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Uruguay ambientalmente posible

Por un país humano y natural

Carlos Amorín

Después de leer -y apreciar- la edición especial de BRECHA de la semana pasada, quedé sin embargo con una sensación de ausencia, de omisión, debido a que no se incluyó en ese notable esfuerzo de tanta gente ni una sola referencia al Uruguay posible desde el punto de vista ambiental. Las escasas líneas que siguen no pretenden proyectar ese país que deberíamos arrancar del pantano, pero sí tratan de mencionar algunos aspectos ambientales que imprescindiblemente habrá que tener en cuenta a la hora de pensarlo.

País

Cada día que pasa se hace más y más evidente que así como no se concibe un país futuro sin política económica, educativa o sanitaria, tampoco es posible imaginar un país posible sin una política ambiental seria. Seria en el sentido de informada, actualizada, sensible a los aportes recientes de la ecología política y social, a los estrechos vínculos que existen entre un ambiente cuidado, protegido, y una sociedad viable.

La globalización no empezó con el neoliberalismo, sino que se expresó desde mucho antes, cuando a principio de los cincuenta las empresas productoras de Agrotóxicos -con la tecnología, los estocs y los científicos remanentes de la Segunda Guerra Mundial- lograron prácticamente universalizar la Revolución Verde, ese método productivo que aumentaba los rendimientos agrícolas mediante el uso intensivo de químicos, pero que también incrementaba los costos desmedidamente generando el endeudamiento campesino que continúa hasta hoy, después de haber pasado por varios procesos de concentración de la propiedad de la tierra. La Revolución Verde tuvo también otros costos, ya que eliminó mucha mano de obra en el campo y fue una de las principales causas de la emigración de los trabajadores rurales y sus familias a la ciudad, donde vinieron a engrosar los cinturones de miseria y atropello. Las consecuencias de la actividad humana -hoy dramáticamente visibles en el cambio climático, el efecto invernadero y la contaminación de los océanos, por ejemplo- recién comenzaron a ser globales en el siglo XX, pero probablemente habrán bastado 100 años para que el planeta nunca más logre recuperar siquiera la mitad de la salud que perdió. Esta interdependencia ambiental planetaria es un concepto elemental que no sólo debe admitirse en los discursos, sino que se debe comenzar a reflejar en acciones concretas que lo tengan en cuenta.

Para empezar se debería tomar una vía rápida hacia la formación, el aprendizaje, la sensibilización sobre este tema de toda la clase política, casi, casi sin excepciones. Así tal vez se podría comenzar a planificar sobre bases sólidas una política de Estado, ya que los problemas ambientales de Uruguay no varían con los gobiernos, lo que cambia es la percepción e importancia que se les asigna. Sin una política ambiental de Estado no será posible administrar con sabiduría los escasos recursos disponibles, y tampoco se podrían ahorrar los recursos que se dilapidan contaminando. Existe profusa literatura en el mundo -literatura "confiable", hay que aclarar para los prejuiciosos- sobre investigaciones, estadísticas, experiencias, propuestas, hipótesis de modelos sociales viables (ahora se dice sustentables) que abren el camino para dar los primeros pasos en la elaboración de esa política imprescindible.

Esa debería ser una meta de todo el espectro político nacional, y esa política el fruto de un consenso.

País humano

Es obvio que después de que se hayan elaborado y adoptado políticas ambientales nacionales y locales, y que se haya producido una legislación que exprese los niveles de acuerdo alcanzados en la negociación, las cosas rodarán mucho más fluidamente. Pero, ¿entretanto qué hacemos? En primer lugar debemos empezar a comprender que hay ya instalados en el país grandes problemas ambientales que afectan la salud humana comprometiendo incluso, en algunos casos, la vida de compatriotas. En estos últimos meses se tomó conciencia en forma dramática de la contaminación con plomo en La Teja y Canelones, contaminación que, lamentablemente, ya es obvio que abarca a todo el país. Este episodio también reveló que el Estado uruguayo -tampoco el municipal- no está preparado para reconocer y asumir estos problemas desde los puntos de vista político, científico y, quizás, psicológico. Los muchos problemas, mezquindades, falsedades, ocultamientos, autoritarismos que aún enfrentan los vecinos de La Teja y Canelones ante poderes nacionales y locales a veces atónitos, a veces paranoicos, siempre desinformados, es apenas una fotografía de la situación actual en ese aspecto. Afortunadamente, la contaminación con plomo también permitió comprobar que, en muchos aspectos, la Universidad de la República tiene capacidad científica para comprender y responder ante la situación, aunque aún no haya logrado liberar toda la energía que tienen sus profesionales, tal vez por razones burocráticas. Hay propuestas que demoran en concretarse sin que se logre comprender muy bien por qué.

