Brasil

Con Fátima de Moraes

Lesiones por Esfuerzos Repetitivos

Las mujeres en la primera línea

Fátima de Moraes, 46 años, separada, una hija, presidenta de la asociación de portadores de LER de Araras.

 

Comencé a trabajar en la Nestlé en abril de 1987. Al principio era muy agradable trabajar allí, ellos hacían que nos sintiéramos como una familia. Fue muy buena aquella época. Pero en los últimos años la empresa experimentó un cambio radical en su relación con los funcionarios: empezamos a ser tratados como números, como objetos descartables prácticamente sin ningún valor.

 

Las máquinas del sector donde yo trabajaba tienen un ritmo rápido y exigen movimientos repetitivos; bueno, la mayor parte de las máquinas de la Nestlé son así, pero “estamparía” (1) tiene hasta un riesgo mayor. Cuando alguien de otros sectores era designado para trabajar en estamparía siempre decía que tenía miedo, porque el régimen era diferente, no teníamos relevos para ir al baño o tomar agua, había un dispensador de café, pero sólo podíamos usarlo cuando se rompía una máquina. Mi puesto de trabajo estaba a cinco o seis metros del agua, pero pasaba la jornada con sed porque no podía acceder a ella. El ritmo es muy rápido, no se puede parar. Al principio no era malo, hasta llegué a pensar que trabajando de esa manera la hora pasaba más rápido, pero se fueron afectando principalmente mis brazos.

 

Hacía meses que penaba con dolores, hormigueo en los brazos durante la noche. Pero el régimen de “cuartel” que padecíamos en estamparía –algunos llamaban al sector “el Vietnam de Nestlé” - provocaba que tuviésemos miedo de ir al médico. Nos amenazaban con perder el empleo. Éramos un mero número, y cuando el número deja de dar lucro es descartado. Muchos, como yo, éramos el principal o único sustento de la familia, y no podíamos arriesgarnos. Hasta que en 2000 llegó para mí el límite físico y psicológico. El 24 de abril de ese año estaba trabajando y sentí que algo estallaba en mi muñeca izquierda, me quemaba, y en un segundo me creció un bulto del tamaño de un huevo de paloma que rápidamente quedó negro.

 

El doctor me dijo que debía darme un descanso de dos días, aunque sabía que no era bueno para mi foja de servicio, pero mi muñeca estaba muy fea. Al cabo de esos dos días fui a ver al doctor Elder, en la empresa, quien mirando mi brazo me dijo que no podía regresar al trabajo. Me reenvió a Zuntini para que éste me diera más días de descanso, y me aseguró que él se hacía responsable de la recomendación para que no hubiese ningún problema en la empresa. Pero me quedé pensando que algo andaba mal: ¿por qué el médico particular no me podía dar más días sin autorización del médico de la empresa? 

 

Yo seguí trabajando porque no me atrevía a pedir descanso. Consumía remedios por vía oral e inyectables, hacía fisioterapia y trabajaba ocho horas diarias sin descanso a un ritmo muy intenso.

 

Cuando finalmente los médicos admitieron que debería cambiar de tarea, el jefe Arnoni, airado, replicó que estábamos acabando con el empleo, que las mujeres éramos las únicas que dábamos problemas y que sería mejor contratar robots antes que mujeres, porque las máquinas no sienten dolor en los brazos, cólicos menstruales y tampoco quedan embarazados. De hecho la Nestlé de Araras hace años que no admite mujeres en ciertos sectores. Cuando supieron que yo no podía ocuparme de la limpieza de mi casa, me enviaron a hacer la fajina del sector, una tarea para mí imposible. Eso me lastimó aún más porque nunca pensé que llegarían a la crueldad.

 

En mayo de 2001 pasé por una junta médica del INSS que resolvió darme licencia por enfermedad, habiendo constatado inclusive la relación entre mi tarea en la Nestlé y mi enfermedad.

 

Cuando mi caso fue conocido por los colegas, muchos vinieron a hablar conmigo para saber qué hacer. Desde entonces unos 40 empleados de la Nestlé de Araras han constatado ser portadores de LER. Desde hace varios meses el INSS está reclamando a la Nestlé un puesto de trabajo para mí acorde con mi situación, pero ella no me acepta, ni siquiera me deja ingresar al local de la fábrica donde está la agencia bancaria donde cobro mi salario. El personal de seguridad me retiene en la puerta de la empresa y el gerente del banco viene hasta allí para entregarme el dinero. Todavía soy funcionaria de la Nestlé, pero no puedo trabajar. Me tratan como si fuese la manzana podrida que echará a perder a todo el resto. Hasta hice una denuncia policial para enfrentar esta segregación.

 

Todo esto, la forma en que me han tratado, el hecho de saber que no conseguiré más empleo, me afecta mucho psicológicamente. La presión la discriminación y, en mi caso, la persecución de ser tratada como la manzana podrida que echa a perder el cajón, es demasiado fuerte. Muchas veces no duermo por la noche acosada por la angustia de no saber qué haré con todo esto, qué será de mi vida.

 

Ahora hemos fundado una asociación de portadores de LER de Araras que en la actualidad está integrada en un 99,9% por funcionarios de Nestlé. Decenas de personas llaman por teléfono a casa para contarme lo que están pasando, lloran porque tienen miedo, el mismo miedo que tuve yo hasta que no aguanté más. La empresa ha hecho correr la voz de que quien se integre a nuestra asociación será despedido.

 

 

Carlos Amorin

© Rel-UITA

5 de marzo de 2004

 

 

 

 Nota:


(1)  Sector que fabrica tapas y fondos de envases.

 

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