Argentina

INFORME ESPECIAL

Parmalat - Argentina

Oscar Zubeldía y Estelia Maris Grabano

Sólo nos queda esperar

 

-¿Dónde nació?

-Hace 50 años en el partido de Brandzen. Mis padres siempre fueron tamberos. Yo me fui primero de alambrador. Después anduve dos años y medio en un camión que recolectaba leche por los tambos de la zona, y después entré en Gándara. En aquel entonces el director era don Raymundo García. Era todo muy familiar.

 

-Y ya tenía una historia...

-Actualmente la empresa tiene 109 años. Empezó aquí mismo. Era una especie de cooperativa de vascos que hacían dulce y manteca. Había una vía de trocha angosta entre la fabriquita y la estación del tren, y así se llevaba todo en unas carretas hasta al tren que iba para Buenos Aires. El lugar ya era famoso, y los trenes hacían una parada más larga para que la gente comprara el dulce de leche y la manteca Gándara.

 

-¿Cuándo llegó acá?

-Fue en 1976. En ese entonces la empresa se llamaba Unión Gandarense. He pasado toda mi vida acá, trabajando en esto. Durante 30 años estuve en el sector Recibo. Cuando entré en la empresa se recibían unos 60 mil litros diarios. Llegaban en tarros de 50 litros, la mayor parte en camiones, pero todavía llegaban algunos carros tirados por caballos. No era fácil cargarlos, porque al peso de la leche había que agregarle los 30 kilos del tarro que al principio eran de hierro. Después vinieron de aluminio y mejoró bastante la cosa. Entre camión y camión íbamos a otro sector donde lavábamos bandejas y cargábamos los camiones nuestros con los sachets de leche. Era todo a mano, o a brazo; ahora es todo automático.

 

-¿Cuánta gente trabajaba en esa época?

-No me acuerdo bien, pero seríamos unos 60 o 70 personas.

 

-¿Cómo era al pueblo?

-Había como 40 familias instaladas acá. Había una carnicería, la estafeta postal, dos almacenes, cancha de paleta. Había vida social. ¡Hasta corsos se hacían! La gente de la zona rural próxima se daba cita aquí, los carreros que traían la leche paraban en los boliches, o se quedaban a jugar paleta. La empresa fue creciendo, pero la gente se fue yendo de a poco para Chascomús porque aquí no había enseñanza secundaria. Y a medida que la gente se iba yendo la empresa iba volteando las casas.

 

-¿Y cuántos comercios hay ahora?

-Ninguno. Quedamos apenas unas 15 personas.

 

-¿Cuándo empezó a decaer la empresa?

-Cuando vinieron los hijos de los Rodríguez, que eran los que les habían comprado a los vascos. Ellos compraron otras empresas, se metieron en otros rubros, y bien dicen que “el que mucho abarca poco aprieta”, terminaron fundiéndose aunque esta planta seguía siendo muy rentable. Ahí también empezaron los conflictos. Hasta entonces nunca había problemas. Jamás habíamos tenido necesidad de hacer un paro, no sé si éramos muy mansos o qué, pero la verdad es que siempre cobrábamos en fecha y lo pactado. Un poco antes de que llegara Parmalat la cosa empezó a complicarse, dejamos de cobrar en fecha, bajaron la calidad del producto y entonces las marcas empezaron a venderse menos. El ejemplo típico es del tarro de helado, que de los cuatros litros tiene dos de aire.

 

-Y ahí vino Parmalat...

-Todo el mundo decía: “Estos italianos están llenos de plata”. Un año y medio después ya la cosa empezó mal, no traían más repuestos para las máquinas, no podíamos hacer mantenimiento, nada. Se veía que la cosa se caía. Envasábamos mucha miel que se exportaba toda a Japón. Era la única planta estandarizadora de miel. Pero también la dejaban venir abajo. Y empezaron a traer ingenieros nuevos que creían conocer los procedimientos. Pero se piensa que los ingenieros saben mucho, cuando a casi todos los que vinieron yo, que apenas tengo primaria, les tuve que enseñar a pasteurizar, cosa que aprendí con el paso de los años. Pero los ingenieritos querían cambiar todo, aunque no sabían nada. Antes no había ingenieros. Estaban el gerente, el subgerente, el contador, el jefe de personal y después los encargados de sector y algún supervisor que eran trabajadores con muchos años de experiencia. Ellos manejaban la fábrica, con nosotros que éramos todos trabajadores estables, permanentes. ¿Para qué queríamos un ingeniero? A veces tuvimos que hacer cosas que sabíamos que no eran correctas, pero ellos mandaban.

