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Espinas 
tienen las rosas 
  
Una de las actividades más predadoras del medio ambiente y 
los recursos naturales no renovables es la floricultura. 
Resulta trágico ver cómo se han techado de plástico en los 
últimos años, los otrora hermosos altiplanos de la sabana de 
Bogotá al noroccidente, y del oriente antioqueño, por los 
lados de Río Negro y la Ceja.
 
Tras la desgracia 
ecológica, vino la pauperización laboral.
Fueron las 
empresas de flores las primeras en birlar los ingresos de 
los trabajadores a través de las cooperativas de 
trabajo asociado, las tristemente célebres CTA.
 Resulta tan ostensible la explotación laboral que estas 
empresas practican con la gente humilde, esa que con cariño 
se le dice “de pata al suelo”, que alguien nos hizo caer en 
cuenta que la gran diferencia de clase que existe entre los 
habitantes de Sopó y Tocancipá, en Cundinamarca, dos 
municipios separados entre sí apenas por 5 kilómetros, “es 
que los de Sopó trabajan en Alpina y los de Tocancipá en 
flores”.
 
 Y no entremos a mirar las condiciones sanitarias en que 
trabajan, especialmente mujeres cabeza de hogar y niñas 
retiradas de los estudios por falta de recursos económicos, 
porque con sorpresas topamos. 
Cuántos han muerto de 
enfermedades respiratorias y cancerosas, o andan por ahí 
arrastrando enfermedades raras, sin atención médica.
 
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Las empresas 
las están quebrando los mismos dueños para no 
pagar los créditos, y los trabajadores y 
contratistas los están echando a la calle, a los 
primeros sin sueldos ni prestaciones, y a los 
segundos sin cancelarles los servicios prestados |  
Si alguna actividad parásita ha pelechado con toda 
alcahuetería en el Estado colombiano, ésta ha sido la 
floricultura, levantada a punta de subsidios, vía tasa de 
cambio competitiva y expoliación laboral.
 
 Ahora se nos viene a decir que en el alegre ministerio de “Uribito”,
los floricultores 
recibieron cerca de 500.000 millones de pesos en los últimos 
meses de su nefasta administración, dizque para salvar las 
empresas y evitar el recorte de personal…
 
 Ni lo uno ni lo otro: las empresas las están quebrando los 
mismos dueños para no pagar los créditos, y los trabajadores 
y contratistas los están echando a la calle, a los primeros 
sin sueldos ni prestaciones, y a los segundos sin 
cancelarles los servicios prestados.
 
 Estos predadores del medio ambiente; abusadores laborales y 
contratistas tramposos, nos resultan ahora también pícaros, 
en toda la extensión de la palabra, según la descarnada 
acusación que acaban de hacerle en el Congreso los senadores 
Daira Galvis y Jorge Enrique Robledo, del Polo 
Democrático.
 
 Cada vez resulta más patética la sentencia de Martin 
Luther King en que dice: “No me asusta la maldad de los 
malos sino la indiferencia de los buenos”. ¿Qué más tendrá 
que pasar para que reaccionemos?
 
    
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