de la ONG Medicus Mundi

 

 

 

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