 

Ahí empezaron manejos raros con la materia prima, se trasladaba de un lado a otro innecesariamente. No sé, todo pareció ir perdiendo sentido común. Se gastó mucha plata innecesariamente.

 

-Hasta que un día se quebró todo...

-Y enseguida empezaron con las promesas, para que nos quedáramos quietitos. Hasta nos dijeron que iba a venir Tanzi, el gerente italiano... que iba a venir a desayunar con nosotros, nos decían. Nos enloquecieron a reuniones y reuniones al santo botón, para hablar huevadas. ¡Qué va a venir Tanzi! Y ahora menos, que está preso por estafador. A Parmalat nunca le interesó la empresa, la mantuvo mientras pudo bicicletear dinero, hacer una calesita financiera. Pero no les pagaba la leche a los tambos y estos dejaron de traer leche y todo así. Ahí coincidió también con el cambio de dirigencia sindical en ATILRA, aquí  y a nivel nacional. Porque antes, con la conducción anterior, parecía que aquí no estaba ocurriendo lo que todos veían, no podíamos protestar por nada. Pero cuando empezó este muchacho nuevo, Ponce, este no iba para atrás. Se empezó a defender más a los operarios. Hasta que apareció este Grupo Tasselli.

 

-¿Y qué ocurrió entonces?

-Ahí se terminó de reventar todo. Se fueron cortando algunas ventajas que teníamos como el comedor, los tiques de alimentación, cambiaron los horarios para no tener que pagarle la comida a los trabajadores, ya no se trabajó más sábados y domingos, no se hicieron horas extras.

 

-Señora: ¿cómo se ve todo esto desde su vivencia?

-Muy difícil. Nuestros tres hijos se criaron acá. De uno ver tantos camiones entrando cada día, el movimiento permanente, la sensación de trabajo constante, a esta calma que parece un cementerio, es horrible.

 

-¿Dónde están sus hijos?

-Uno en La Plata, otro en La Ventana, donde trabaja como apicultor, y mi hija más chica en Chascomús con mi mamá, porque acá no hay trabajo y no se puede viajar todos los días para allá. El tren cuesta cinco pesos y son 20 kilómetros. Nosotros la vamos pasando más o menos porque no tenemos hijos chicos, pero algunos que llegaron hace poco tiempo quedaron acá con los chicos, sin cobrar el sueldo... Antes, recuerdo que para diciembre se armaba el pesebre en la iglesia, y había 60 chicos, todos de los empleados de Gándara. A la escuela de acá vienen casi todos de otros lados. Acá quedan sólo tres o cuatro.

 

-Hay familias totalmente desestructuradas...

-Claro (contesta Oscar). Muchos de los que ingresaron hace ocho o diez años son hijos de antiguos trabajadores de Gándara que se jubilaron. Mis hijos trabajaron acá. Mi señora también, trabajó cinco años hasta que la echaron. Acá lo que había era esto, porque en el campo ya casi tampoco queda trabajo.

 

-¿Ustedes hubiesen querido que sus hijos se quedaran acá?

-¡Sí! -exclama Estelia-. ¡Por supuesto! Inclusive nuestros hijos cuando vienen se ponen nostálgicos, les cuesta volver a irse. Tienen todos sus recuerdos acá... y nosotros también.

 

-¿Qué porcentaje de los proyectos que hicieron como pareja pudieron realizar?

-Muy poquito -dice Oscar-. Cuando empezamos a poder pensar en nosotros, cuando crecieron los hijos, la inestabilidad fue constante. Hace más de diez años que estamos tecleando. Y para peor, Parmalat quiso cambiar las metodologías de trabajo, imponer modelos raros que no son a lo que estamos acostumbrados. Eso fue jorobando hasta la relación con el propio trabajo. Uno terminaba haciendo cosas insensatas, no podíamos ser conscientes del trabajo. No podíamos colaborar entre nosotros, cada lechón tenía que estar en su teta. No sé, un sistema raro.

 

-Del Gándara que ustedes conocieron...

-...era muy lindo, pero no queda nada. Sólo la planta, esperando. Como nosotros.

 

 

Desde Argentina, Carlos Amorín

© Rel-UITA

14 de febrero de 2006

Fotos: Nelson Arrondo - Crónica Sindical

 

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