No es posible un país mejor sin gente sana, protegida por aquellos a quienes se ha elegido por su sapiencia para ello, sin gente con derechos realmente respetados, sin transparencia en los procedimientos oficiales. Vivir y desarrollarse en un ambiente sano es un derecho humano, tan importante como el derecho a la vida misma, a la libertad de expresión y de circulación. Ser un país humano desde el punto de vista ambiental implica eso, respetar antes que nada el derecho a vivir, crecer y trabajar sin ser asesinado ni asesinar lentamente. Un país humano debería asumir que las personas somos otra parte del ambiente, una esencial, claro, pero inviable si se la concibe encerrada en una burbuja. Un país humano debería poder esperar solidaridad, honestidad, respeto y diligencia de sus funcionarios públicos. Un país humano debería asumir que los problemas ambientales son de toda la comunidad, de absolutamente toda.

Un país humano, y natural

Asegurar el paisaje humano debería ser la base para hacer lo mismo con el paisaje a secas. Para ser un país natural en serio habrá que cuidar las atracciones turísticas vinculadas a la naturaleza como las playas, ríos, termas, montes y ciudades. Pero para hacerlo hay que prestarle atención a los técnicos uruguayos, que los hay, y muy buenos, que se han especializado en ello, que actualmente en muchos casos nadan contra la corriente porque no representan a ninguno de los poderes en juego.

La imagen de país natural está vinculada a la actividad turística, pero de qué valdría tener hermosas playas, ríos maravillosos, montes fascinantes, si el agua estuviese contaminada, si los alimentos no fuesen sanos, si el aire no se pudiese respirar, en fin, si los procedimientos productivos no hubiesen sido puestos en consonancia con esa imagen, de tal forma que no se tratara simplemente de un eslogan, sino de una realidad. El país tiene excelentes condiciones para comenzar a trabajar en serio en pos de esa realidad, porque aún no ha sufrido contaminaciones gravísimas como las que ocurrieron en otras partes del mundo, como los países ricos, por ejemplo.

¿Por qué no empezar a pensarse como un polo de atracción de "industrias limpias"? Se gastan en la actualidad muchos millones de dólares en el mundo en la investigación de nuevos procesos productivos que sean ambientalmente sustentables. ¿Por qué no esforzarnos por limpiar, descontaminar lo que se haya dañado y proteger lo que aún esté limpio para ofrecer al mundo un lugar "humano y natural" donde producir e investigar? Nadie está pensando en el paraíso terrenal -hay que aclarar para los prejuiciosos II-, sino en algo real, viable, pensado, trabajado y en permanente evolución. ¿Por qué no pensar en productos cuyo sello de distinción sea haber sido obtenidos mediante procedimientos sanos, en condiciones naturales y sociales sustentables? ¿No sería esa la imagen de un país habitado por gente "culta e inteligente", como nos gusta definirnos?

No se puede construir una imagen de país natural sólo para las visitas, porque tarde o temprano las visitas levantan la alfombra. No puede convivir una propuesta oficial de país natural con el actual régimen de forestación, o con las "amenazas" de que se vendrán a instalar "industrias procesadoras de madera", las mismas que son expulsadas de Europa por ser tremendamente contaminantes y con altísimos costos sociales. No congenia un país humano y natural con un "país bestia" y su doble cara, la del individualismo feroz -incluyendo a los contaminadores y a los funcionarios y gobernantes despóticos-, y la del culto a la ignorancia, sea ella ilustrada o prejuiciosa.

Se puede producir sin destruir. Se puede respetar el ambiente y generar, por eso, más empleos. Se puede hacer agricultura sin químicos, con menos costos en insumos y generando más mano de obra en el campo. Se puede gestionar el ambiente en forma racional y viable para todos. Esta podría ser una de las apuestas más audaces, innovadoras y, a la vez, posibles para el Uruguay, un proyecto para el cual aún tiene más ventajas comparativas que para cualquier otro.

 

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