Las masacres regresan a
 Urabá

 

Parecían desterradas, cosas del pasado, cuando la mayor región bananera de Colombia era la zona más peligrosa del mundo. Cuando se asesinaba porque sí y porque no, cuando la estupidez humana y la intolerancia cargaban las armas que se disparaban bajo el manto de la mentira y la impunidad.

 

Hace cinco años denunciábamos el asesinato en Medellín de un joven de 15 años. Era uno de los hijos de Mario Agudelo, por entonces diputado departamental. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), nunca perdonaron a Agudelo, y a otros tantos ex guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (EPL), que en 1991 abandonaron la lucha armada constituyéndose en un grupo político denominado Esperanza, Paz y Libertad. En aquella ocasión, Agudelo recibió como regalo una caja conteniendo un libro de ciencia, dado que su hijo era estudiante de medicina lo llevó a su casa, cuando el muchacho abrió el libro, este explotó provocándole la muerte.

Mario Agudelo, ahora alcalde del municipio de Apartadó, vuelve a denunciar un nuevo crimen de las FARC. Con la autoridad que surge de sus antecedentes y de un cargo al que fue electo democrática y libremente por la población, afirmó: "Hay una pretensión de las FARC de recuperar nuevamente la región (Urabá) y esto es una demostración de fuerza y también de la degradación a la que han llegado".

El viernes 26 de abril nueve personas fueron asesinadas en una finca bananera situada muy cerca del casco urbano de Apartadó. Alrededor de las seis de la mañana de ese día, una veintena de hombres armados -identificados como integrantes del V frente de las FARC- se presentaron en la finca con una lista de nombres, trasladaron a esas personas a 200 metros de la empacadora, los acostaron en el suelo y los asesinaron. Varias personas resultaron heridas y antes de retirarse, el grupo armado dinamitó la planta empacadora de fruta.

¿Quiénes eran los muertos? Siete trabajadores de la finca, un hombre que había ido a pedir trabajo y una mujer (se ignora si empleada de la finca o no). La masacre hace parte de la lógica perversa de las FARC, que justifica el terrorismo como una herramienta válida para reconquistar el protagonismo perdido.

A finales de los 80 y gran parte de los 90, las guerrillas, los grupos paramilitares y el propio Ejército, originaron una escalada de violencia por el control de esta región considerada, geopolíticamente hablando, sitio estratégico. Montañas, ríos, selvas, puertos y una posición geográfica que permite un fácil acceso al Océano Atlántico y al Canal de Panamá, la hizo muy disputada por los actores armados, donde la población civil puso la mayor cuota de muertos. En 1995 fueron asesinadas en Urabá más de 700 personas, de las cuales 111 eran dirigentes y activistas sindicales, en su mayoría de SINTRAINAGRO. Por esos años de plomo y pólvora, se comentaba: "a Urabá se le mira casi siempre, con el enfoque del horror de la masacre que acaba de ocurrir y a la espera de la siguiente".

En el período señalado, SINTRAINAGRO constituía prácticamente el único sostén de la sociedad civil, por ello fue el blanco de ataques sistemáticos por parte de los grupos armados. En 1996 la UITA aprobó la realización de una Campaña denominada: "Urabá, Somos Todos", la cual se transformó en un espacio donde se articularon fuerzas y voluntades de la sociedad civil nacional e internacional que luchaban por una Colombia en paz y con justicia social. En la misma intervinieron sindicatos, partidos políticos y ONGs de todo el mundo, denunciando con igual tono las violaciones provocadas por los paramilitares, el Ejército y las guerrillas, así como el impacto de las políticas neoliberales que sometían (y todavía someten) a la miseria a millones de colombianos.

La Campaña fue aprovechada por SINTRAINAGRO para encabezar un proceso de participación de la sociedad en su conjunto, destinado a detener la guerra y consolidar la paz. Se firmaron convenios colectivos para toda la industria, destinados a normar salarios y condiciones de trabajo; se impulsó la reorganización de las  seccionales del Sindicato motivando la participación directa de los trabajadores (cabe destacar que en sus últimas elecciones celebradas en octubre del pasado año, votaron más de once mil afiliados); se vinculó a la gente en emprendimientos comunitarios y solidarios, como la construcción de una escuela en el barrio obrero de "La Chinita", de policlínicas populares y la organización de los pequeños productores de plátano de la región.

A partir de 1997, las FARC y otros grupos alzados en armas, perdieron el control de la zona. Se inició entonces un periodo de relativa paz que duró casi cinco años, al que ahora las FARC pretenden poner término con la matanza llevada a cabo el viernes 26 de abril.

Esos cinco años no fueron fáciles para SINTRAINAGRO, entre otras cosas porque se multiplicaron sus frentes de trabajo. Además del social y político (candidatos provenientes o propuestos por el Sindicato ganaron las elecciones para las alcaldías de varias poblaciones de la región); extender la organización a otras regiones o sectores (por ejemplo los azucareros del Cauca, o los bananeros del Magdalena, donde actualmente sostiene un conflicto con la transnacional DOLE); atender el cargo que el Sindicato ocupa en la dirección de la CUT; constituirse en uno de los principales artífices en la constitución de una organización que hoy cubre toda la cadena productiva (la Unión Nacional Agroalimentaria, de la Hotelería y el Turismo de Colombia -UNAC-); mantener una activa participación internacional (especialmente en el ámbito de la UITA y de la Coordinadora Latinoamericana de Sindicatos de la Industria Bananera); etc.

Aquellos que deberían ser sus naturales aliados tampoco le hicieron fácil las cosas a SINTRAINAGRO. Algunos dirigentes sindicales y de ONGs de países industrializados, muy alejados de Colombia y de la realidad de Urabá, al enterarse de los logros de las acciones del Sindicato, se preguntaron desde su cómoda incapacidad: ¿cómo es posible tanta actividad -y éxitos- en medio de tamaña adversidad y dificultades? Y la respuesta, con la facilidad que otorga la distancia y una gran dosis de cinismo y soberbia, surgió rápida: "están vinculados a los paramilitares... están en complicidad con el Ejército". Tampoco falta algún seudo periodista, que mientras en su lugar de origen, Europa, la ultraderecha, el racismo y la xenofobia ganan terreno aceleradamente, piensa que su militancia pasa por convertirse en vocero de los que en nombre de la guerra, justifican que los civiles sean las principales víctimas, y con frecuencia, los principales objetivos. No tenemos ninguna duda que el silencio que estos actores mantendrán sobre la matanza del 26 de abril, será estruendoso.

Por nuestra parte, reafirmamos nuestra solidaridad de siempre con SINTRAINAGRO y "su gente", lo que abarca mucho más que sus 15.000 afiliados.

 

Autor:

Gerardo Iglesias

© Rel-UITA

 

 

 

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