Uruguay

La lección de una vida sin tregua


 

 

Los mejores son los que siempre sienten la herida de aquellos a quienes les falta todo. José D'Elía fue así. Por su fidelidad a la causa de la clase trabajadora, a la que apostó su trayectoria vital. Por su militancia, sin claudicaciones, por los pobres del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

Todavía muy joven apuntó hacia objetivos de justicia desde su militancia sindical. Acorde con esa acción, en el plano político se orientó hacia ideales socialistas. En ambos planos se propuso, pues, un cambio de régimen social. Preocupado por esos temas sostuvo siempre que no podría llegarse a la justicia perfeccionando al capitalismo. En ese análisis, ya desde 1948 avizoró que la socialdemocracia es un movimiento históricamente fracasado. En consecuencia, dedicó su acción a perfeccionar los instrumentos más eficaces para el cambio: el despertar de la conciencia de clase de los trabajadores y el avance de la unidad sindical.

 

En el largo proceso hacia la Central Única, D'Elía, junto a numerosas figuras (entre las cuales en este segundo nos vienen a la memoria Héctor Rodríguez, Gerardo Gatti, Hugo Cores, Gerardo Cuestas, Raúl Sendic, Aparicio Macedo, Enrique Rodríguez, por citar al azar sólo a algunos de los que ya no están entre nosotros) fue garantía de unidad y ejemplo de conducta. Un modelo de rectitud y honradez de los que felizmente dispone muchos el sindicalismo uruguayo. Porque en las organizaciones sociales de nuestro país no hay "césares de paja", o "déspotas benévolos" como los que observaba Harold Laski en otras latitudes; dirigentes propietarios de automóviles de lujo, caballos de carrera o fortunas que no se obtienen como producto del trabajo propio.

  

Pepe D'Elía vivió y por momentos sobrevivió en la austeridad. Su lucha no le granjeó siempre la simpatía de muchos. Tanto que cuando la Cámara de Representantes le votó una modesta pensión graciable, después que el proyecto se aprobó (con muchos menos votos que los que habitualmente acompañan las pensiones), dejé constancia de que, aunque el voto es secreto ese mismo pronunciamiento era, desde mi punto de vista, un homenaje al luchador obrero. Felizmente hoy, la opinión de los mismos partidos ha sido más amplia que la de aquella votación. Todos han reconocido su honradez, su fidelidad a sus ideas, su capacidad de diálogo.

 

Más de una vez, en nuestro pasaje por el Parlamento recibimos, en la madrugada, llamados de sindicatos enfrentados a momentos o amenazas de arbitrariedad. Con frecuencia –recordamos ahora un caso en Funsa, o problemas en empresas textiles– cuando llegábamos, sin demorarnos, al lugar, nos encontrábamos con D'Elía que, a pesar de sus años jamás dejó de estar allí donde había problemas a resolver o donde la confrontación social estaba a punto de encenderse. Fue un ejemplo, pues, de fidelidad a la clase trabajadora.

 

No hubo problema del mundo que no le contase entre los militantes por la justicia. Abrazó, por tanto, la causa de la República Española. Cuando, ante el avance de los trabajadores surgió el fascismo, que Luce Fabbri definió, objetivamente, como "contrarrevolución preventiva", o cuando "una nocturna filosofía germánica", según la descripción de Roberto Ibáñez, intentó dominar el mundo, y en toda circunstancia en la que estuvo en juego la causa de los trabajadores D'Elía no vaciló en tomar partido. La lucha por la liberación de Argelia, por los gobiernos de Arévalo y Arbenz en Guatemala, por la revolución cubana o la sandinista, tanto como las luchas por la descolonización, o la reiterada denuncia de la política del imperialismo, tuvieron en este excepcional dirigente sindical y político una voz autorizada y solidaria. Las dictaduras que impusieron la arbitrariedad en nuestro país, en especial la que empezó bastante antes del 27 de junio de 1973, fueron enfrentadas por José D'Elía con decisión y coraje. Todo el tiempo de la huelga general, la manifestación del 9 de julio, la lucha contra la dictadura y la acción que la siguió desde los subterráneos de la libertad es todo un capítulo que honra, en el juicio histórico al movimiento obrero. D'Elía debió pasar, entonces, a la clandestinidad.

 

Cuando, luego de años de actuación desde las sombras, reapareció en la tarea pública, en 1984, su palabra en los actos obreros comenzaba por afirmar: "Los compañeros detenidos-desaparecidos están en nuestros corazones y no los olvidaremos ni un instante". (..) Con serena firmeza, después de un paro general realizado en el aniversario del golpe (el 27 de junio de 1984) D'Elía anunció: "El movimiento obrero está dispuesto a repetirlo si las cosas no cambian de acuerdo a los reclamos del pueblo". Y en esa misma ocasión destacó: "El proceso social, político y laboral tiene tanto impulso que ya hoy no tenemos planteado sólo el problema de los salarios sino el problema de la sociedad que vamos a conquistar en los años futuros de este país".

 

La prédica de personalidades como José D'Elía ha hecho que el movimiento sindical cuente, hoy, con dirigentes capaces de tomar la llama –el mensaje y el ejemplo– del líder que se ha ido. Ya están en la esencia misma del Movimiento verdades tan claras como que "el capital no ha conocido ninguna forma de existencia capaz de prescindir de la expansión, y la explotación colonial" para decirlo con las primeras palabras de Vivian Trías en su "Historia del imperialismo norteamericano". Estas y otras ideas claras que fueron hondas convicciones en la lucha de José, explican que no sea casual la firmeza del PIT-CNT en sus planteamientos frente al TLC, al Tifa, o a la firme acción por el Mercosur en el camino hacia la Patria Grande Latinoamericana.

 

 

Guillermo Chifflet *

La República

7 de febrero de 2007

 

* Ex legislador, periodista.

 

  

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