Uruguay

Suplemento: ¡Tierra!

 
 

Con Francisco García

Hoy vivo de lo que produzco

Habla pausado, claro como su mirada casi blanca, sólido como su físico grande. Agricultor desde siempre y para siempre, García enfatiza que sin un cambio interior que reordene los valores humanos de poco sirve modificar la tecnología productiva. Lo que hacemos nos hace.

 —¿Cómo llegó a la agricultura orgánica?

—Me reconvertí obligado por las deudas y la imposibilidad de seguir produciendo como antes. Tuve que aprender de nuevo a trabajar. En 1993 tomé los primeros cursos sobre abonos verdes y producción orgánica con Marcos Peñalba, aquí en la zona, en la escuela de Caritas. Al año siguiente tuve la oportunidad junto con otros productores de ir a Ipé, en Río Grande del Sur, Brasil, donde pude constatar cómo se podía trabajar de esa manera. Para mí fue muy importante esa experiencia porque no entendía cómo se podía lograr producir sin químicos. Me llevó varios años entenderlo, asimilarlo y aplicarlo. No me arrepiento de haber cambiado, porque eso me ha permitido capacitarme en este tema, participando en cursos, simposios. Creo que hoy puedo dominar perfectamente la producción en la tierra.

—¿Habría continuado siendo productor si no hubiese cambiado de tecnología?

—De ninguna manera. Estaba completamente imposibilitado de continuar por el uso intensivo de químicos que no sólo me habían afectado económicamente, sino que habían comprometido mi salud. Le pasa lo mismo a muchos productores, pero, como a mí, les cuesta darse cuenta. Dar el paso de cambiar fue difícil, pero muy importante para mi vida.

—¿Le costó creer que se puede producir sin químicos?

—No, me costó entender que todos los componentes de la agricultura forman un universo interrelacionado: el suelo, la materia orgánica, los yuyos... No lo tenía claro.

—¿Qué idea tenía?

—Nunca me había puesto a pensar, por ejemplo, en la importancia que tiene la materia orgánica en el suelo. Junto con esa capacitación, empecé a agarrar viejos libros de agronomía que ni sé cómo habían llegado a mis manos, en los cuales vi que hace muchos años se ponía un gran énfasis en el uso de la materia orgánica, cosa que yo no tenía presente. Entonces, absorbido por lo que aprendí cuando me recibí como experto agrario en 1959, sólo pensaba en los conocimientos aportados por la ola de la revolución verde.

—¿Tuvo que aceptar un cambio cultural?

—Un cambio interior. Tuve que asimilar todo eso con una gran dosis de humildad, y sobre todo viendo que otros muchos productores se enfrentaban a la misma situación de fracaso. Hasta que perdí el miedo y empecé a poner en práctica los conocimientos que mucha gente me fue trasmitiendo. Procesar todo ese cambio hasta producir nuevamente rentabilidad me llevó cuatro o cinco años.

—¿Cómo reaccionaron los otros productores?

—No pensaban que esto fuese posible. Incluso hoy hay muchos que no lo aceptan. Creían que era algo que no se podría aplicar hasta dentro de muchos años. No sé por qué. Tengo vecinos que han dejado de ser productores, son apenas residentes del predio donde viven y se han empleado de peones. Pero yo vivo de lo que produzco y sobre todo puedo decir que obtengo, más que dinero, satisfacción, lo que no es poca cosa.

—¿Cómo reaccionó su familia ante ese cambio interior?

—Bien. Creo que el proceso anterior, de ir acumulando deuda sobre deuda, nos afectó mucho como familia y deterioró nuestra vida. Cuando dejé de invertir dinero en comprar productos químicos significó un alivio inmediato, de la noche a la mañana. No tener que pensar que para empezar el año había que ir al banco o a cualquier otro lugar a pedir un crédito fue un afloje enorme. A partir de ese momento, sin tener aún una conciencia clara de lo que estábamos haciendo, empezamos a vivir en autosuficiencia. Hoy la valoro y la tengo absolutamente clara.

—¿En la actualidad vive de lo que produce en su campo?

—Sí, absolutamente. Y además ha mejorado muchísimo mi salud. Me siento espiritualmente muy sano, realmente comprometido con lo que estoy haciendo. Tengo satisfacciones que antes nunca sentí.

—¿Cuáles, por ejemplo?

—Además de entender a fondo lo que hago productivamente, poder compartir esos conocimientos, mis fracasos y triunfos, con otras personas. Usted ha visto con sus propios ojos lo que la gente está haciendo en sus casas, y no puedo tener una idea cabal de a cuánta gente le está llegando todo esto.

—¿Cómo evalúa este interés masivo en el tema?

—Es difícil evaluar esta especie de movida orgánica, digamos, porque no hemos tenido tiempo aún de asimilar lo que está pasando. Quizás sea la emergencia económica, pero hace ya un año había gente en el departamento que estaba pidiendo esta capacitación. No sé. Veremos dónde termina, porque es mucha la gente movilizada.

—¿Cuánta gente?

—Estimo que por los cursos pasaron unas 400 personas, y es probable que haya más de mil personas haciendo sus propias huertas como consecuencia de la divulgación que hacen quienes participan en los cursos y la labor de amplificación de la radio rbc de Piriápolis (véase nota aparte). Sin duda que sin su apoyo no hubiésemos logrado esto. Ahora es una bola de nieve que crece diariamente y ya estamos al borde de nuestra capacidad. Esto nos supera un poco, porque no hay cómo atender más demandas, pero al mismo tiempo uno no puede decir que no. En definitiva, me alegro de que así sea.

—Entre otras cosas, tiene que trabajar en su campo.

—Claro, tengo que producir. Y la chacra me está llamando...

Carlos Amorín

Rel-UITA / BRECHA / Comunidad del Sur

27 de setiembre de 2002

 

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