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            La 
            pobreza desde el punto de vista de la mujer latinoamericana 
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      Por lo 
      general, las expectativas y normas ampliamente aceptadas en una sociedad 
      acerca de la conducta, el rol y las características masculinas y 
      femeninas, resultan en un menor acceso de las mujeres a los recursos 
      económicos y a la autoridad para tomar decisiones, lo cual resulta en un 
      balance desigual en las relaciones de género que favorece a los hombres. 
      Según el informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Población 
      titulado “El Estado de la Población Mundial 2002”, a nivel mundial, el 
      número de mujeres que viven en la pobreza es mayor que el de hombres, y 
      esta disparidad ha aumentado en el pasado decenio, además de que se están 
      ampliando las disparidades de género en materia de salud y de educación 
      entre los pobres. 
        
      
      En América 
      Latina la situación no es muy diferente, aunque existen particularidades 
      que vale la pena analizar. El pasado 25 de agosto, la Comisión Económica 
      para América Latina y el Caribe de la ONU (CEPAL), presentó su informe 
      anual sobre el panorama social de la región, que en esta edición dedica un 
      capítulo a la relación entre Pobreza y Género. El principal hallazgo de 
      dicho estudio es que las mujeres latinoamericanas, por contra a lo que 
      pasa en el resto del mundo en desarrollo, 
       
      tienen un mayor nivel de educación que 
      los hombres, pero al igual que en el resto del globo, son más pobres. 
        
      
      De acuerdo 
      con este documento, las latinoamericanas han alcanzado niveles de 
      escolaridad superiores a los hombres y las mujeres activas tienen, en 
      promedio, más años de instrucción. 
       
      Pero ellas sufren con mayor severidad 
      el desempleo, la discriminación salarial y las restricciones de tiempo. 
      Durante los años noventa, la tasa de actividad económica de las mujeres 
      creció a un mayor ritmo que la masculina. 
       
      Pero mientras las tasas de desempleo 
      masculino se incrementaron en 2,9 puntos porcentuales entre 1990 y 1999, 
      las de las mujeres lo han hecho en 6,1%. Esto resulta en 
      que hay más mujeres que hombres en situación de pobreza y las mujeres 
      jefas de hogar cuentan con menos ingresos monetarios que los hombres, 
      tanto en los hogares pobres como en los de mayor ingreso. Aunado a esto, 
      los hogares monoparentales, encabezados en su mayor parte por mujeres, se 
      ven afectados también por otras desventajas vinculadas con la falta de 
      valoración del trabajo doméstico no remunerado, que no recibe 
      reconocimiento social. 
        
      En los 
      hogares en los que las mujeres cuentan con ingresos propios, su 
      participación significa la base del sustento familiar, de hecho, según los 
      análisis realizados, la pobreza aumentaría en 10 puntos por lo menos en 8 
      países de la región si no se contara con su aporte monetario. Este hecho 
      contrasta con que el porcentaje de las mujeres sin ingresos propios es el 
      doble en las zonas urbanas y el triple en las rurales que el de los 
      hombres en la misma situación. 
        
      Además, el 
      informe señala que en la mayoría de los países latinoamericanos se observa 
      una  “lenta y volátil evolución de la participación de las mujeres tanto 
      en puestos electivos como en aquellos de decisión política”. Ante esta 
      evidencia, se muestra que los gobiernos deben formular medidas de acción 
      positiva que garanticen a las mujeres el ejercicio de sus derechos, su 
      acceso a los recursos productivos y que eliminen toda forma de 
      discriminación en el mundo laboral y político como condición indispensable 
      para superar la pobreza. Por otro lado, las políticas contra la pobreza 
      deben fomentar la armonización de las tareas domésticas y reproductivas 
      con la vida laboral de hombres y mujeres, incluyendo desde servicios de 
      cuidado infantil hasta permisos parentales que favorezcan la participación 
      masculina en la vida familiar. 
        
      
      Desafortunadamente, existen pocos programas regionales que incorporen este 
      tipo de enfoque en sus proyectos. Por poner un ejemplo, el grandilocuente 
      Plan Puebla - Panamá, concebido como el “eje” del desarrollo del sur - 
      sureste de México y los países del Istmo Centroamericano, no incorpora 
      ningún elemento para la consecución de la equidad de género y en su 
      formulación no se mantuvo ningún acercamiento con organizaciones de 
      representación de la mujer. Cabe mencionar que los comisionados nombrados 
      por cada país para integrar la Comisión Ejecutiva del Plan son todos 
      hombres. 
        
        
      
      Jorge Coarasa 
      Economista 
      mexicano 
      
      Agencia de Información Solidaria 
      19 de 
      setiembre de 2003   |